En Navafría, del 8 al 13 de agosto, San Lorenzo manda, y el pueblo entero obedece. No hay decreto, ni aplicación móvil, ni campaña institucional que lo diga: lo saben los viejos, lo intuyen los niños y lo sienten las peñas. Se trata de una semana en la que la vida se para para celebrar que aún hay campanas, charangas y vecinos que no se resignan.
El viernes 8, a las diez y media de la mañana, la cosa arranca como manda la tradición: con una hacendera popular para colgar banderines. Que nadie se llame a engaño: aquí no hay concejalías de festejos de guante blanco; aquí la decoración la cuelgan los propios vecinos, a escalera, soga y riesgo propio.
San Lorenzo, manda, y el pueblo entero obedece. No hay decreto ni aplicación móvil, ni campaña institucional que lo establezca, pero lo saben los viejos, lo intuyen los niños y lo sienten las peñas. Se trata de una semana para celebrar que aún hay campanas, charangas y vecinos que no se resignan.
A las siete y media, la devoción entra en juego. Ofrenda floral a San Lorenzo. El santo, curtido en siglos de plegarias y promesas, recibe flores con la misma paciencia con que más tarde soportará procesiones y cohetes. A las ocho y media, la iglesia acoge al grupo de jotas de Navafría, porque una fiesta sin música de la tierra no es fiesta, sino verbena barata.
A las diez, la plaza del Mayo huele a comida. El Ayuntamiento ofrece un pincho a cambio de dos euros, que irán para la AECC de Segovia. Tickets, como siempre, a la venta en turismo y consistorio. Y a las once y media, “La Bandita” pone música para que la noche se estire lo que aguante el cuerpo.
El sábado 9, la resaca empieza pronto. A las once, búsqueda del tesoro para niños, organizada por la Peña La Locura. A las siete y media, las peñas se concentran en el Campillo y desfilan con la charanga Las Tres JJJ. Pregón a cargo de Mª José Tapia, presidenta de la Cámara de Comercio, y presentación de Reina y Damas 2025. La noche se remata a las doce y media con la verbena y la música de la orquesta Nebraska.
El domingo 10, a las once, los Dulzaineros del Guadarrama despiertan al personal a golpe de pasacalles. Misa y procesión en honor a San Lorenzo a las doce y media, seguida de vermú en los bares. A las siete, concurso de tiro al Chico; a las ocho y media, música con Aderezo Así Lavaba; y a medianoche, verbena con la Orquesta Cañón.
El lunes 11, la fiesta tiene cara solidaria: mesa de colaboración de la Asociación Española Contra el Cáncer. A mediodía, concurso infantil de pintura. Misa de difuntos a la una. Y a las dos y media, flamenco con A Mi Manera, seguido de paellada, DJ Maxieventos y fiesta Holi. A las ocho y media, concurso de tiro de alpaca con Mojitada. A medianoche, verbena con Voltaje. El martes 12, a la una y media, concurso de tortillas; media hora después, vermú disfrazado con charanga Gurugú. A las seis, tiro a los bolos. A las ocho, concurso de disfraces y entrega de premios. A medianoche, última verbena grande con Orquesta Pikante.
El miércoles 13, los niños toman la plaza con hinchables y fiesta de la espuma. Y a las tres, paella popular en Las Charcas, sobremesa con juegos de la Peña Segundos Auxilios, y fin de fiesta.
Es la suma de conversaciones al fresco. de charangas que afinan más corazón que instrumentos, de niños que descubren la verbena y de mayores que vuelven a tener 20 años. Cuando todo se mide en clics y algoritmos, Navafría sigue entendiendo la vida a golpe de pasacalles, misa, jota, orquesta y hermandad.
Así, entre procesiones, bailes, concursos y verbenas, Navafría despide el verano como siempre: a carcajadas, con cansancio en las piernas y la certeza de que San Lorenzo, por otro año más, ha hecho bien su trabajo.
Todo esto, leído en frío, puede parecer una sucesión de actos. Pero quien lo haya vivido sabe que es mucho más. Es la suma de conversaciones al fresco, de charangas que afinan más corazón que instrumentos, de niños que descubren la verbena y de mayores que, por unos días, vuelven a tener veinte años.
En un mundo donde todo se mide en clics y algoritmos, Navafría sigue entendiendo la vida a golpe de pasacalles, misa, jota, orquesta y paella. Y cada agosto, San Lorenzo sonríe desde su altar porque sabe que, mientras suene la dulzaina y alguien tire al chito, la memoria del pueblo seguirá intacta.
