Fin de la legislatura municipal. Si no fuera porque a veces el paso del tiempo no conviene, diría, que afortunadamente, solo por el ambiente de hostilidad creado por y entre los propios políticos locales. Me cuesta creer que éstos no hayan entendido que ésta es la principal causa de la desafección política que comparten muchos ciudadanos. Parece que el objetivo es tratar de minar la moral de los equipos gobernantes más que de buscar solución a los problemas de los vecinos o de crear situaciones de bienestar para ellos; yo diría que la hostilidad raya la frontera de lo personal, lo que se desprende de groseras descalificaciones. Como nostálgicos de una política menos apocalíptica, si es que alguna vez existió, albergamos la esperanza de que después de una eterna precampaña, que sólo vive en letargo, entre las elecciones y la toma de posesión de los elegidos, podamos escuchar, en la propia campaña, propuestas verosímiles que abran las puertas a un futuro prometedor. Víctimas de ese escaso interés al que nos acercamos de forma vertiginosa y de nuestra propia ideología, que nos sirve como refugio para no tener que valorar el sentido de nuestro voto, no somos realmente conscientes de lo mucho que nos jugamos. Cierto es que a quienes corresponda dirigir el futuro de nuestros pueblos manejarán unos recursos económicos escasos, por ello tendrán que desarrollar altas capacidades de negociación para la búsqueda de nuevas posibilidades, porque las necesidades cada vez son más apremiantes, y si no queremos ver cómo la despoblación se acelera. Por ello, en cierto modo, somos corresponsables del futuro. Debemos ser exigentes, olvidando aquella hostilidad permanente y también exigirnos, dejando de lado cierta pasividad. Es lícito votar bajo nuestra propia ideología, por supuesto, pero también es importante, en el municipalismo, el conocimiento, por cercanía, de los candidatos y de los asuntos que nos competen. Como colectivo tenemos la obligación de propositividad, ya que el espacio en el convivimos requiere compromiso.
