Muchos contaban con que la de ayer sería la última noche del presidente egipcio, Hosni Mubarak, en el poder. El anuncio de una comparecencia televisada del mandatario había generado un sinfín de especulaciones, no solo en El Cairo, sino en todo el mundo, sobre la decisión que el cuestionado líder árabe tomaría finalmente. Y, pese a que las apuestas daban por ganadora una dimisión, el jefe del Ejecutivo negó que vaya a abandonar su cargo, a la vez que aseguró que permanecerá al frente del país hasta la elección de su sucesor en unos comicios «justos y libres».
Esas elecciones, que tendrán lugar el próximo mes de septiembre, servirán a los ciudadanos para decidir quién será su próximo gobernante, tras las protestas contra el actual dirigente que se han alargado durante más de dos semanas.
Eso sí, Mubarak tomó una medida intermedia. No se marchará, pero sí delegará poderes en su número dos, Omar Suleimán.
En este sentido, se prometió a supervisar «día a día» el traspaso de autoridad y aseguró que durante estos meses modificará cinco artículos de la Constitución y eliminará un sexto, relativo a casos de terrorismo. No obstante, aplazó la derogación del artículo 179 para facilitar la «alternancia en el poder» y abrir la puerta al fin de la Ley de Emergencia, vigente desde 1981.
Mubarak, que se comprometió a perseguir a los responsables de incidentes violentos, mostró su pesar por las «víctimas inocentes» de las últimas manifestaciones, a los que llegó a calificar de «mártires».
En un discurso con similitudes al que pronunciase la semana pasada, el presidente defendió su papel al frente del país y aclaró que no huirá al exilio. Incluso, recordó su papel como militar y lo mucho que se ha «sacrificado por la nación» durante los «60 años» en que la ha servido.
«Nunca he sucumbido a la presión internacional, tengo mi dignidad intacta», subrayó el mandatario, quien rechazó explícitamente las injerencias externas en la crisis política que atraviesa el país árabe.
Asimismo, insistió en que «ha comenzado un diálogo nacional constructivo que ha dado lugar a un acuerdo de principios», que describió como el comienzo del camino para salir de la crisis.
Pero, en la plaza Tahrir, estas promesas no fueron bien recibidas y comenzaron a alzarse las voces para animar a la gente a que acudiera masivamente a una nueva manifestación prevista para hoy para exigir la renuncia de Mubarak.
La indignación, e incluso los llantos, sucedieron al silencio guardado durante todo el mensaje del mandatario, retransmitido por una gran pantalla colocada en la plaza, epicentro de la revuelta popular que comenzó el pasado 25 de enero.
La expectación era enorme ante la posibilidad de que el dirigente anunciara que delegaba el poder en Suleimán, por lo que, según hablaba, el jefe de Estado aumentaba la decepción en la plaza.
Muchos de los congregados en Tahrir se quitaron los zapatos y los levantaron al aire mostrando la suela hacia la pantalla, un gesto de desprecio en el mundo árabe.
Antes de que acabara el discurso, los manifestantes ya comenzaron a gritar «Vete, vete, Hosni Mubarak», uno de los lemas más repetidos desde el inicio de estas protestas sin precedentes contra el régimen egipcio.
«Esto no nos lo esperábamos, pero nos da igual, porque el presidente volverá a tener al pueblo egipcio en las calles para exigirle que se marche», aseguró el comerciante Ahmed Merzawi.
