sábado, 22 noviembre 2025
  • Segovia
  • Provincia de Segovia
  • Deportes
  • Castilla y León
  • Suplementos
  • Sociedad
  • Actualidad
  • EN

Monarquía y democracia: 50 años

por Pablo de Zavala Saro
22 de noviembre de 2025
en Tribuna
PABLO ZAVALA
Compartir en FacebookCompartir en XCompartir en WhatsApp

El día que el Rey Alfonso XIII abatió 100 faisanes a tiros

Las justas reivindicaciones de los médicos

S.M. el rey D. Juan Carlos cuenta que un Primero de Abril –día de la Victoria– se puso su uniforme y se presentó en el Valle de los Caídos en el acto anual que el Caudillo presidía en conmemoración del fin de la Guerra (in)Civil. Franco al verle, contrariado, le preguntó “¿qué hace Vuestra Alteza aquí?” y el entonces príncipe de España le contestó “Excelencia, he venido a acompañarle en una fecha tan señalada”, a lo que el Caudillo, le respondió “Alteza, esto es cosa mía”.

¿Qué quería decir el general con aquel comentario? No podría ser otra cosa que los actos que estaban relacionados con la guerra, y por tanto con el enfrentamiento partisano entre españoles sólo y únicamente le correspondían a él como protagonista, pero D. Juan Carlos no sólo no tenía legitimidad biográfica para protagonizarlos, sino que como rey de todos los españoles debería mantenerse por encima de cualquier sectarismo, que el propio Franco aceptaba para sí. Esto, unido a las palabras que el Caudillo le dijo al rey en la cama del hospital poco tiempo antes de morir sobre que D. Juan Carlos tendría que gobernar “de otra manera” y que lo único que le pedía era que mantuviera la unidad de España, da a entender muchas cosas, entre otras, que ni el propio dictador creía que el Franquismo le sobreviviría.

Unos años antes, el 8 de febrero de 1968, en el bautizo de D. Felipe, la Reina Victoria Eugenia de Battenberg le dijo a Franco: «General, esta es la última vez que nos veremos en vida. Quiero pedirle una cosa. Usted que tanto ha hecho por España, termine la obra. Designe Rey de España. Ya son tres… Elija usted. Pero hágalo en vida; si no, no habrá Rey. Que no quede para cuando estemos muertos. Esta es la única y última petición que le hace su Reina». Y él respondió: «Serán cumplidos los deseos de Vuestra Majestad». Y lo fueron, cuando hace cincuenta años se produjo el “hecho sucesorio” previsto en la Ley de Sucesión de 1947 –que declaraba España como reino– y que desarrolló el decreto 1368/1969, de 22 de julio, por el que se propuso a las Cortes Españolas la designación de S.A.R. el Príncipe don Juan Carlos de Borbón y Borbón como sucesor a título de Rey.

El día antes de la designación, Franco había citado al Príncipe en El Pardo para preguntarle si aceptaría, momento crítico para él, pues de hacerlo quebraría la línea sucesoria representada por su padre, D. Juan de Borbón. El aforismo monárquico tiene su orden de preferencias: primero la institución, luego la casa o dinastía y por último la persona. D. Juan Carlos se jugaba la primera.

Fallecido el Caudillo, se puso en marcha la Operación Lucero diseñada por el Régimen para establecer sin altercados las pautas de la sucesión prevista en la ley citada. “De la ley a la ley”, como vendría a ser la norma rectora de todo el proceso que estaba a punto de empezar y uno de cuyos mentores fue Torcuato Fernández Miranda, defensor escrupuloso del respeto al Derecho durante la Transición. Cuánto echamos de menos ese respeto a la norma.

Tal día como hoy 22 de noviembre de 1975 D. Juan Carlos fue proclamado rey de España en un acto celebrado en el Palacio de las Cortes (actual Congreso de los Diputados) jurando las Leyes Fundamentales del Reino y los Principios del Movimiento Nacional (las primeras, el cuerpo jurídico o Constitución del Régimen, los segundos sus principios doctrinales). Es en ese primer acto donde hace un discurso “programático” declarando su deseo de ser “el Rey de todos los españoles, sin excepción”, una frase muy destacada por su tono integrador tras décadas de división civil oficial. Asimismo, dijo que su reinado sería “Una etapa en la historia en la que el entendimiento y la concordia serán los mejores instrumentos para lograr el progreso y la justicia.”

Terminada la proclamación, el cortejo real se trasladó a la cercana iglesia de San Jerónimo el Real, tradicional templo de ceremonias de la monarquía española desde el siglo XVI donde se celebró un Te Deum de acción de gracias por la proclamación del nuevo Rey. Allí le esperaba el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, quien hizo una memorable homilía, moderada y prudente, llamando a la reconciliación nacional y usando expresiones como un nuevo periodo de “convivencia y de paz” y “una España reconciliada, sin vencidos ni vencedores”.

También sostuvo que la verdadera unidad de España debía basarse en la justicia, el respeto y la libertad de conciencia y no en la imposición. Finalmente exhortó al monarca a ser instrumento de concordia, garante de los derechos de todos y símbolo de la unidad, subrayando que “el poder ha de ser entendido como servicio”. No olvidemos que en ese momento el rey tenía todo el poder que su predecesor había ejercido hasta su muerte.

En cuarenta y ocho horas se había producido un importante giro en el discurso oficial del jefe del Estado y el de la Iglesia. Una de las primeras medidas tomadas por el rey fue el Decreto-Ley 10/1975, de 25 de noviembre de amnistía parcial para los delitos políticos y de opinión como medida de apertura y distensión hacia la oposición democrática. Luego vendrían otras, la de Decreto-Ley 19/1976, de 30 de julio y la amnistía total de octubre de 1977 ya elaborada por un gobierno democrático presidido por Adolfo Suárez. Amnistías a cambio de nada, no como las de ahora.

Es difícil decir con precisión cuando empezó la Transición, como lo es decir cuando empezó el Renacimiento, pero una vez proclamado, el rey se convirtió en “el piloto del cambio” alentando, animando, induciendo y estimulando una transformación necesaria, consciente de la “correlación de debilidades” del Gobierno y la oposición: a pesar de los deseos de ciertas minorías, tan improbable hubiera sido el éxito de continuar un régimen autoritario, como una revolución.

Entró en juego lo que José Ortega y Gasset desarrolló en su obra “En torno a Galileo” (1933) cuando proponía que la historia no avanza solo por ideas, clases sociales o grandes hombres, sino por la sucesión de generaciones humanas, cada una con su propio espíritu vital y su manera de estar en el mundo. Ortega incidía en que una generación no es simplemente un grupo de personas nacidas en la misma época, sino una unidad histórica de coetáneos que comparten una misma sensibilidad, problemas y horizonte vital que vive una misma “circunstancia histórica” interpretándola de modo distinta a sus antecesores y renovando –en este caso– la vida política. Un conjunto “de hombres coetáneos que viven en un mismo nivel histórico y participan de unas mismas creencias, ideales y estilos de vida.” Se inició, por tanto, un relevo generacional en el que las personas nacidas entre 1930 y 1940 –sin experiencia vital en la Guerra (in)Civil– iban a ser protagonistas del proceso que se iniciaba, todas ellas hijos de los que hicieron la guerra, reconciliadas ya en la universidad, en los movimientos religiosos y en las publicaciones como Cuadernos para el Diálogo. Fue “la generación del príncipe”, la que interpretó la II República y lo que vino después como un fracaso colectivo que no debía repetirse, por lo que el proceso de transición fue el “anti-modelo” de la república: integrador frente al otro excluyente. Como dice Álvarez Tardío, la monarquía como fuerza centrípeta frente a la república como fuerza centrífuga.

Hubo resistencia al cambio, incluso entre los partidarios al mismo, por temor a que una transformación brusca pusiera en riesgo la paz y el desarrollo económico alcanzado durante el tardo franquismo. Así lo confirman las encuestas que hacía el Instituto de Opinión Pública que reflejan las prioridades de los españoles (por orden): paz, justicia, desarrollo económico y libertades. “No nos une el amor sino el espanto”, decía Borges. Por eso el éxito de Don Juan Carlos estriba en que –como sucesor del Caudillo– tranquilizaba a unos y daba esperanzas a otros. Sin su firme decisión de apostar por la democracia, lo más probable es que los españoles hubiéramos “vuelto a las andadas”, a ese ciclo vicioso de constituciones de partido cuyo paréntesis –la Restauración– fue apenas un espejismo.

Durante la visita de Henry Kissinger a China en 1972, Zhou Enlai, primer ministro y estrecho colaborador de Mao Zedong, fue preguntado por los efectos de la revolución francesa (1789), a lo que respondió “Aún es demasiado pronto para juzgarla”. Hay otras versiones, pero esta respuesta tuvo fortuna porque se interpretó como un ejemplo de la visión a largo plazo de la política china y su paciencia histórica. Algunos de los que no somos chinos creemos que D. Juan Carlos cruzará el umbral de la Historia por la puerta grande, como un gran estadista que supo promover y dirigir un proceso que permitió a los españoles ser protagonistas de su propio destino y encumbrar a España a los mayores índices de bienestar, desarrollo, justicia social e igualdad de los últimos doscientos años. Estos son los efectos que la Transición nos ha traído hasta ahora y el legado de D. Juan Carlos, una Constitución que lo ha permitido. Los procesos históricos se estudian y se explican por las consecuencias que tiene el comportamiento público de sus protagonistas, siendo sus actos privados destino para la petit histoire, novela rosa y series almibaradas. Ya lo dice el epitafio de Jardiel Poncela: “si buscáis los máximos elogios, moríos”.

—
* Es director de la Fundación Transición Española.

Compartir en Facebook122Compartir en X76Compartir en WhatsApp

Artículos relacionados

Monarquía y democracia: 50 años

Hallgrimsson desespera al Nava

‘El misterioso caso del asesinato del tosedor de conciertos’, en dos conciertos de la Orquesta Sinfónica de Segovia

Aprobado el informe técnico arqueológico del proyecto de rehabilitación de la Casa de las Flores de La Granja

Castilla y León alcanza un superávit comercial de 2.658 millones entre enero y septiembre

Concluye la reconstrucción del Mirador de Orellán, en el paraje de Las Médulas

RSS El Adelantado EN

  • Alarm in Georgia—Qcells cuts salaries and suspends production due to solar components being held up at the border
  • It’s official—Argentine scientists discover a perfectly preserved dinosaur egg in Patagonia
  • It’s official—Nike launches Project Amplify, the world’s first motorized sneakers that help you move with less effort
  • It’s official—Social Security will increase payments in 2026—here are the new monthly figures for retirees, spouses, and survivors
  • It’s official—parents of children under 13 can join the class action lawsuit against TikTok—parents in Colorado, Virginia, or Michigan can take action now
El Adelantado de Segovia

Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

  • Publicidad
  • Política de cookies
  • Política de privacidad
  • KIOSKOyMÁS
  • Guía de empresas

No Result
View All Result
  • Segovia
  • Provincia de Segovia
  • Deportes
  • Castilla y León
  • Suplementos
  • Sociedad
  • Actualidad
  • EN

Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda