“Campamento base del Everest. Por fin hemos llegado, y ya se puede decir que he acabado con la montaña y no ella conmigo. De hecho ayer, al bajar por la cascada helada, sufrimos un par de incidentes y un sherpa se precipitó al vacío por una grieta y estuvo a punto de arrastrarme con él, por suerte pudimos rescatarlo con vida milagrosamente. Continuando el camino casi se me viene encima un bloque de hielo, del tamaño de una mesa camilla y, de no ser porque escuché a tiempo el grito de Damián Benegas y que reaccioné rápidamente, no habría acabado bien esta expedición.
Aún me cuesta celebrar esta ascensión a la montaña más alta de la tierra. El día 18 salimos mi sherpa, Dawa Gyalsen, y yo del Campo 3, a 7.300 metros, hacia el Campo 4, collado sur a 7.950 metros. Todo el mundo iba ya con la máscara de oxígeno (incluido mi sherpa) menos yo, que había decidido realizar esta ascensión lo más natural posible y, por lo tanto intentaría algo muy complicado, que es subir (y bajar) los 8.848 metros del Everest sin oxígeno artificial.
A pesar de no haber dormido nada en el Campo 3 (porque no me dejaron) me encontraba muy fuerte, con ganas y subí en poco más de seis horas al Campo 4. Llegamos, me tumbé en la tienda, apenas tres horas y, sin dormir, comenzamos los últimos (por aquello del calor de la mañana, además de que, yendo sin oxígeno, es más necesario) a subir por las empinadas rampas que conducen al balcón. A las tres horas el frío era tan intenso (no sabía cuánto, porque hay verdades que es mejor no saberlas) que a los 8.400 metros, aproximadamente, le dije a mi Sherpa que me iba a poner ya la botella, porque no sentía ni manos ni pies, así que, en ese momento, se acabó la ilusión de conseguir algo tan grande para mí, y confieso que me pesó…pero el dilema de continuar suponía seguramente no hacer cima y, posiblemente, congelarme.
Yo me encontraba física y mentalmente perfecto, pero tomé la decisión de subir a la cima y, para ello, necesitaba (como todo el mundo ese día) tomar oxígeno.
Más tarde, esa aparente decepción se tornó en una gran alegría ya que vi, con mis propios ojos, la imposibilidad de subir por esta cara sur, hoy día y con la gente en los pasos clave, que te hacen perder un tiempo (que yendo sin ellos) es imposible poder acometer.
Después me enteré de la realidad climatológica (del todo). Habíamos estado a 38 grados bajo cero, con vientos de entre 25 y 30 nudos… En fin, ideal para quedarte duro.
También me enteré de que gente de la talla de Ed Viesturs, (grandísimo escalador americano, con 14 ocho miles) ese mismo día intentó sin oxígeno y ya, desde el mismo campo 4, decidió usarlo. También una croata y un suizo sucumbieron mucho antes.
Para colmo, el cachondo de mi sherpa, me colocó la botella a la mínima presión (o sea a 1) y cuando, ya en la cima, le pregunté cuánto quedaba y me dijo que la mitad. Mi sorpresa fue enorme, pues llevábamos unas horas. Él sonrió y me dijo que me lo había puesto al mínimo a posta para ver si era capaz y que, prácticamente, era como subir sin él. Al final consumí una botella, cuando lo normal es entre cuatro y seis, o incluso más.
Pero además estoy muy contento por todo, por haberlo conseguido, por la gente que me ha apoyado, por haber podido llevar a la cumbre las cenizas de mi querido hermano y por toda esa gente que allí, en mi tierra, se haya alegrado de verdad”.
