Como todos saben, ayer se despidió nuestro obispo César para, en un proceso natural y repetido cientos de veces a lo largo de la historia, dar paso a Jesús, nuevo obispo de Segovia. Para mí, como sacerdote, es mi quinto obispo y quiero hacer memoria de ellos. Se trata de unos recuerdos personales que no intentan comparar sino, desde el cariño, recordarlos para expresar la insólita pluralidad se da en nuestra Iglesia.
El primero fue D. Antonio Palenzuela. Fue el que me acogió en Segovia cuando yo, terminada teología, buscaba una diócesis. Me escuchó, me comprendió y me envío a Cuéllar como aprendizaje. Tras mi paso por la mili, me envió a Urueñas a vivir y aprender de Jesús Sastre. Finalmente me ordenó hace cuarenta años y tres meses. No hace falta recordar que tuvo muchas dificultades para ser aceptado pero que se ganó a los segovianos a base de humildad y sencillez. Es al único obispo que le oí preguntar a la gente de los pueblos “¿A cuánto os han pagado la cebada?” o “¿Cuántos litros de leche dan de media las vacas?”. Era un intelectual capaz de situarse en el plano del interlocutor. No creo que fuese indeciso, pero tardaba en tomar decisiones. Todos recordamos su profunda y monótona voz que, a veces, no dejaba ver lo extraordinario de sus reflexiones.
El segundo fue D. Luis Gutiérrez. No era fácil suceder a un obispo tan querido como D. Antonio porque además D. Luis tenía un temperamento completamente diferente. Tomaba decisiones rápidamente, organizaba y ordenaba con eficacia. Nada más llegar se fue a pasar tres días conmigo. Era verano, yo vivía en Ayllón junto con Agustín Cuesta, que en paz descanse, Félix Escudero y, no estoy seguro de si estaba todavía, Santos Monjas. Justamente esos días de agosto estaba yo solo. D. Luis, al que no conocía y solo llevaba una semana de obispo diocesano, me llamó y me dijo si tenía inconveniente en acogerlo en mi casa y enseñarle la comarca. Me pareció todo un detalle puesto que nosotros vivíamos realmente en el confín de la diócesis. Visitamos algunos de los pueblos sin avisar y saludamos a la gente por la calles y en sus casas. Una visita pastoral improvisada. Escuchó y observó. Quizás con el tiempo nos pareció lejano pero siempre estuvo ese obispo que se acercó a la gente y que terminado su ministerio se marchó a Guatemala para dar vida a una fundación que acogiera a niños de la calle.
El siguiente fue D. Ángel Rubio. Un obispo pasional y de temperamento que dejaba entrever un poso de bondad. Con D. Ángel me sentí muy valorado en cuanto director de Iglesia en Segovia pero eso no quita para que un par de veces me llamara la atención diciendo que alguien, casi nunca él – me consta-, se había quejado de alguna editorial o de alguna recomendación de películas o libros. Pero pasada la tormenta, me agradecía el trabajo. A D. Ángel ahora se le ve sereno, alegre y jovial como si el haberse despojado de las responsabilidades y convertirse en emérito le hubiera dado una nueva luz.
Finalmente, D. César Franco. En cierta forma, en sus homilías y en su forma de expresarse, recuerda a D. Antonio. Da gusto escucharle por cómo matiza, precisa y aclara las cosas. Ha sido nuestro obispo en estos años de incertidumbre para la Diócesis por la llegada de sacerdotes venidos de fuera que han tenido que anclarse en la Diócesis en un proceso complicado. Formé parte del grupo que preparó la Asamblea Sacerdotal tratando de abordar esta situación y debo decir que respetó profundamente nuestro trabajo. Se nota que disfruta en la visita a las parroquias y que le hubiera encantado ser párroco, pero tengo la impresión de que sus múltiples obligaciones le han retenido en su despacho. Es inimaginable la cantidad de cosas que tiene que atender un obispo.
Siendo tan distintos, los cuatro han sido obispos unidos por la profunda convicción de ser sucesores de los Apóstoles. Todos ellos han sido obispos del Concilio y han sentido pasión por la Iglesia Particular que ha sido su Diócesis hasta el punto de haber marcado su espiritualidad.
Ahora llega D. Jesús Vidal. Seguro que tendrá su estilo. Yo espero que profundice el sentido de sinodalidad en la Diócesis, que nos aliente a la esperanza, que nos ayude a vivir la fe con la alegría de quien tiene plena confianza en el Espíritu y que valore el trabajo de una Cáritas que, superado el asistencialismo, está comprometida con la promoción de los pobres. Bienvenido.
