Explica Miguel Cereceda, comisario de la exposición ‘Reconsiderando el monumento’, que puede visitarse en el Palacio de Quintanar hasta el 15 de septiembre, que la muestra no ha invitado a 19 artistas “a reflexionar sobre el arte público y monumental sino que son las reflexiones que han realizado ellos a lo largo de su trabajo artístico” las que han configurado este ambicioso proyecto que no solo invade las salas de este centro de innovación y desarrollo para el diseño y la cultura de Castilla y León, sino que incluso se extiende en espacios como la plaza de Medina del Campo, en torno a la escultura de Juan Bravo.
Cereceda, que durante la inauguración de esta exposición ha estado acompañado por la directora general de Políticas Culturales de la Junta, Mar Sancho, y del delegado territorial del Gobierno autonómico en Segovia, Javier López-Escobar, ambos en funciones, se muestra “muy orgulloso” del resultado en torno a una de las obras más emblemáticas de la ciudad, del escultor segoviano Aniceto Marinas, que sigue el modelo decimonónico de homenaje con un prócer en un pedestal.
El mexicano Ulises Matamoros, que al igual que la mayoría de los artistas que participan en la muestra tiene una destacada trayectoria internacional, ha optado en esta céntrica plaza de Segovia por una intervención muy característica que evoca los movimientos sociales en espacios públicos, como las acampadas de maestros en el Zócalo de Ciudad de México, las del 15M en la Puerta del Sol o las del movimiento Ocupa Wall Street (Occupy Wall Street) en Manhattan.
Si durante la Comuna de París los revolucionarios destruyeron esculturas, los ‘indignados’ de este siglo XXI las utilizan para atar las cuerdas de sus tiendas, para montarlas y acampar, de ahí los toldos multicolores que rodean a un impasible Juan Bravo hasta el próximo día 16.
‘Reconsiderando el Monumento’ reúne una variada selección del trabajo de 19 artistas españoles y latinoamericanos. El comisario de la exposición, profesor de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Autónoma de Madrid y crítico de arte, comenta que las grandes obras públicas, sobre todo escultóricas, están rodeadas de un carácter oficial, patriótico y conmemorativo que hace que su estética sea considerada como tradicional, alejada de las vanguardias y, por lo tanto, poco novedosa o conservadora.
Desconocimiento
Esto ha motivado que la estatua urbana esté especialmente olvidada por los historiadores del arte y que, con mucha frecuencia, se olvide su finalidad, las personalidades a qu ienes representan en algunos casos y, sobre todo, que exista un gran desconocimiento sobre sus autores, señala este experto.
Por su parte, la directora general incide en que, a pesar de ese aparente olvido, no dejan de erigirse estatuas o monumentos e incluso el lenguaje de la escultura monumental parece que se ha renovado desde finales del siglo pasado y con la llegada del nuevo milenio. Los artistas tratan de explorar esta nueva deriva de la escultura monumental a veces parodiándola, a veces sometiéndola a una crítica severa y otros simplemente reformulándola.
Además de Matamoros, en la exposición participan autores como Fernando Baena y Rafael Sánchez-Mateos, con ‘Esto es lo verdadero’, por ejemplo, también sobre la acampada en la Puerta del Sol en 2011, o los ‘tendederos’ de la asturiana Susana Villanueva, instalación que reivindica el mundo de la mujer, ausente casi siempre en la escultura conmemorativa urbana, según Cereceda. Algo similar ocurre con las lápidas funerarias que María José Ollero graba con la lista de la compra de las vecinas de su barrio.
Por su parte, Domènec incide en el carácter político de algunos trabajos escultóricos. En ‘A los héroes muertos de la revolución’, obra de 2018, a partir del monumento funerario de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, que Mies van der Rohe diseñó con una serie de elementos de simbología política comunista habitual, entre otros una gran estrella de cinco puntas de acero con una hoz y un martillo en el centro, que el arquitecto alemán encargó a la siderúrgica Krupp (familia posteriormente conocida por su colaboración con el nazismo y la utilización de presos como mano de obra esclava durante la Segunda Guerra Mundial), que se negó a suministrar un símbolo comunista. Lo que hizo entonces fue encargar cinco piezas de acero en forma romboidal desprovistas de significado político, que Krupp aceptó proporcionar. Posteriormente acopladas, se convirtieron en la estrella de cinco puntas que presidió el monumento hasta que fue retirada por los nazis en 1933.
La pieza de Doménec recrea este momento previo, con cinco formas geométricas, sin acoplar en forma de estrella, pero que pueden desplegar toda su capacidad de activación política.
‘Reconsiderando el monumento’ no podía olvidarse de una escultura del español Santiago Serra, ‘La cuña negra’, que es el primer monumento a la desobediencia civil. Está situada en el exterior del edificio del Parlamento de Islandia, en Reikiavik. Durante la crisis económica que llevó a la quiebra de algunos de los principales bancos islandeses, el pueblo se negó a su rescate y los responsables de las entidades financieras fueron encarcelados. La escultura es una gran roca con una cuña de metal negro empotrada en la grieta que la cruza de arriba abajo y una lápida en la que se lee el reconocimiento que la Declaración de los Derechos Hombre y del Ciudadano de 1793 hace del derecho del pueblo a rebelarse cuando sus derechos son violados por sus gobernantes.
