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Milan kundera y la transición europea

por Jesús A. Marcos Carcedo
19 de agosto de 2023
en Tribuna
JESUS A. MARCOS CARCEDO
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Falleció hace un mes el escritor checo o, en su origen, checoslovaco Milan Kundera. El modesto impacto que tuvieron las obras de su última etapa contrasta con la época en la que su novela La insoportable levedad del ser le situó en la cumbre de la popularidad a la que puede aspirar un intelectual. Fuimos muchos los que quedamos prendados de aquella narración en la que la vida de sus protagonistas se entrelazaba con reflexiones filosóficas, logrando una sutil ingravidez literaria, propicia al deleite y, por eso, en abierto contraste con la dificultad existencial a la que se refería el título. Pero, además de sus méritos literarios, el libro de Kundera venía a ser el broche que necesitaba el espíritu europeo para abandonar las rígidas creencias de las décadas anteriores y abrirse camino en otras direcciones. No sólo ocurrió en España: el continente entero experimentó durante los años 80 una decisiva transición política y también fue bastante exitosa.

La cosa venía de atrás. La guerra había dividido a Europa en dos mitades, sostenidas, cada una, por la fuerza militar de las nuevas potencias imperiales del mundo. Pronto se vio que los regímenes del este funcionaban económicamente mucho peor que los sistemas occidentales y, casi a la vez, que no eran otra cosa que dictaduras que se escondían tras los cantos revolucionarios de los más idealistas. Pero sus supuestos ideológicos y algunos de los líderes del comunismo mundial seguían atrayendo a una parte muy activa de los intelectuales y de los jóvenes de Occidente. Todavía el Mayo del 68 estuvo fuertemente penetrado de ideología marxista, a pesar de que ya los tanques del Pacto de Varsovia habían ahogado la Primavera de Praga. Incluso el maoísmo y el trotskismo jugaban un papel considerable en muchos sitios; yo mismo conocí sus organizaciones universitarias en el Madrid de los años 70. Sin embargo, a lo largo de los 80 soplaron otros vientos, que se fueron llevando lo poco que le quedaba de romántico al comunismo y favorecían a quienes estaban sabiendo presentar y reclamar formas distintas de entender la libertad de pensamiento y de actuación.

Esa caída de la hegemonía ideológica del comunismo propició un espacio político un tanto ambivalente. No cabían ahora dictaduras y, por lo tanto, tampoco las de este lado, por lo que las de Portugal y España tocaban a su fin. Pero, a la vez, las nuevas banderas de la libertad eran enarboladas por líderes conservadores, como Reagan o Thatcher, que se percibían como excesivamente duros y poco conciliadores. No obstante, la situación exigía cierta dosis de elasticidad y se fue abriendo paso la posibilidad de recuperar para la democracia los grandes países tradicionalmente más occidentalizados del este de Europa, es decir, Polonia, Checoslovaquia y Hungría. Esa ambigüedad y esa estirar las cosas tuvo su reflejo en el ámbito del pensamiento, en el que se vio aparecer nouveax philosophes que transitaban desde los antiguos territorios del marxismo hacia otros en los que la individualidad e incluso la antes denostada espiritualidad reclamaban sus dominios.

Kundera fue uno de esos intelectuales que abrieron caminos nuevos. Su obra trazó senderos para la recuperación del valor de las personas y se empeñó en penetrar en las dificultades de su existencia, a la vez que reclamaba un mundo en el que se pudiera vivir más humanamente. Sus últimas obras dejaron un tanto atrás la crítica de los países comunistas para adentrarse en la de las sociedades occidentales, en las que, entre otras cosas, la prisa lo deforma todo.

Los años que precedieron y siguieron a la caída del muro de Berlín fueron, por mérito y también por necesidad, de transición y de ajuste, de disminución de las tensiones y de afán de entendimiento. Fueron los años de Kundera y son los años que ahora se echan de menos, en estos tiempos en los que, al revés, parece haber necesidad de conflicto y de recuperación de las trincheras. Quizá se deba a que el mundo ha cambiado y que las nuevas circunstancias generan de por sí polaridades irreconciliables. Pero quizá haya que pensar que aquella transición, aunque meritoria, no sólo dejó cabos sueltos, sino que tampoco fue capaz de conciliar en profundidad, tanto en política internacional como en justicia social, los intereses de unos y de otros.

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