Causa no poco estupor oír decir a los políticos (da igual cualquier ideología, aunque alguno se salve, eso sí) que el impulso irrefrenable que les guía para entrar en el ajedrez político que les brinda la democracia sustentada en la Constitución del 78 (aunque muchos infieles renieguen luego de ella en su promesa o juramento que allana su camino hacia su legitimación de parlamentario y el esplendido salario con que se retribuye su esfuerzo), es, digo, el servicio al territorio, la aplicación de las reformas necesarias y el mejoramiento de vida de los españoles. Por eso habría que reconocerles su denodado esfuerzo y su entrega apasionada al ejercicio político –aun a riesgo de hipotecar con ello su vida privada-. Pobrecitos. Y la verdad es que la sociedad –tan ingrata ella- en vez de reconocérselo se distancia cada vez más de ellos, disolviéndose como un azucarillo la credibilidad que se les tenía.
En ese sentido y para evitarles sin duda cualquier tipo de escrúpulo que les pueda inquietar como la sustanciación presupuestaria (sueldos y prebendas por decirlo llanamente) con que se dota su ejercicio, “La calle” ha hecho una ensoñación en este tiempo de adviento político, que no deja de ser un puro divertimiento, un ejercicio de imaginación futurista para el 2020 (¡qué cifra tan bonita!) En una de esas tardes grises del incipiente invierno segoviano cuyas lluvias van esculpiendo las piedras milenarias de la ciudad. Una ficción que no trata de ofender a nadie.
Como datos de partida reveladores del esfuerzo señalado por sus señorías cabrían citar al menos dos cifras globales importantes: Los casi 80.000 escaños políticos (más o menos) que hay en España entre Senado, Congreso, parlamentarios autonómicos, diputados provinciales y concejales municipales y los más de 350 millones de euros mensuales con que se les retribuye.
Estas cifras, a la baja, vienen a ser meramente indicativas, toda vez que habría que añadir ciertos complementos como “liberados”, de libre disposición, transportes, desplazamientos, indemnizaciones por residencia, gastos de representación, asignaciones complementarias de vicepresidencias, secretarios de mesa, portavoces y portavoces adjuntos, etc. Así como asignaciones presupuestarias a los grupos con representación parlamentaria o las dedicadas a las campañas electorales, etc. Por lo que posiblemente para desentrañar semejante tejido habría que hacer un máster especializado. Y ni aun así.
Pero bueno, así las cosas, nuestra ensoñación –para alivio de sus señorías- descansaría sobre un tablero de negras y blancas que perfilaría una situación bien distinta a la actual:
1.- En primer lugar mutar el actual sistema de elecciones de listas cerradas por los partidos por otro sistema abierto de acceso libre no condicionado en que pudiera votarse a las personas individualmente libremente. Eso constataría de entrada el índice de vocación de cada posible candidato. Y proclamar unas listas realmente democráticas sin las ataduras que ahora los partidos aplican en las actuales convocatorias electorales.
2.- Examen previo de los aspirantes a político donde se reflejasen sus capacidades para el servicio a la colectividad: formación, nivel cultural, experiencia, conocimiento del medio y, sobre todo sentido de su ética política de responsabilidad(respecto a la que se le exige que cuando el político adopte una decisión debe tener en cuenta y valorar las consecuencias que puedan derivarse de ella, que le van a ser imputables): o su ética de convicción sustentada en no decir falsos testimonios ni mentiras, desentendiéndose el político de las consecuencias de las decisiones adoptadas ni sentirse responsable de ella sino que responsabiliza al mundo o a la estupidez de los hombres). Precisiones del ensayista Max Weber.
3.- Otro de los aspectos de la ensoñación descansa en la anulación de los sueldos o rebajarlos al salario normal de cualquier trabajador, aparejando al tiempo su mismo horario de 40 horas semanales al tiempo que hacer desaparecer los complementos y gabelas enumerados anteriormente. Eso sí sería austeridad y solidaridad con la parroquia. Y la ratificación de las vocaciones que ahora, posiblemente, se interfieran con los beneficios económicos de los participantes en el juego político.
4.- Por último, desaparecido el actual sistema de financiación a través de los partidos y desaparecidos éstos en el nuevo arco, deberían en consecuencia desaparecer también las subvenciones a los grupos políticos en el Parlamento, a los Partidos en sí y las consignaciones para las campañas electorales, que no dejan de ser una rémora (que pagamos los ciudadanos en general, ajenos a cualquier significación política) por lo que se ve, para recreo de unos pocos cobijados bajo el paraguas de unas siglas.
Otro sí digo: en el contexto de esa ensoñación también se dibujaba, finalmente, otra jugada de negras. Me refiero a lo de acabar con el controvertido privilegio de la “inmunidad” de que gozan actualmente los políticos, que les permiten eludir sin el menor escrúpulo procesamientos, responsabilidades y abusos de todo tipo.
Ya sabe de sobra “La calle” que este diseño del nuevo tablero del ajedrez político (donde las figuras se fagocitan sin misericordia en un afán final de un “jaque al rey” final, no es más que una utopía, una ensoñación de una tarde de invierno de lluvia y de aire. Pero no me digan nuestros lectores que no sería una forma nueva y original de empezar el 2020 (qué cifra tan bonita). ¡No la empañen!
