No son pocos los signos devastadores que ha dejado a su paso (aún sin concluir) la pandemia derivada del virus asesino coronavirus en las sociedades civilizadas de todo el mundo. No son pocas tampoco las costuras que han saltado en la Sanidad, la economía, las Bolsas, la industria, el tejido empresarial, la estructura laboral, el incremento consecuente del desempleo, etc que sostenían de alguna manera nuestro estado de bienestar, hoy profundamente alterado . Sin olvidar la situación de precariedad a que esa convulsión ha conducido a muchas familias hacia una nueva situación de hambruna y miseria tan difíciles de soportar por lo que resulta imprevisible cuáles serán las consecuencias de esa desesperanza.
Ante ese panorama me ha llamado la atención dos macro proyectos de investigación científica en los que van a aplicarse miles y miles de millones de dólares dado que es en el gran país donde se focalizan ambos: por una parte lo que es ya un hecho con el despegue hace unos días del “Perseverance” vehículo de exploración planetaria de alta precisión, dentro del Programa Mars 2020 (que por cierto lidera el español Germán Martínez como coinvestigador de esta misión de la NASA) derivado y desarrollado en la Universidad de Valladolid dentro del acuerdo con la NASA en 2015 con el fin –una vez más- de tratar de averiguar por fin si hay vida actual en Marte. Ya se sabe que no es el primer intento (ni será el último, supongo) aplicando –como decía- miles y miles de millones de dólares.
El otro –que me ha sorprendido aún más- es un estudio del microbiólogo Yuki Morono, de la Agencia de Ciencia y Tecnología de la Tierra y del Mar de Japón, interesándose en revivir microbios atrapados en el fondo marino del Océano Pacifico durante más de 100 millones de años: es decir para saber cuánto tiempo los tales microbios podrían mantener su vida sin alimentos. La respuesta es que sí, que pudieron volver a la vida tras recibir comida e insuflarles oxígeno de que carecían en una zona degradadísima del Pacífico Sur. No sólo revivieron tras abrirse el sellado de vidrio sino que constataron que podrían reproducirse lo que demuestra una evidente inconsciencia como si tuviéramos poco con el Covid ese virus famoso por sus perrerías. Y digo yo: ¿qué necesidad tiene el mundo de ir a Marte a ver si hay vida o resucitar microbios sellados durante 100 millones de años en una hora – más que precaria- de hacer frente a otras necesidades más reales y más próximas de millones de ciudadanos que pueblan el planeta y que hay que afrontar urgentemente para paliar su destrucción? No digo que la investigación científica no merezca la pena y el gasto de millones también. Pero me parece prioritario que estos grandes proyectos deberían posponerse en tanto en cuanto permanezcan esas situaciones dolorosas y de hambre que asolan el mundo. La situación de la población universal es real y la hambruna crece a pasos agigantados. ¿No sería más sensato atajarla aquí ahora que ver si hay otra vida en Marte o resucitar bichos malignos indeseables? Es decir, aplicar esos miles de millones como medida más pragmática y social, dado que el hambre y la vulnerabilidad de los pobres está ahí. No hay más que mirar. Digo yo.
