David Sassolf, presidente del Parlamento Europeo decía en la frontera turco-griega el otro dia:
“Necesitamos comprometernos con los miles de menores no acompañados que llegan a las costas de Europa. Necesitamos urgentemente una estrategia para protegerlos a ellos y su futuro. Los gobiernos europeos tienen que mostrar mucha más generosidad y solidaridad con los menores que necesitan nuestra ayuda desesperadamente”.
La de Marwan no es una historia común. No es una historia como la de otros niños del planeta que se ilusionan con los dibujos de las series televisivas o que se obsesionan con los medios digitales que les están haciendo mayores antes de tiempo y que se ven cada día inundados de juguetes que no pueden disfrutar por falta de tiempo o de interés opacado por el exceso. La historia de Marwan en cambio tiene otro calado. No jugaba –en su tragedia- más que con piedras rotas por las explosiones o algún insecto que supervivió al caos o con las vainas de balas, que sí que matan; o con restos de bombas destructoras que se están llevando por delante sus casas, sus pueblos. Y a sus hermanos. Son familias desestructuradas. Mutiladas. Rotas.Convirtiéndolas en fantasmas. En ese sentido y en ese marco la historia de Marwan es, sin duda, una historia singular. El no conoce los juegos. Ni siquiera le dio tiempo casi de conocer a sus padres. Ni a su familia, desaparecidos en el fragor de la guerra. De la guerra de los adultos, que no comprende. Es un niño forjado –sin querer- en un conflicto bélico de intereses y de poder. Vivido entre el temor y la tragedia de la muerte próxima casi amiga. Un niño más acostumbrado a los tiros que a los besos. Que ha tenido que crecer demasiado deprisa. Sin alicientes ni alimentos suficientes y sin el amor mínimo con el que deben crecer las criaturas. Marwan ha crecido entre los bombardeos, la sangre, la destrucción, la ruina y la miseria. Y la soledad con toda su carga de tristeza. La guerra en Siria –que no es la suya- cercenó sus ilusiones de vida y le ha bañado de desesperanzas. Aunque haya generado en él una reacción de fortaleza poco común. Son infancias perdidas. Por eso la historia de Marwan no puede ser una historia común. Sí puede ser semejante a las de casi otros 4.000 niños sólos (sin protección, sin amor y sin la menor compañía, de un vagar impreciso por tierras de Siria, Turquía o Jordania, mientras les hurtan el agua y la sal y tienen que guarecerse de los cascotes que producen las bombas ¡tan cerca!. Marwan tiene cuatro años. La guerra le arrebató a sus padres. Detenidos e incluso muertos. No sabe. Pero que en todo caso su soledad le ha convertido en una frágil planta del desierto.
Un dia el teatro de la guerra le indujo a huir del horror. A cruzar el desierto que le separaba de Jordania (donde cuentan que hay más de 3.700 menores desamparados. Sólos) Donde quizá pudiera encontrar algo más de paz y de cariño en la acogida que necesitaba. Y así, durante cuatro días y cuatro interminables noches, con la insuficiencia de medios que puede imaginarse, Marwan caminó por el desierto solamente con su espíritu de supervivencia a cuestas, dando un ejemplo al mundo de su extraordinaria fortaleza. Mientras esa situación bélica envilecida por los hombres que se matan entre sí. Y a otros inocentes desgarrados. En ese calvario que suponía aquella travesía del desierto durante cuatro días y cuatro largas y amargas noches, Marwan fue finalmente recogido en una tierra de nadie (¡en qué condiciones!) por un equipo ejemplar de hombres y mujeres solidarios de la Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR). Para Marwan con ese acogimiento, aquellos cuatro días y cuatro noches vagando por las arenas desconocidas quedaban atrás, no así el recuerdo imperecedero cuya herida tardará en cicatrizar. Estarán bien recientes el recuerdo de sus seres queridos, que no disfrutó, de su tierra, de su gente. Sus ilusiones de niño que no le dio tiempo a desarrollar. Cargó con el dolor y con una maduración acelerada por la tristeza. Marwan con sus cuatro añines ha supervivido y se ha convertido así en uno más de los miles de refugiados infantiles de aquellos territorios que crecen solitarios y desesperados en territorios hostiles donde lo normal no son los juguetes sino las bombas. Y dónde las sirenas no son de juguetes ilusionantes sino anuncios de muerte y de miseria. Fíjense que circula un desgarrador informe de la ONU denunciando las torturas y el abuso que sufren los niños en Siria en el que, entre otras cosas, afirma que “ esos menores son torturados en las cárceles gubernamentales, escuelas y hospitales convertidos calabozos; otros usados como contrabandistas o hacerles limpiar armas para el transporte de munición o enterrar muertos, cuando no usados como escudo de armas, mutilaciones o abusos sexuales de todo tipo.
Al hacer hoy “La calle” este comentario (que podría haber sido una ficción pero que se trata de una historia real hilvanada a raíz de una información mediática de las muchas que genera a diario aquellos conflictos), cabe preguntarse cuál será el destino, el futuro –si lo tienen- de tantos niños como Marwan a quienes la guerra les arrebató la infancia a la que tenían derecho. Es imposible saberlo pero sería aleccionador para conocer cómo maduran precipitadamente estas criaturas en un marco social desarraigado y por tanto hostil a las vivencias que necesitaban para su desarrollo. El que sean niños de la guerra no les privará en su dia del reproche más que justificado contra los hombres de voluntad envilecida, los gobiernos, los intereses y la falta de escrúpulos (que derivan en esas rechazables situaciones) de quienes consienten o incluso propician esos enfrentamientos bélicos deleznables. Mas como la de Siria no es la única guerra del planeta se haría necesaria una reflexión profunda entre los hombres de buena voluntad (que sin duda todavía quedan) sobre a qué caminos conducen y cuáles son sus inmorales consecuencias. Por eso, siendo semejante a las de otros niños instalados –sin querer- en esos conflictos armados la historia de Marwan no deja de ser una historia singular vista desde la Paz y donde tiene derecho a recuperar su infancia –si puede- y jugar mientras crece. Vive en paz Marwan.
