Elecciones: pudo más una irresponsabilidad temerosa que la razón de Estado
A la vista de que el candidato a la investidura, Pedro Sánchez, no reunía los avales necesarios para ser encargado de la formación de Gobierno, el Rey decidió de inmediato la disolución de las Cámaras y la convocatoria de nuevas elecciones generales. Eso producía en S-M. una cierta contrariedad y desasosiego por lo que supone de vacío institucional este hecho . También esa situación provocaba la espantada de todos los parlamentarios —casi recién estrenados— a sus casas cerrando con ello el grifo de sueldos (y complementos) de la tropa política, una clara decepción en el electorado, una mayor desconfianza y menor credibilidad en los políticos y un vacío de la gestión legislativa (con un Consejo de Ministros interino que tendrá que sostener el país a base de Decretazos) que se prolongará agónicamente durante varios meses y un incierto resultado de la consulta que, por otro lado, se intuye muy similar a lo que se tenía y con cuyos mimbres no han sido capaces de hacer el cesto de una gobernabilidad estable. Todo lo contrario, semejantes actitudes han generado no poca incertidumbre y preocupación en los medios empresariales, sociales, financieros, etc. que va a ser difícil restañar. Y es evidente que cada líder tendrá su parte de responsabilidad, aunque unos más que otros.
Pero, como no podía ser de otra manera, la mayor parte de la desastrosa situación se le achaca al presidente en funciones Pedro Sánchez a quien se le imputa fundamentalmente poco espíritu de diálogo para el acercamiento de posturas que conllevasen un gobierno de coalición, de concentración o programático y más proclive —en cambio— a unas nuevas elecciones cuyo resultado está por ver, aunque él esté obnubilado por ciertas encuestas (ya se sabe que poco fiables) que podrían proporcionarle una aproximación a la mayoría absoluta. Repárese si no en el tedio que envolvió a Sánchez durante estos meses y su escaso interés por buscar los avales necesarios para su investidura y la formación de un Gobierno estable o sus insustanciales reuniones con ONG´s o grupos marginales de la Política, desoyendo diferentes alternativas de orden.
Es posible también que Sánchez estuviera espantado ante lo que se le venía encima y decidiera (en un acto de irresponsabilidad temerosa) apartar ese cáliz pensando en mejores tiempos cuando el tsunami político que se aproxima haya pasado. Me refiero a situaciones tan difíciles como la brecha independentista de Cataluña sustentada en la obcecación y el enfrentamiento con el Estado; la reacción de ese movimiento ante lo que se supone una Sentencia condenatoria de los golpistas y su temerariamente anunciada falta de acatamiento; el resultado del Brexit inglés del que aunque no se sabe exactamente de qué manera afectará a España, no parece generar nada bueno para nuestra economía; o la sentencia de los ERE en Andalucía; o la inmediata aplicación del art. 155 como le está sugiriendo la oposición para sujetar la alteración y descredito que se está produciendo en Cataluña; la aprobación de lo que deberían ser los Presupuestos Generales o la clamorosa falta de cumplimiento de la financiación de las Comunidades Autónomas.
Todo esto —y más— no es “moco de pavo” y es muy posible (aunque sólo sea una elucubración periodística) que su perspectiva haya espantado al candidato Sánchez, que hubiera tenido que hacerlo frente desde un Gobierno pactado a regañadientes y sustentado en la desconfianza y haya preferido poner tierra y tiempo por medio con el ardid electoral. En ese caso quizá haya faltado responsabilidad de Estado y haya sobrado una postura temerosa, de amedrentamiento.
Mas no hay que olvidar que el Gobierno sigue en funciones (aunque sin el respaldo, eso sí, de las Cámaras disueltas) y que el Consejo de Ministros, en funciones, quiérase o no, tendrá que hacer frente a esas situaciones difíciles de lidiar que están a la vuelta de la esquina. Sería lamentable para este país que debido a la debilidad de la gobernanza algunas de esas situaciones sobrepasasen los cauces constitucionales y arrollasen una democracia aún débil pero en la que todos los españoles —bueno, casi todos—confían como instrumento de una convivencia pacífica. Ya veremos.