Desde noviembre de 2014, Irene Rodríguez eligió la capital de Dinamarca como lugar de residencia para ampliar sus horizontes laborales y profesionales después de trabajar en varios medios de comunicación locales. Autora del blog sencilloesmejor.com , en el que analiza asuntos relacionados con motivación y productividad personal, esta joven periodista nacida en el Real Sitio de San Ildefonso vivió ayer en primera persona los momentos de zozobra que vivió Copenhague en la jornada del sábado tras el atentado terrorista en el Café Cultural Krudttonden, donde una persona murió y tres policías resultaron heridos en un tiroteo durante una conferencia sobre el Islam y los desafíos de la libertad de expresión. Este es el relato de una jornada que rompió la calma de una capital en la que «nunca pasa nada».
«Dinamarca es un país muy tranquilo, muy «de fiar», es un país donde te puedes olvidar la mochila en un bar y volver a la media hora y que siga en el mismo sitio (me ha pasado). Casi nunca se ven coches de policía, revueltas o altercados por la calle.
Por eso cuando en la tarde del sábado 14 de febrero, en el centro de la ciudad, vi tantos coches de policía me extrañó. Había demasiados, yendo a bastante velocidad hacia diferentes zonas de la capital. Eso también me confundió. Si hubiera pasado algo en un sitio, irían a ese sitio, no se moverían como «locos» en todas direcciones, con las luces azules parpadeando y las sirenas encendidas.
Yo había ido con unos amigos a un evento deportivo en una de las instalaciones de la universidad sobre las dos de la tarde. Cuando terminó, nos fuimos a dar una vuelta. Yo quería ver el estadio de FC Copenhague, nunca lo había visto y estábamos cerca. Pasamos por un parque enorme que se llama Faelledparken donde había gente haciendo deporte, no mucha, la verdad. Según nos acercamos al estadio vimos más coches de la Politi, la policía danesa, parados junto al campo, que habían acordonado por una parte.
Pensamos que habría partido de fútbol y por eso estaban ahí. Ahora que sé lo que estaba pasando pienso que cómo no enlazaríamos todo, las sirenas, los coches ahí parados, la zona acordonada… Dinamarca es segura, nunca piensas que pudiera estar pasando nada malo, o al menos, así de malo. Eran las 16:15 cuando yo hacía fotos del estadio, según mi móvil. A las 16:00 el diplomático francés François Zimeray había mandado un tweet diciendo que estaba a salvo en una habitación. Esa habitación estaba en la cafetería donde había ocurrido el primer atentado. Y esa cafetería estaba a 700 metros de donde yo estaba haciendo las fotos.
Pero yo no sabía nada de lo que había ocurrido. Y nos fuimos a cenar a un restaurante en la calle principal de la ciudad, muy cerca de la sinagoga donde horas más tarde se produciría el segundo atentado. Fue en el restaurante donde nos enteramos de lo que había pasado. Lo vimos en el móvil, se hablaba de «supuesto atentado terrorista» que había dejado un muerto.
No vimos que pudiera ser peligroso seguir en la ciudad, no sé por qué, supongo que tenemos tan metido que en Copenhague nunca pasa nada, que nos sentimos seguros. Y nos fuimos a tomar una cerveza a un bar cerca. Allí nos empezaron a llegar mensajes y llamadas de familiares y amigos de España que lo habían visto en el telediario. Era más importante aquello de lo que habíamos pensado en un principio.
Y nos encaminados a la estación central a coger el tren que nos llevaría a casa. Allí tuvimos que esperar a que nuestra línea apareciera como disponible en la pantalla, porque había obras de reparación en las vías. Ahora pienso que si las estarían revisando. No lo sé. No vimos control policial, o al menos no me fijé. Pero cuando bajamos a las vías aparecieron corriendo dos policías medio gritando que de quién era una bolsa negra que parecía abandonada. Había nerviosismo. Yo me quería ir a casa.
Cuando llegué, en la televisión conectaban en directo con la cafetería del primer atentado y decían cosas en danés. Salían imágenes de los cristales agujereados de balas y la primera ministra hablando.
En la mañana del domingo me desperté con la noticia del segundo atentado y de que la policía danesa había abatido a tiros al supuesto culpable en la estación de Norrebro, un barrio multicultural al que, ironías de la vida, no habíamos querido ir el sábado porque «nunca pasa nada, pero es de lo más peligroso de Copenhague».
