Observamos cómo las nuevas leyes de educación degradan el mérito y el esfuerzo y se alinean en favor del enchufismo y la comodidad sabiendo que si no triunfas en la vida siempre estará papá Estado para darte de comer. El paso de un alumno de un curso a otro con suspensos va en esta línea y con esta orientación.
Este camino des-educativo se traduce en concreto en la búsqueda de la vacuna por caminos retorcidos. El saltarse la fila para conseguir la vacuna antes que otros es un efecto de una educación donde no se valora el esfuerzo y la solidaridad sino la búsqueda de los primeros puestos y el rechazo de los marginados y de quienes están en las periferias.
En la promoción de su último libro, Michael Sandel se ha visto obligado a matizar lo que entiende por “meritocracia”. Una lectura rápida y superficial desde su título, “La tiranía de la meritocracia”, acentúa el lado oscuro de una cultura del mérito donde el triunfo y el éxito son el fruto del esfuerzo individual de quienes hábilmente aprovechan las oportunidades para el ascenso y el progreso.
En esta sociedad telemática, el esfuerzo queda desprestigiado porque se espera que nos den las cosas hechas. En último caso, dicen, siempre podrás ir a caritas o al banco de alimentos. Se olvida que la fuente de la felicidad radica en el desarrollo de las propias capacidades para valerse por sí mismo y poder colaborar socialmente. La dejación del esfuerzo es la puerta abierta al esclavismo, es decir, a depender de los demás para vivir.
Así percibido, se minusvalora el esfuerzo y la excelencia en la vida social. Incluso se puede llegar a desanimar a educadores que promueven una cultura del esfuerzo, como si alimentaran su individualismo, no se preocuparan de las desigualdades que la globalización destila y descartaran a quienes quedan en la cuneta o las periferias, como dice el papa Francisco.
Sin embargo, Sandel considera una buena actitud que los padres animen a sus hijos a estudiar y trabajar porque con ello contribuyen a una cultura del esfuerzo y la responsabilidad. También recuerda que la verdad de este mensaje no está en plantear el estudio, el trabajo y la educación como medios o recursos para triunfar o progresar en clave competitiva. La verdad de este mensaje está en que debemos fomentar el amor por el aprendizaje como un bien en sí mismo y el amor por el trabajo digno como contribución al bien común.
Esta verdad elemental y básica requiere tener en cuenta que los éxitos no siempre son resultado del mérito curricular o los títulos académicos. El esfuerzo, el estudio y el mérito personal suelen ser condiciones necesarias pero no suficientes para triunfar o conseguir las metas que nos proponemos. También cuentan factores como la familia, los maestros, los amigos, las circunstancias y la comunidad. Por eso, tan importante como incentivar el estudio y el trabajo es promover valores como son la humildad, la cooperación y el sentido de la gratitud.
Frente a esto, algunas leyes fomentan el enchufismo arrimándose al árbol que mas sombra te pueda dar mientras sesteas dejando pasar el tiempo viviendo de los demás o viviendo de papá estado. El sentido común enseña que la vagancia es la negación del esfuerzo que se traduce en vivir del enchufismo y de la imagen y no del mérito.
Sandel no está contra el mérito, sino contra su instrumentalización arrogante del mismo. Sabe que es una categoría compleja y que no se da por igual en todos los órdenes de la vida. Nos vende la meritocracia como una partida políticamente perdida y educativamente revisable. No saca del tablero político al mérito sino que da un aviso a la meritocracia pija o arrogante.
Por otra parte, abre un debate ya planteado por Ortega y Gasset: el papel de la aristocracia y la ejemplaridad. Un debate sobre la relación entre una cultura meritocrática que se orienta por el esfuerzo individual y una cultura aristocrática que renueva cívicamente la virtud moral. Debate urgente porque la salida de la crisis sólo será posible cuando evitemos la desmoralización que generan dos virus educativamente patógenos: aristofobia y meritofobia.
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(*) Catedrático emérito.
