Cuentan que el Nobel de Literatura José Saramago en una visita a una Escuela Normal de la ciudad argentina de Rosario en 2004 dijo que “las palabras no son ni inocentes ni impunes, por eso hay que tener muchísimo cuidado con ellas, porque si no las respetamos, no nos respetamos a nosotros mismos”. En estos días de pandemia, cuando la mayoría de las relaciones sociales siguen siendo ‘virtuales’, online, telemáticas o telefónicas a pesar de cierta relajación en el confinamiento, los carteles que se pueden encontrar durante los breves paseos permitidos por el barrio o cuando vamos a hacer la compra o a que nos pasee el perro parecen como raros, anacrónicos. Son mensajes guardados desde hace días –parece una eternidad– en las puertas o en los escaparates de tiendas y bares, como los de esas botellas de los náufragos lanzadas a un mar de calles con negocios cerrados, esperemos que por poco tiempo.
Esos carteles con frases, palabras escritas a bolígrafo, rotulador… o en ocasiones salidas de una impersonal impresora casera, transmiten un amplio muestrario de estados de ánimo, desde el lacónico y marcial ‘cerrado hasta nueva orden’ de la puerta de un bar del barrio de La Albuera, ahora que a muchos políticos y periodistas les ha dado por la metáfora de guerra, a otros que salen de las entrañas, de la rabia y buscan culpables, ya sea el propio virus, como si fuera un ente pensante y maligno: “Puto coronavirus, mi gente” puede leerse en la de otro bar, en este caso en Santa Eulalia, o este más ‘político’ que no políticamente correcto que habla por sí solo: “Para cada uno de los millares de muertos y las conciencias de los irresponsables, ruines, egocéntricos, responsables de gran parte de esta catástrofe que no quisieron ni supieron prevenir y no saben decir perdón”, colgado del balcón de un edificio de la ciudad que alberga un bar restaurante en el bajo.
Incongruentes son otros carteles que llevan años a las puertas de locales de negocios a los que la declaración del estado de alarma pilló “con lo puesto”, por sorpresa: “cerramos los sábados”, “domingos de karaoke” o un prometedor “los domingos por la mañana hay churros por encargo” son algunos ejemplos.
La gran mayoría, sin embargo, lanza al lector callejero dosis de buen rollo, inocuas y quizá inútiles, o no, como los aplausos de las ocho. Un buen ejemplo es este de un restaurante del casco histórico: “… Queremos agradecer inmensamente desde aquí la labor de todo el personal sanitario y transmitir a todos mucha FUERZA y tranquilidad… Con conciencia #yomequedoencasa”.
También son frecuentes las muestras de solidaridad entre tenderos, pues no son pocos los que avisan a los repartidores de correo o paquetería para que dejen lo que sea que los llevan en la carnicería, pescadería, frutería…
