En cada Titirimundi hay espectáculos que, a priori, están llamados a ser las ‘estrellas’ del festival, esos que todo el mundo espera, y otros que, sigilosamente y sin mucho ruido, se constituyen en agradabilísimas sorpresas. Este año, entre los primeros, puede citarse al circo de los hermanos Forman, El espejo negro o Sofie Krog; entre los segundos incluyo sin dudar ‘Jack y el tallo de judía’, de los búlgaros Atelier 313.
Después del espectáculo que, bajo el mismo nombre de compañía, pudo verse en Titirimundi 2009, un montaje de teatro negro muy contemporáneo que no convenció a casi nadie, no estaba muy claro qué se podía esperar de una función que se anunciaba como infantil y que versionaba un cuento clásico. Lo de ahora, nada que ver con aquello; Atelier 313 es una amplia escuela con varias compañías, y esta apuesta es diametralmente opuesta a la del año pasado.
Frente a las pretensiones huecas y fallidas de aquel “Más allá de los límites”, la absoluta economía de recursos y las toneladas de imaginación y buen hacer de este montaje. La compañía llega a actuar, abre sus baúles y no hay muñecos, ni escenografía, ni nada de nada. Unas cuantas cuerdas tendrán que servir para construir los muñecos; unas telas, algunas maderas y otras cuatro cuerdas recrearán, ante los mismos ojos del público, casas, palacios, árboles, cuevas y hasta el cielo al que trepa Jack en busca de su felicidad, que como los niños descubrirán al final, no se encuentra en el dinero.
Con tan poco como una cuerda se pueden construir personajes deliciosos, si se sabe cómo. Con tan poco, se puede enganchar a un público que trepó con Jack, sufrió por la venta de la vaca Castañita y aplaudió su vuelta a casa. Aún queda una oportunidad de verlo y sentirlo, mañana, en Santa Cruz la Real.
