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Memoria

por Ángel Gracia Ruiz
23 de junio de 2023
en Tribuna
ANGEL GRACIA
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La memoria me lleva varios miles de millones de años atrás. ¿Diez mil millones quizá?, pudiera ser, no lo recuerdo con claridad, ¡ha pasado tanto tiempo!

Del más absoluto caos expansivo, en el proceso de manifestación de lo no manifestado, nació un disco de polvo y gas en rotación llamado nebulosa protosolar. Mucho tiempo después, una pequeña parte emanada de mí mismo creó un bellísimo planeta fundamentalmente líquido al que, curiosamente, hoy le llaman Tierra porque, quienes así lo nombraron, viven sobre su superficie sólida. Esta Tierra jamás ha dejado de adorarme en señal de respeto y agradecimiento, circunvalándome perennemente desde entonces. No más allá de un suspiro en el tiempo de mi larga vida, diferentes seres inteligentes se han ido instalando sobre su faz. Cada vez que me han retado, su civilización ha sucumbido. Siempre nacen adorándome para, al cabo de un tiempo, terminar muriendo intentando dominarme. No son conscientes de que, para ellos, soy invencible.

Aparentemente parece que estoy inmóvil, pero en esencia, yo también circunvalo alrededor de la galaxia que me dio la vida. Mi misión consiste en otorgar a todos mis súbditos la luz de la sabiduría, el alimento de la existencia y la felicidad, innata e independiente de nada ni de nadie, de su propia esencia. No hago distinciones entre hombres y mujeres, buenos y malos, ricos y pobres, reyes y mendigos. Para mí todos son dignos de recibir los rayos de la gracia de mis bendiciones.

Los verdaderos sabios siempre se han postrado ante mí, a través de rituales y ofrendas. Los ancestros de los actuales pobladores de la tierra, construían monumentos que se erigían como puertas de acceso a otros estados de conciencia para lograr el verdadero conocimiento. Danzas extáticas, músicas, cánticos, ritos de fuego, han pervivido a todos los pueblos, a lo largo de la historia, para agasajarme y agradecerme el don de la vida que les he dado.

Hubo un tiempo en el que utilizaban mi poder para encender el fuego de la hoguera en la que quemaban a aquellos que me adoraban. Pensaban que con eso me ultrajaban. ¡Pobres ignorantes!, desconocedores de mi condición de inafectado por sus acciones. Desde mi reino, simplemente observo sin implicarme, doy fe de cuanto acontece ahí abajo y continúo derramando mi gracia sobre el mundo, ocurra en él lo que ocurra.

Últimamente contemplo que ya casi nadie mira hacia el cielo. Las cabezas se agachan en señal de sumisión ante las pantallas de móviles y ordenadores. La vida se ha separado de lo natural. La muerte se ha convertido en el final de sus insípidas existencias terrenas. La más burda manipulación y la más increíble mentira han cortado por completo ese cordón que siempre les había mantenido unidos a lo divino. La vulgaridad impera, la excelencia brilla por su ausencia. Su norma consiste en hacer lo que apetece y huir de lo que debe ser hecho. Un nubarrón negro de tristeza e insatisfacción ha cubierto el cielo abierto que acogía antaño a su alegría innata y a su plenitud congénita.

Los antiguos yoguis se purificaban cada amanecer saludándome, cargándose de la energía de mis rayos a través de la respiración. Actualmente, se utiliza el sagrado momento del solsticio para convocar reuniones gimnásticas desnudas del más mínimo atisbo de espiritualidad. Las hogueras que antes se encendían en mi honor aquella noche tan auspiciosa, se han convertido en meras excusas para convocar botellones interminables donde lo correcto es emborracharse hasta perder la consciencia. Los crómlech, los lugares de poder donde los terrícolas se reunían para recibirme en el día más largo, o más corto del año (dependiendo de si eran del norte o del sur), se han convertido en escenarios de representaciones de mero entretenimiento para esa actual población que tanto se aburre consigo misma. Y es que, todo aquello que empodera, sana, libera, enseña, transforma y alegra, ha sido aniquilado con el arma de la manipulación para convertirlo en lo que subyuga, enferma, oculta, mantiene la esclavitud y entristece a quienes se quiere dominar.

El solsticio es un gran momento para reflexionar. Un día para mirar hacia arriba. Un instante para reconectarse con lo perdido. Un tiempo para recordar. La memoria nos inmortaliza, rememorándonos quiénes somos realmente. Yo soy el Sol. Una simple mota de luz en la inmensidad del universo. Una pequeña herramienta en el engranaje del orden que impera en el caos. Mi misión consiste en dar vida a todos los seres a los que mi luz llega. Hasta el día en que me apague, nada ni nadie logrará frustrar mi tarea, porque, realizándola, soy inmensamente feliz.

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