Me dispongo a escribir estas líneas tras la jornada de reflexión, en el día de la elección. Cuando este artículo salga a la luz, se habrá llevado a cabo, con toda seguridad, el recuento electoral por parte de los presidentes de las mesas, los cuales habrán proclamado su resultado. Para entonces, ya se habrá procedido a la destrucción de las papeletas, salvo las que hubieran sido objeto de reclamación, que se unirán al acta de escrutinio. Así mismo, es más que probable que el escrutinio general no haya sido aprobado aún, ya que esta acción se lleva a cabo al quinto día hábil tras las elecciones.
El caso es que la reflexión puede llevar: a la divagación, o a la meditación. Divagar es la actividad preferida de la mente y meditar es el estado que se logra una vez silenciada y trascendida dicha mente. Así que, a partir de esta letra, dejamos de divagar y comenzamos a meditar.
Nos sentamos en una postura firme, estable, pero a la vez cómoda y relajada, con la espalda recta. Dejamos que la respiración respire, naturalmente, por la nariz. Nos alejamos de la elucubración y nos instalamos en la observación. Permitimos a las frases, leídas en silencio, vibrar en el timbre de los fonemas de las letras que las componen, para diluir su individualidad específica en el inmenso océano del silencio del que un día partieron para expresarse. Cuando la palabra desaparece, el pensamiento calla. Nos encontramos entonces ante un novedoso campo sobre el que indagar. Por un momento, cerramos la puerta al incesante y machacón resultado de la elección, para entrar en el calmado espacio en el que nadie habla. ¡Qué gran descanso!
El caso es que, pudiera parecer a primera vista que lo importante está fuera, cuando en realidad, lo esencial se encuentra acá, dentro. En el momento en el uno es capaz de desaparecer, la realidad se manifiesta en forma de renacer. En ese estado, lo primero que llama la atención, es la certeza de que todo este montaje no es más que el escenario en el que se desarrolla la ficticia obra representada con la única intención de vestir de cierto lo incierto. Eslóganes publicitarios con apariencia de infalibilidad se queman como papel de fumar en el fuego del discernimiento logrado cuando se viaja, sin salir de casa, más allá de la mente. De este modo, mensajes tales como “una persona un voto” resultan una irrisoria falacia cuando se desgrana sin ideología la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, de Régimen Electoral General. Y es que, no todos los votos son iguales. Dependen del lugar en el que han sido emitidos. Los electores se encuentran inscritos en un censo, pero lo más curioso del caso es que su supuesta ilimitada libertad para elegir, se encuentra circunscrita a la condición de una convocatoria electoral por determinada persona, sobre unas listas cerradas de partidos políticos, elaboradas por el propio partido, compuestas por políticos que carecen de libertad individual de decisión. La campaña desinformativa llevada a cabo por estas agrupaciones se asienta sobre promesas (programas) cuyo incumplimiento no trae aparejada consecuencia alguna. Este machaque publicitario, se mastica a la hora de comer y se elucubra siguiendo las pautas de la mente divagante. El sistema electoral, excluye por sí mismo la posibilidad de resultar elegido salvo que se pertenezca a una de estas macro organizaciones, dentro de un sistema en el que los pequeños desaparecen aniquilados por las fauces de los grandes.
El caso es que, cuando estos partidos llegan al poder, no sólo gobiernan, sino que también legislan, utilizando técnicas reservadas exclusivamente para situaciones de urgente necesidad; y juzgan, al haberse hecho dueños de las cúpulas judiciales.
Y, mientras esto ocurre allá fuera, continuemos observando el aire, entrando, deteniéndose y saliendo. Contemplando el milagroso proceso cíclico de la respiración. Como el día y la noche. Como el nacimiento y la muerte. En calma, en absoluta paz. Sin tomar partido. En silencio. Bañándonos en el mar de la calma del desaparecer mientras en el escenario de la playa del acontecer se suceden estas farsas indemnes al castigo de la penalidad.
Hacemos tres respiraciones profundas, abrimos los ojos y, pisamos con fuerza sobre una tierra que nos pertenece y nos la han robado. Cada despertar es una invitación para cambiar el modo de gobernar aquello que es sólo nuestro. Y es que, tras la jornada de reflexión, se impone la fuerza de la meditación.
