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El Adelantado de Segovia

“Me resulta incomprensible que el Gobierno pueda negociar con un prófugo de la Justicia fuera de España”

por Teresa Herranz
13 de julio de 2025
en Segovia
Juan Luis Gordo en una imagen de archivo/KAMARERO

Juan Luis Gordo en una imagen de archivo/KAMARERO

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—Toda una vida con el PSOE ¿no? ¿Cómo llega al partido y de dónde venía?
—Casi, casi. Las elecciones generales del 82 y las municipales del 83 marcaron mi primer punto de encuentro y colaboración con el PSOE. No me afilié hasta el 88 porque entendía que la afiliación restringía mi libertad de actuación. Esa era mi impresión. Mi espíritu de libre volador me dificultó mucho adaptarme a las directrices y consignas. Siempre tuve la sensación de que, en ese caso, no era yo mismo, y cuando eso sucedía, optaba en muchos casos por un silencio táctico.
Mis inquietudes políticas comenzaron muy pronto. Ya de niño devoraba “El Nodo” y me atraía el contenido de las reseñas de los consejos de ministros de los viernes. En el teleclub del pueblo leía con gran atención la prensa de aquella época. En el colegio Claret, donde fui interno, no me fueron ajenos el hecho religioso y el asociacionismo que marcó la apertura de la Transición democrática. A partir del 78 comencé a organizar semanas culturales y actos deportivos. Ese año fundé la revista “Surco”, de la que era director, y que aglutinaba la opinión de 18 localidades del entorno de Sangarcía, mi pueblo. Una experiencia extraordinaria que despertó una gran sensibilidad política y me hizo participar con espíritu crítico en el debate del proceso autonómico uniprovincial que se abrió en Segovia en esa época. Esos son mis orígenes políticos, unidos a un contacto muy activo con las organizaciones estudiantiles de la época en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid. Mi vida en aquel entonces se focalizaba en el estudio para salir del pueblo, el deporte y las inquietudes sociales y culturales.

—¿Cuáles son los iconos del PSOE de entonces?
—Para mí, en la década de los 70, mi asociación con el PSOE tenía un valor añadido: me consideraba en la vanguardia del progreso. Debía ser cuestión de edad, pero a mí me reconfortaba. Me identificaba con los grandes líderes: Felipe González y Alfonso Guerra. Recuerdo con ilusión la asistencia en la universidad a actos de Alfonso Guerra, Alonso Puerta o Tierno Galván. Y, por supuesto, estuve con mi amigo Juan Cruz Aragoneses en el cierre del mitin del 82 en la Complutense, con la esperanza de cambio y de cristalización del proceso democrático en nuestro país.

—Ha sido secretario general en Segovia, diputado… háblenos de su aportación al PSOE y a España
—Es muy complicado juzgarse a uno mismo y describir las propias aportaciones. En el partido siempre he procurado trabajar en equipo, sin renunciar a mi liderazgo, que, según mis amigos, a veces arrastra demasiado. Llegué a la secretaría del partido después de haber sido subdelegado del Gobierno en Segovia durante cuatro años, cuando ya era senador y estaba ligado a la Comisión Ejecutiva Provincial desde el año 89. No me lo había propuesto, pero los movimientos de algunos compañeros para cerrarme el paso hicieron que otros me animasen a tomar las riendas, y así lo hice.
En el ámbito orgánico creo que aporté una ordenación sistemática de la actividad política, marcando objetivos y estructurando equipos, buscando una mayor presencia del partido en aquella época en la sociedad segoviana y cambiando su imagen. Se trataba de ordenar internamente la acción política para dar respuesta a los problemas del ciudadano. Creo que lo conseguimos en parte, a pesar de que la cultura del partido era muy anárquica y que las instituciones públicas estaban controladas con mucha fortaleza por el PP. La prioridad era conservar el Ayuntamiento de Segovia dando apoyo en sus gestiones institucionales en las diferentes administraciones y en la acción mediática. No fue fácil y a veces fue necesario mucha mano izquierda y paciencia para no dañar la imagen institucional; y a la vez, avanzar en la formación de las 209 candidaturas municipales. Un trabajo muy duro en el que me impliqué de una forma directa recorriendo muchos de los pueblos segovianos, sin compensar gastos, y que nos permitió crecer en alcaldías, concejales y pasar de 18 agrupaciones locales a 28 en la provincia. Y, por supuesto, coordinando y aportando mis reflexiones tanto en la Comisión Ejecutiva autonómica, de la que era miembro, como en el Comité Federal.
En el ámbito material, trabajé muy duro para conseguir avanzar en el desdoblamiento de la SG-20, en la llegada del AVE a Segovia; en la rehabilitación de las murallas de Cuéllar para las que se consiguió una importante inversión; a la rehabilitación con fondos públicos de importantes actuaciones en Pedraza, Sangarcía, Villacastín y otros municipios. Las negociaciones para sacar adelante el CAT, la inversión de la Casa de la Moneda, el Teatro Cervantes o las actuaciones de la presa del Tejo junto con otros parlamentarios nacionales, no siempre fueron fáciles, pero nos permitían avanzar.
Desde la Subdelegación del Gobierno intenté marcar un referente en las actuaciones y en la comunicación sobre la presencia del Estado en la provincia, como símbolo de la cohesión social y de pertenencia a la nación española. Puse en valor el día de la Constitución con encuentros institucionales y el homenaje a la bandera por parte de la Guardia Civil en ese día en el Azoguejo. Expresé en todo momento mi agradecimiento a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en la provincia, como garantes de nuestra libertad y seguridad.

—¿Por qué ahora la escisión? ¿Cuáles son las razones para abandonar?
—No me identifico con las líneas políticas ni con el funcionamiento del partido. Incluso percibo en peligro algunos valores, como el derecho a la igualdad, que considero parte de la esencia y dignidad de las personas. Es mi visión. No sé si estoy equivocado, pero así lo veo. Mi decisión no es fruto de una reacción emocional, sino consecuencia lógica de una realidad. Está muy meditada, tanto personal como políticamente, y viene de lejos. No lo hice antes para no comprometer a ciertas personas ni perjudicar la imagen del partido. Pero todo tiene un límite, sobre todo cuando uno vive los acontecimientos con malestar.
Las razones son muchas, pero destaco especialmente la erosión de las instituciones del Estado. Me resulta incomprensible que el Gobierno y sus delegados puedan negociar con un prófugo de la Justicia fuera de España, y que además se acepte un mediador internacional. Es un menoscabo al Estado de derecho. No entiendo una financiación singular para Cataluña, que rompe la solidaridad entre territorios y genera tensiones en otras comunidades, sin que se haya resuelto la petición de autodeterminación. Tampoco entiendo la ley de amnistía, la tensión permanente con el Poder Judicial, ni el ninguneo al Parlamento por la ausencia de presupuestos. Para mí, todo esto es muy grave.
Además, el funcionamiento interno del partido ha estrechado los espacios de debate y participación. Mantener el carné no puede convertirse en un acto de resignación o de lealtad mal entendida.

—¿Quién ha cambiado, Juan Luis Gordo o el PSOE?
—Yo he cambiado como cambia cualquier persona a lo largo de su vida, con la evolución de la experiencia vital y profesional. Soy más reflexivo y selectivo con las iniciativas. Más independiente.
Creo que el PSOE también ha cambiado mucho desde que me afilié. Se han banalizado valores fundamentales como la igualdad, la libertad y la justicia social. La transversalidad se ha perdido. El auge de lo que se denomina “izquierda woke” ha introducido una lógica distinta: ya no se reivindica lo común, sino lo particular; no la igualdad universal, sino el reconocimiento de identidades singulares y, a menudo, excluyentes. Esto puede ser problemático si no se gestiona adecuadamente.

—¿Cómo ve el partido en Segovia? ¿Están los mejores?
—Lo veo sin esencia, sin un proyecto claro con el que los segovianos puedan identificarse. Reproduce argumentarios dictados desde arriba y demoniza a la oposición, en lugar de proponer soluciones a los problemas reales. Así lo he manifestado en muchas ocasiones, aunque con poco éxito.
¿Están los mejores en los órganos de dirección? Creo que en estos momentos predominan los perfiles más sumisos, gestionables desde intereses compartidos. Esto es un problema para cualquier organización. Se necesitan personas con criterio, proyecto, y basadas en la capacidad, el mérito y la dedicación. El prototipo de organización siempre lo define su líder.

—¿Cómo debería ser?
—Ya he respondido en parte antes. Un partido debe ser abierto y transparente. Esa es la mejor forma de resultar atractivo, en contraste con las estructuras autocráticas y populistas. La clave está en la adhesión real y el seguimiento sincero a un proyecto común.

—¿A qué se va a dedicar ahora, siendo como ha sido eminentemente político?
—He sido político y lo seguiré siendo. La política es inherente a la vida en sociedad. Aparte de mi trabajo como funcionario, actualmente prorrogado, soy presidente de la Asociación Pluralismo y Convivencia Social de Segovia, que agrupa a unas 60 personas de distintas ideologías en torno a coloquios y otras actividades, como un club de lectura.
También soy vicepresidente del Centro Segoviano de Madrid, participo con artículos de opinión y me involucro en cuestiones locales. Además, sigo dedicado al deporte. Si la salud me respeta, tengo previsto participar en carreras populares y medias maratones hasta el próximo verano. A mis 66 años, empiezo a ver la vida con cierto vértigo, pero sin renunciar a vivirla plenamente.

—Cuéntenos recuerdos de interés de su trayectoria en el PSOE.
—Son muchos. Recuerdo cuando tomé las riendas de la secretaría general del partido: no teníamos recursos y el local estaba en mal estado. Propuse pintarlo y durante tres fines de semana lo hicimos nosotros mismos. Gracias a una gestión austera y eficaz, entregamos las cuentas nueve años después con un saldo de 125.000 euros.
También recuerdo los comités provinciales semestrales, que nunca fallaron, siempre con documentación previa y mucho debate. Agradecía la crítica porque me ayudaba más que el silencio. Las decisiones importantes siempre las consulté con Javier Reguera y Daniel Postigo.
Recuerdo los encuentros con la asociación de desahuciados tras la crisis de 2008. Fue muy duro. Me imaginaba en su lugar y traté de ayudar. También mis intervenciones en el Congreso, especialmente defendiendo una financiación singular para zonas despobladas, y las discusiones con Ana Pastor, con quien mantengo buena relación a pesar de nuestras diferencias.
No olvido el episodio en el que se me pidió dejar mi puesto como secretario segundo de la Mesa del Congreso tras retirar mi apoyo a Pedro Sánchez, en una mesa en la que estaban en frente de mi Margarita Robles, Adriana Lastra, José Luis Ábalos y Rafael Simancas. Me ofrecieron la presidencia de la Comisión de Justicia, pero me negué. Mi nombramiento era institucional, no de grupo. Así lo recordaba el letrado mayor. También guardo un grato recuerdo de los encuentros con presidentes de otros países y sus gabinetes en el Congreso.
Estas son algunos de mis recuerdos entre otros muchos.

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