Esta semana pasada, la Conferencia Episcopal Española, a través de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la vida, ha promovido la celebración de la Semana del Matrimonio. Con el lema “Matrimonio es +” ha tenido como objetivo ser una oportunidad para que los matrimonios católicos renueven su compromiso, así como mostrar a la sociedad la belleza del matrimonio. Esta iniciativa se enmarca en el contexto del Año de la Familia Amoris Laetitia, convocado por el papa Francisco.
Esto invita a los ciudadanos a repensar la raíz y el sentido del matrimonio y de la familia. Tanto desde el ámbito evolucionista como desde el creacionismo o teología de la creación, en un principio existió un origen femenino y otro masculino que juntos o en-matrimoniados dio origen a la familia. Salvo algunos atisbos de hemafroditismo, la mayoría de las culturas vieron el origen de la vida humana en la unión del varón y de la mujer.
Primero fue el matrimonio (el oficio/regalo –munus- de la madre -matrix-). Este en el creacionismo (propio de las grandes religiones) se fundamentaba en el amor (serán una sola carne), en la procreación (creced y multiplicaros) y en la unidad.
Por otra parte, así como el Islam desde el siglo VI después de Cristo valoró la familia -quizás por su origen habraámico- el cristianismo puso su énfasis en el matrimonio al que instituyó como un sacramento. Es curioso: el cristianismo no hizo de la familia un sacramento sino del matrimonio.
La razón es teológica: el matrimonio es un icono o imagen de la Trinidad: es amor, es creador y es unidad. En todo caso es familia. En este contexto el “matrimonio es +” significa que es más que una celebración de bodas, más que un matrimonio civil y más que el llamado matrimonio precristiano, aunque en su celebración recoja y acepte formas sociales de constituir el matrimonio propias de otras culturas: el consentimiento de ambos cónyuges o de sus familias, la celebración de los desposorios y bodas etc.
El matrimonio, antes de Cristo, no era considerado como sacramento, como no lo es el celebrado en los ayuntamientos o en otras religiones. “El matrimonio es más” porque es sacramento en la religión cristiana, especialmente en la católica. Por esta razón, por considerarse como algo sagrado, su celebración se lleva a cabo (salvo excepciones que provienen de su influencia cultural) en un templo o lugar sagrado o en un ámbito de comunidad cristiana (un templo desacralizado no es lugar para la celebración de bodas católicas).
Así se entiende que aunque el matrimonio y la familia son realidades fundamentales cuyo origen es precristiano, el significado de los mismos adquiere un plus al considerarse como un sacramento. Por ello, el matrimonio civil, social o la unión de una pareja, son respetables pero no son sacramento y no son propios de un creyente católico. El matrimonio sacramento es el propio de un cristiano.
Esto obliga a no casar en matrimonio sacramento a quienes no creen o no están bautizados. En este sentido hoy existe un riesgo social y comercial: hay personas que desean casarse por la belleza y el ropaje de la ceremonia de la boda católica. Ante este riesgo la Iglesia debe vigilar para que los futuros cónyuges se casen con la intención sagrada e inherente al sacramento. De lo contrario, el matrimonio sacramento se podría considerar nulo. (No ignoro todo el debate teológico respecto al matrimonio civil de los bautizados).
De esta manera, basados en los valores que configuran el matrimonio sacramento: imagen de Dios con los atributos de la unidad, el amor y la creación, debemos considerar la importancia del matrimonio en contexto familiar. Por eso, esta efemérides del “matrimonio es +” nace de la celebración del aniversario de Amoris laetitia.
En su mensaje de apertura el Papa Francisco nos invita a considerar la importancia de la familia y del matrimonio en esos tiempos de pandemia: “¡Apoyemos, pues, a la familia! Defendámoslo de lo que compromete su belleza. Abordemos este misterio del amor con asombro, discreción y ternura. Y comprometámonos a salvaguardar sus preciosos y delicados vínculos: hijos, padres, abuelos… Estos vínculos son necesarios para vivir y vivir bien, para hacer más fraterna la humanidad”.
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(*) Catedrático emérito.
