Hoy tenía que haber bajado a San Marcos.
Pero ya no, porque me retiro poco a poco del mundanal ruido tratando con ello de eliminar mi síndrome de impostor.
Pero no porque lo prohíbe la ley. San Marcos, el lugar, el barrio, la iglesia, el Santo, estarán tan solos como la mayoría de lugares, barrios, iglesias y santos de Segovia. Con lo que a mí me gusta pasear por lo sitios solitarios.
Pero esta soledad no es la de los amaneceres, cuando reculan los trasnochadores, ni la de los fríos o ventiscas que empujan a los pindongos al calor de las estufas. Esta soledad es funeraria, triste, mortal.
A la nostalgia del tiempo pasado se añade la tristeza de un presente que barre, como un huracán dañino, como un frío criminal, las calles de San Marcos, de todos los barrios.
¡Alégrate, hombre, podría ser peor! ¡Sé positivo, provoca resiliencia! Tienes que ser más lúdico, tomarte las cosas con más gallardía. ¡Échale un par!
Ay, San Marcos, intercede en este trance que ando muy menguado de caridad, algo menos de fe, pero voy muy corto de esperanza. Tú, que has conseguido tanto de mí.
Empezaste con mi madre. “Ahora que tienes coche me podías bajar a San Marcos.” Y me premiaba con avellanas gordas cuando terminaba la procesión.
Luego me engolosinaste con los relatos. Qué sensación más prodigiosa recibir el premio, leerlo, ser felicitado por el ganador anterior, el señor Galache; cómo levitaba yo.
Pues más tarde fue otro santo subalterno que ahora tienes tú al lado, San José María Heredero, el que se inventó un concurso de fotografía, y a él acudí con incertidumbre.
Cómo se reía de mí José María diciendo que esta vez no había podido ser. Cuando me iba oí mi nombre de ganador y aprendí de su humor.
A todo esto ya iba conociendo a vecinos y feligreses tuyos: Me gustaría nombrarlos a todos.
A la mayoría solo los conozco de vista y a ver cómo convenzo yo a los que no aparecen que les quiero tanto como a los que sí. Pero cómo no voy a mencionar a Zorzo, por esto y por lo de Semana Santa: no se me va de la memoria su pose junto al palo derecho de delante, con una sonrisa y una dosis de paciencia, esperando a que terminen de bailar la jota interminable que Tirotaterio interpreta como si en vez de pulmones tuviera un fuelle de fragua. Al señor Fernando: qué ricos nos saben los puros que nos fumamos y cómo nos dejan cultivar nuestra amistad. A Alfredo Matesanz, con su madre por la procesión, en el tablado conduciendo los garbanzos, los leones, los homenajes y las autoridades para que aquello no solo lo parezca sino que sea un evento. A mis mecenas Hilario Tabanera y el restaurante San Marcos, Alicia Marqués, que me han dejado cantar en su casa y a la luz de esa candela tan impresionante que es el Alcázar por la noche, que han expuesto mis fotografías con más fe que yo mismo, que me obsequian con su simpatía cada vez que nos vemos. A mi vecino Julián que se fue, como quien dice, después de tomarse un vino: se agarraba al pendón como si el sacarlo fuera su exclusiva; a su mujer, a su hermano, el conductor de la carroza que había inventado Zorzo para llevar al Cristo y a la Virgen de La Fuencisla, a la familia de este hermano. A este ejemplar de humanidad, Manolo, mucho más grande su humanidad que su tamaño, que nos llamaba Cachichi a todos y siempre estaba dando el callo; a toda su familia.
Apareció Lodeiro, atrayendo personal de todos los confines. Y me propuso ser pregonero, que en mi vida me había visto en tal aprieto. Con la gorra de caminero de mi padre y la chifla a la que me hice acreedor, saqué de mi archivo ocurrencias varias de cuando estudiante díscolo, de cuando tuno raro, de cuando persona agradecida; y les solté unas cuantas que a algunos, incluso, les llegaron a agradar.
Luego me jubilé. Y decidí hurtarme a la tristeza de ir viendo desaparecer a las personas que he llegado a amar. Pero eso es imposible. Están más que en mi memoria en mi corazón.
Solo un santo como tú, que no termina de escribir esa página que llevas, que siempre estás escribiendo, me puede comprender.
Por las fotos que te hice, por los cuentos que te conté, por las canciones que me oíste a tus pies… Ah, ¿que mis méritos son pocos, que no se hace por méritos de nadie? ¿Por la gente buena del barrio? Tampoco. ¡Por los clavos de Cristo! Porque te dé la gana, anda, por favor, vete y dile que nos ampare. Que pare esta prueba que estamos a punto de suspender.
Al año que viene, yo te prometo que si Él nos consiente, volveré a San Marcos. Aunque chucee o escacharre, aunque sea de lejos, para que no me vean tocado de tristeza, de emoción, de agradecimiento.
