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El Adelantado de Segovia

Mariano Conejo

por José Luis Salcedo
13 de noviembre de 2021
JOSE LUIS SALCEDO web
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Ena, la serie Woke

No sois para él lo que él es para vosotros

¡Oye tú, no te acerques demasiado! (Recordando a Jorge Ilegal)

Hoy día es muy difícil, por no decir imposible, hacerse una idea de cómo era este personaje estrambótico que vivió en Segovia por los años 30, 40 y 50 del siglo pasado. Nada más nacer fue depositado en el torno del hospicio. La hornacina de este torno, hoy todavía visible pero tapiada, se localiza en la fachada del antiguo Hospicio Provincial llamado después Residencia Provincial que formaban el conjunto de edificios del que fuera el Convento de la Santa Cruz fundado por Santo Domingo de Guzmán en 1218 que en la actualidad conforman el campus de la IE University (calle del Cardenal Zúñiga, 12, Segovia).

Los orígenes de Mariano Conejo siempre fueron muy oscuros aunque él recitaba su nombre con sus apellidos de corrido si se lo pedías, en realidad su verdadero nombre debía de ser el de Mariano Expósito. Las malas lenguas decían que era hijo natural de un sacerdote y una monja del mismo hospicio, cuestión esta que por razones obvias, nadie trató de averiguar.

Se desarrolló y residió siempre en el hospicio y pronto comprendieron las monjas que le atendieron que era un hombre con un grado de inteligencia inferior, pero sin llegar a ser un discapacitado absoluto. Por la década de los cuarenta frisaría los 30 años. De estatura media, fuerte pero fofo de carnes, con una cara redonda de tez aceitunada, labios gruesos, nariz achatada a lo boxeador y ojos muy vivaces aunque con expresión macilenta. Sus exagerados y extravagantes modales y actitudes revelaban, a simple vista, una minusvalía intelectual.

Parcamente vestido siempre de pana raída delataban que las vestimentas que llevaba puestas antes habían pertenecido a una persona de más hechuras. Dentro de su humildad las monjas procuraban que paseara afeitado y limpio. Su calvicie prematura le llegaba hasta la mitad de la cabeza que le brillaba en exceso. Andaba con pasitos cortos pero muy rápidos. En fin que su estampa presentaba a un hombre verdaderamente poco agraciado. No sabía leer y menos escribir ya que era totalmente analfabeto.

Como siempre vivió en el Hospicio, las monjas le aprovechaban para distintos menesteres: cavar la huerta, hacer recados, cargar con pesos y sacos, cortar leña y hacer todos los trabajos que fueran onerosos. Mariano era el burro de carga de la institución, así que tenía unas manos grandes, fuertes y callosas. En la calle jamás usaba la fuerza ya que su temperamento era de un natural pacífico y sus pesadumbres y enfados se diluían en palabrería hueca. De haber sido un ápice violento y se le hubiera ocurrido dar un cachete a un muchacho a este le habría puesto la cara al revés pero ya he dicho que nunca ofendió a nadie ni de palabra y ni de obra.

Tenía los días de asueto fijados que solían ser los días feriados y los jueves por la tarde. Su paseo siempre era el mismo, subía hasta el Azoguejo y enfilaba la calle Real pero sin llegar a la Plaza.

Desde que salía de la Residencia Provincial iba saludando a todo el personal que se encontraba, sin distinción de clases, lo mismo saludaba a un padre de familia con sus tres hijos que a un sacerdote o a un pordiosero, para él todo el mundo tenía el título de excelencia; indefectiblemente se colocaba delante de ti, se cuadraba y saludaba al estilo militar pronunciando siempre la siguiente coletilla: ¡A las órdenes de su excelencia! ¿Manda algo el señor gobernador? El interlocutor que ya sabía sus intenciones le donaba unos céntimos, lo que daba lugar a que Mariano ensartara una serie de epítetos grandilocuentes dirigidos al dadivoso, que naturalmente a este maldita la gracia que le hacían por ridículos como por ejemplo les calificaba de ‘benefactor de la humanidad’ o ‘redentor de pobres’.

Como él no debía tener asignación dineraria en el hospicio, con las limosnas que recibía obtenía un exiguo peculio, que tengo entendido que entregaba a las monjas, ya que yo no le vi jamás entrar en una taberna a tomar un vinillo ni gastar dinero en nada. Hay quien dice que cuando salía a comprar vino cargado con una garrafa a la taberna de Siro, echaba un buen trago que luego rellenaba con agua de la fuente que había en el arco bajo la calle San Juan en el paseo de Santo Domingo. Pero yo esto no lo he visto por lo que dudo que sea cierto.

Los chicos le insultaban con ¡Mariano, conejo! Él iniciaba una persecución que rápidamente abandonaba ya que el muchacho era más veloz. Algún gamberrete adulto escudándose en un corrillo también le insultaba: ¡Mariano, conejo! Y él se dirigía al corro para ‘pedir explicaciones’, lo que naturalmente se arreglaba dándole unos céntimos.

En fin, que él, que no se metía con nadie, era objeto de mofas de algunos desaprensivos que se escondían para no dar la cara de su desfachatez.

A mí me ocurrió un día lo siguiente: Se me acerca Mariano, se cuadra y me dice:

-¡A las órdenes de su excelencia señor gobernador! Dé órdenes su autoridad porque aquellos muchachos me han insultado y su excelencia no lo puede permitir por lo que les tiene que encarcelar.

-Pero hombre Mariano ¿qué ha pasado? –le contesté.

-Esos muchachos me han llamado ‘Cara Estaca’.

O sea que llamarle Conejo podía ser asumible pero Cara Estaca no se podía consentir.

Yo viendo sus intenciones le di una moneda con lo que se aplacó y asunto concluido.

En fin que su presencia por las calles de Segovia la veíamos, además de pintoresca, como natural y, es más, dada su minusvalía, creo que en Segovia se le apreciaba, y como era totalmente inofensivo a nadie molestaba.

Cuando salía de paseo tenía su hora de recogerse lo que cumplía escrupulosamente. Así llegamos a la década de los 50 donde a partir de un determinado día ya no le volvimos a ver. Mariano Conejo había muerto. Dios le tenga en su gloria.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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