Parafraseando a mi añorado amigo – tres navidades hace ya – Pablo Fierro: “estoy cansado, estoy muy cansado de todo esto”. Y como yo muchos de ustedes, seguro. Es un agotamiento mental, emocional y físico asociado a los tiempos de constante sobresalto que nos toca vivir. La pandemia te somete a una rutina de incertidumbres de la que cuesta salir indemne cuando la amenaza es el hospital, el confinamiento o simplemente la angustia.
Le ponen una pasión, una entrega y una energía a lo que hacen que me maravilla
Pero cuando peor estoy, cuando más ganas tengo de evacuar exabruptos y maldiciones en varias lenguas para alcanzar un desahogo que no me lleva a ninguna parte, me detengo en ejemplos como el de mi hijo Saúl y sus compañeros del benjamín b de baloncesto de los Maristas y, por extensión, de los que juegan la Avispa Calixta. Le ponen una pasión, una entrega y una energía a lo que hacen que me maravilla. Defienden, atacan, siempre corren y asumen una disciplina deportiva envidiable sin un mal gesto hacia su preparador o el rival. Cuando salen de jugar o entrenar lo hacen exhaustos, pero felices.
Una vez pregunté a mi hijo si le molestaba jugar con mascarilla y, con una naturalidad pasmosa, me dijo: “Prefiero llevarla a no poder jugar con mis amigos”. Y es que la mayor parte de las veces somos los adultos los que buscamos inconvenientes a situaciones que hay que afrontar con naturalidad y confianza.
Luchemos contra el marasmo activando nuestro cuerpo y espíritu con ejemplos aleccionadores, con motivos para mirar hacia adelante y pensar que, ojalá más pronto que tarde, nuestros hijos podrán vivir la vida sin mascarilla. Cuídense y nos leemos en 2022.
