Tradicionalmente el Ejército ha tenido una, más o menos fundada, aureola de machista y de marcar las diferencias de género, condición que revalida el hecho de que estaba vedada la entrada a la mujer, hasta el 22 de febrero de 1988, en que el Rey Juan Carlos I firmaba el Decreto Ley que abría sus puertas a la mujer, no sólo para acceder a la milicia, sino a que la mujer española pueda alcanzar todos los destinos y empleos sin distinción alguna.
Sin prisas, pero sin pausas la milicia ya no va siendo cosa de hombres, aunque todavía la sección femenina sólo alcanza un 12 %.
Siempre ha habido las ilustres excepciones que confirman la regla, y no podemos olvidar que la Historia nos ha hablado de mujeres soldado que brillaron por su valentía, su amor a la Patria y su entrega, como María Pita, Agustina de Aragón, la Monja Alférez, o Ana María de Soto, que hubo de hacerse pasar por Antonio María de Soto, y algunos casos que más salieron en las páginas de diarios sensacionalistas que en los textos de nuestra Historia, que conocí el caso de una joven abulense que queriendo reengancharse en su mili, como conductor, carnet que obtuvo al incorporarse a filas, hubo de ocultar su condición de fémina, habiendo incluso de “echarse” novia.
El caso más feliz y convincente de esta evolución de igualdad de género en la milicia es la llegada de Patricia Ortega al generalato, en cuyo acto de imposición del fajín rojo distintivo de este grado, el Jefe del Estado Mayor del Ejército, Francisco Javier Varela, reconoció que accedía al alto grado “por haber acumulado el mérito y capacidad para ello, y no por cupos”, “por haber acreditado de modo sobresaliente la competencia profesional y capacidad de liderazgo”. Quiero resaltar ese “no por cupo”, que supera esa aparente condición de igualar géneros, cuando con cupos, o reservas para la mujeres, lo que hace es agrandar la desigualdad pues supone que no lo lograrían por valer y méritos propios.
También quiero intuir sentido de igualdad al estar hablando del ascenso de Patricia Ortega nombrándola como General, y no generala, como no se dice sargenta, tenienta o comandanta; aparte de que “generala” en la milicia es un toque de tambor, corneta o cornetín que llama a la guarnición a la toma de las armas, y podría haber equívocos cada vez que el mando llamase a la “generala”. También suele decirse generala a la esposa del general.
Otra muestra de la tendencia igualitaria de género en el Ejército es la reciente orden de rebajar 5 cms. en la talla exigida para acceso femenino a la milicia, dejándolo en 1,55 m. de los 1,60 m. que se la exigía igual que al varón. Y es que este aparente privilegio, no sólo no es tal, sino el mejor ejemplo de igualdad, pues no hay mayor injusticia que tratar iguales a diferentes. Para mayor aplicación de la igualdad esto sirve para todas las escalas: oficiales, suboficiales, tropa y marinería, y por los accesos directo o de promoción.
Recuerdo que recientemente en Educación se ha dado el caso de que a un alumno con necesidad de “adaptaciones”, al que por esto se le había negado la titulación de la ESO, tras largas reclamaciones, han tenido que concederle la titulación lograda con esas adaptaciones, pues la desigualdad estaba en tratar igual a los diferentes, similar a tratar diferente a los iguales.
No hay que decir que hoy están prohibidas y penalizadas las canciones machistas de antaño, como la que decía “Prefiero tener un tanque, a tener una mujer, el tanque va a la guerra, la mujer la guerra es”, que cantaban los valientes y leales legionarios, que hoy pueden ser “valientes y leales legionarias”.
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(*) (Teniente de Infantería, ajeno al servicio activo).
