Fueron cinco bonitos años, del 1964 al 69, los que ejercí magisterio en el pueblo serrano de Navafría, era mi primer destino en propiedad. Recuerdo con especial cariño a mis compañeros Nati, Bernarda, Angelines, Josefina e Isabelo…, algunos ya no están, con alguna hablo a menudo, de otros he perdido la pista…, de mis alumnos, mi memoria se salta algunos, pero los tengo en mis afectos y conservo muy grato recuerdo de aquellos Lobo, Berzal, Abán, Moreno, Vicente, Barroso, Cervel…
Creo que aquella generación aprendió conocimientos y valores del equipo de maestros, que entonces no éramos “profesores” de asignaturas, sino pedagogos, conductores (de conducta), acompañantes, seguidores de la formación integral de cada alumno. Y yo también en esa convivencia de las aulas aprendí de ellos. Eran niños obedientes, respetuosos, agradecidos al interés que veían que teníamos por su educación, formación y porvenir.
Siempre que tengo alguna noticia de Navafría recuerdo la simpática anécdota que me sirvió de lección, para intentar educar con el ejemplo que arrastra y fija más que la lección releída, aunque la repetición sea esencial para fijar conocimientos. Era una mañana fría, de las que avalan el eufónico nombre del pueblo, Nava fría, llanura fría en la falda de la sierra, de la Sierra del Guadarrama, pero con nombre propio, “El Nevero”. Caía la nieve mansa, pero copiosa, había propuesto unos ejercicios, y mientras resolvían, y algunos hacían preguntas o presentaban resultados, me acerqué al ventanal y quedé admirando cómo “caían quediñamente as folapiñas da neve”, instintivamente lo bonito del paisaje me llevó a silbar una cancioncilla, posiblemente un villancico. Uno de los alumnos, le recuerdo como si lo estoy viendo, con una cara redondita y carrillos coloradotes, fingiendo no saber quién, se me acercó y me dijo, “don Manuel, están silbando en clase”…; tuve que entonar el mía culpa, y decir que había sido involuntariamente, pero que estaba muy mal. Marché al sillón de los pensamientos y las enmiendas.
Recuerdo aquél equipo de Voleibol que con el nombre de “Atlético Navafría” en el primer año de competiciones ganaron algún encuentro a equipos de la capital. Eso era coraje y entusiasmo…Los padres colaboraban y eran los mejores fans y seguidores.
Mi afecto por Navafría ya había comenzado años antes de mi destino profesional docente, pues allí, en el campamento militar que el Regimiento de Segovia, RACA-41, montaba cada invierno, junto al Cega, realizó mi hermano su periodo de instrucción de la entonces obligatoria mili. Recuerdo que en las frescas tardes de visita los altavoces, junto a marchas y pasodobles, insistentemente cantaban aquellas cancioncillas de los años 60 “Yo tenía una casita chiquitita en Canadá”, que en la voz femenina, tal vez Elder Barber, decía “Yo habeba una casetta picolina in Canadá…”o la simpática “Mi perrita pequinesa” con versiones de Emilio el Moro, Pepe Mairena, Pedrito Rico o Topolín Orquesta.
Aquellos días fui conociendo su desbordante paisaje y la bonhomía de su paisanaje, entrañable, colaborador y, por bien nacido, agradecido. Conocí su sierra y bonitos pueblines vecinos, el interesante “Martinete” de la familia Abán, declarado BIC, el puerto que une Madrid y Segovia, Lozoya y Navafría, en el que hoy funciona el Centro de esquí nórdico; el área recreativa de “Los Chorros”, con piscinas naturales, barbacoa, bar, y hasta pista multi-aventura “De pino a pino”, próxima a “El Chorro”, panorámica cascada de 20 m., y, por supuesto, su altivo pico “El Nevero”, que con sus 2.209 m. domina los valles de Navafría y de Lozoya, con el circo glaciar Hoyo de Pinilla y sus pequeñas “lagunillas”, en inviernos totalmente heladas, en las que tanto disfrutábamos patinando.
Una romántica leyenda, la “leyenda del Pozo Verde”, situada junto al Chorro, habla de dos jóvenes enamorados que, ante la oposición de sus padres, decidieron unirse para siempre en una grande y enigmática poza de este río.
Al emblemático pico, vuelvo cada Navidad dos veces, a subir un simpático nacimiento del grupo al que pertenezco, y que da nombre el mismo pico, “El Nevero”, y, pasadas las fiestas navideñas, a recogerlo, donde, a pesar del frío de la altura y la época, cantamos villancicos y brindamos por repetir nuevas ediciones, con turrón y champán.
También lo he recorrido varias veces en mis correrías ciclistas.
A 32 kms. de la capital este delicioso pueblín celebra típicas fiestas en San Sebastián, Virgen de las Nieves, o San Lorenzo, su patrón, por lo que en su escudo, además del pino figura la parrilla en que este santo fue quemado, siendo famosas sus ferias de artesanía y la de ganados.
Veo que la buena gobernación local y provincial han dotado a esta acogedora localidad de lo más justo y necesario, pues como dice su alcaldesa, a quien deseo feliz y eficaz gobernanza, Navafría tiene centro de salud, escuela, farmacia, carnicería, panadería, tiendas de alimentación, casas rurales, me consta que buenos bares, disfruta de buena ubicación cercana a las capitales de la provincia, la comunidad autónoma y el reino, Segovia, Valladolid y Madrid, y se realizan todo tipo de actividades culturales.
Escribo estas líneas del pueblo que con tanto afecto recuerdo, y en el que tengo varias familias amigas, un poco extrañado por las palabras que su joven alcaldesa, por su juventud ya no ex alumna, pero sí tal vez hija de alguno de mis alumnos, Jennifer Berzal Barroso, qué apellidos más navafrieños, casi como los ocho vascos, que en una entrevista en este mismo diario dice, al preguntarle por próximos proyectos: “Queremos mantener la escuela en nuestro municipio, los niños son una parte esencial para la vida del pueblo…”, lo que me lleva a preguntar ¿es que tanto se ha reducido la población escolar de mis lejanos años en que había infantil y dos grupos, mayores y pequeños, en dos diferentes edificios, a ahora?
Mi más afectuoso saludo y grato recuerdo para ese turístico y laborioso pueblo serrano.
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Manuel Fernández Fernández: ex-maestro de Navafría
