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Madriguera. El rubí de Riaza

por El Adelantado de Segovia
4 de agosto de 2024
en Segovia
Madriguera.

Madriguera.

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Fotografías: Enrique del Barrio Arribas
Textos: Guillermo Herrero Gómez

Si fuera una piedra preciosa, Madriguera sería un rubí. Su color rojo emana de la tierra. Con la arena arcillosa propia del lugar –llamada ‘almazarrón’ o ‘almagrera’- los vecinos revocaron gran parte del caserío, dando al conjunto arquitectónico su característica pátina rojiza. Pero bajo esos revocos de las fachadas, el rojo continúa siendo el color dominante, debido a que en el subsuelo de Madriguera aparecen algunas brechas ferruginosas de las que el hombre ha ido extrayendo su pétreo material, relativamente sencillo de trabajar, para tallar los sillares de las casas. Así las cosas, Madriguera es rojo, como el rubí.

Se tiene por cierto que los recursos minerales del piedemonte segoviano de la Sierra de Ayllón donde se asienta Madriguera fueron explotados desde la prehistoria, no habiéndose perdido su extracción en los periodos históricos posteriores. Mención especial merece lo acaecido en las postreras décadas del siglo XIX, cuando se produjo una auténtica ‘fiebre del oro’, no solo en Madriguera sino también en los pueblos de alrededor, debido a la aparición de trazas de ese metal en filoncillos ferruginosos. También en esa etapa hubo diversos intentos por llevar a cabo explotaciones a gran escala de la riqueza del subsuelo local, pero ninguno de ellos prosperó.

Panorámica de Madriguera.
Panorámica de Madriguera.

Pero todavía quedaba un último capítulo de la industria minera de Madriguera, el protagonizado, ya en el siglo XX, por la mina de caolín propiedad del industrial vasco Ceferino Zorroqueta, quien desde 1959 hasta mediados de los años 70 mantuvo abierto el yacimiento. Durante la vida de aquella mina de caolín, y aunque dio trabajo a decenas de obreros, se acentuó el declive poblacional de Madriguera comenzado a manifestarse, de forma nítida, tras la Guerra Civil.

Pero, a pesar de la brusca caída del número de sus vecinos, el pueblo logró mantener la capitalidad que, históricamente, había desempeñado en la zona. El atractivo de Madriguera jugó a continuación un papel fundamental para la pervivencia del lugar, pues ya desde finales de los 70 una élite económica y cultural enamorada de su belleza fue adquiriendo casas, cuyos propietarios habían emigrado, para su acondicionamiento como segunda residencia. Madriguera era un pueblo precioso, tranquilo y con un entorno privilegiado, por lo que resultaba ideal para escapar allí cada fin de semana de Madrid. El alto poder adquisitivo de los nuevos propietarios permitió elevadas inversiones en la rehabilitación de las casas, llevada a cabo –en la mayoría de los casos- con mimo, respetando la arquitectura tradicional.

En Madriguera se impone pasear un rato por sus calles, fijándose en mil y un detalles ofrecidos por sus casas. No solo llama la atención el color rojo. También las balconadas de madera, los motivos de esgrafiado segoviano, las inscripciones de todo tipo… Y luego, salir del pueblo en dirección a El Negredo. Tras cruzar el valle, el caminante debe darse la vuelta para contemplar Madriguera en todo su esplendor. Es, en efecto, un pueblo teñido de rojo, situado en una suave ladera y con la iglesia parroquial en su extremo sur. La Sierra de Ayllón cierra este impresionante cuadro.

La iglesia de San Pedro Apóstol
Situada justo en el remate sur del pueblo, la iglesia de San Pedro Apóstol es un original edificio, posiblemente del siglo XVIII, levantado sobre otro anterior del que no quedan noticias. Construida con la típica piedra roja de Madriguera, la iglesia tiene dos entradas, con la singularidad de que una de ellas –la sur- es desde el colindante cementerio. Exteriormente destaca la espadaña, roja férrica salvo en su base, arcos y remate. Ya en su interior, el visitante se encontrará con un templo dividido en tres naves separadas por arcos de medio punto. Llama la atención que todo el suelo sea de madera, bajo la que se sitúan enterramientos antiguos. La cubierta actual fue colocada a finales del siglo XX, por hallarse la original muy deteriorada.

Iglesia de San Pedro Apóstol.
Iglesia de San Pedro Apóstol.

Aquella economía de trueque
De pueblo en pueblo iba caminando Pepe el Corrusco para vender el género propio de una tienda de ultramarinos. Cargaba en Madriguera a su macho con arroz, aceite, azúcar, bacalao… ¡y a ganarse el jornal por esos pueblos de Dios!. No pocas veces se limitaba a cambiar su mercancía por huevos. “Echábamos cuentas para que nadie saliera perdiendo, y todos tan contentos”, afirma ahora este octogenario, que en infinidad de ocasiones trocó dos pastillas de jabón por un par de docenas de huevos. De regreso de la ruta por la comarca, en casa colocaban con cuidado los huevos en cajas de madera, previamente rellenas de paja, para evitar que se rompieran durante su traslado a Madrid, a la huevería de un familiar situada en la Plaza de Chueca. “En tiempo de mi padre –sostiene el Corrusco- se enviaban allí huevos cada semana o dos semanas, en carro; en mi época ya se mandaban en un camión”.

Punto de encuentro de las mujeres
Durante muchas décadas, de la vida tradicional de Madriguera se habló largo y tendido en el lavadero, situado a la salida del caserío en dirección a El Muyo. Desde su construcción hasta la llegada del agua corriente a las casas fue lugar principal de reunión de las mujeres, donde además de lavar la ropa de rodillas charlaban sobre pequeñas historias del lugar. El estado de los enfermos, cómo se había desarrollado el baile dominical en el frontón… Todo lo acontecido en el pueblo era allí motivo de tertulia. La aparición de la lavadora liquidó aquel magno punto de encuentro. El desuso de la instalación amenazó después su propia existencia, pero hoy, el ya restaurado lavadero se presenta como símbolo de una época, animando al caminante a evocar conversaciones allí escuchadas.

Antiguos lavaderos.
Antiguos lavaderos.

Haciendo sonar los cencerros
Desde el día de Reyes (6 de enero) hasta San Antonio Abad (17 de enero), los escolares de Madriguera hacían sonar sus cencerros. “Cada tarde, al salir de la escuela, nos atábamos unos cencerros a la cintura y dábamos una vuelta al pueblo”, relata Pepe el Corrusco. Se formaba una fila india, al frente de la cual iban los cinco de mayor edad -‘el alcalde’ y ‘los concejales’-, portando unas enormes zumbas. En sexto lugar se situaba ‘el alguacil’, encargado de mantener el orden en el grupo, especialmente entre los de la parte de atrás de la hilera, los más pequeños, algunos de cinco años. En el recorrido, realizado “al trote”, los integrantes del grupo llevaban un palo en la mano, ‘la mona’. El Corrusco recuerda que el sacerdote permitía a los escolares entrar con sus cencerros y campanillas a la iglesia el día de San Antón, cuando se celebraba una gran fiesta. Ese día era costumbre que los animales diesen varias vueltas a la iglesia y al cementerio.

Los tristes años 70
El descenso de la población, acentuado en los años 60, deparó un periodo decadente, el de los 70, en el que ni siquiera la llegada de algunos avances, como la instalación de un teléfono público o la entrada del agua corriente a las casas, frenó el ocaso de Madriguera. El cierre de la escuela pública, la pérdida del coche de línea o la liquidación de los pequeños negocios fueron episodios de esa gris década, que acabó con la incorporación, en 1979, de Madriguera al Ayuntamiento de Riaza.

Muestra de arquitectura popular.
Muestra de arquitectura popular.


Pastores por turno

Cuando Juan Pintó llegó a Madriguera, a finales de los años 70, le llamó especialmente la atención el manejo de la cabaña caprina. La mayoría de las familias tenía un pequeño hato, y cada mañana recorría las calles del pueblo un vecino haciendo sonar un cuerno para que salieran de los corrales todas las cabras. El gran rebaño era conducido a continuación al campo, donde pasaba toda la jornada pastando, hasta la caída de la tarde. “La curioso es que quien ejercía de pastor se iba turnando –recalca Pintó-; si un vecino aportaba 20 animales debía encargarse del rebaño la mitad de días que otro que sumaba 40 cabras”. La profunda transformación del pueblo en las décadas de los 80 y 90 atropelló aquella ancestral práctica. Hoy, las cabras de Madriguera solo quedan en el recuerdo de los más viejos del lugar.

La Encinota
Camino de Estebanvela, el viajero se asombra al descubrir un árbol de gran porte, popularmente conocido como ‘la Encinota’. Es, en efecto, una encina (Quercus ilex), incluida en el catálogo de Árboles Singulares de Castilla y León elaborado por Bosques sin Fronteras. No vive ajena a la polémica ‘la Encinota’, pues los propios vecinos de Madriguera discuten con ardor si se trata de un solo árbol o en realidad son cuatro enormes ramas unidas en su base por un tronco común. Anímese, amigo lector, y entre usted al debate. Allí, a los pies de la encina, puede reflexionar un rato sobre esta cuestión al tiempo que descansa en un rústico banco de madera.

La Encinota.
La Encinota.

Huellas de la minería
En el entorno de Madriguera existen numerosos parajes en los que el visitante cree encontrar huellas de la minería, aunque desconoce qué se extraía allí. “Sí, es verdad –confirma Roberto Pérez cuando cae esta fotografía en sus manos-; esa zona fue limpiada a inicios de los 70 para buscar dónde acababa el yacimiento de caolín”. La conversación deriva en el destino de aquel mineral. Al parecer, parte de la producción se enviaba a la empresa Gresite, para el revestimiento de piscinas; vendiéndose otro porcentaje reseñable a Calzados Segarra, que utilizaba el caolín de Madriguera para robustecer las suelas de sus zapatos.

Huellas de la minería.
Huellas de la minería.

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Extraído del libro
Del Color de la Tierra (2019)
Un recorrido por los pueblos rojos, negros y amarillos
de la Sierra de Ayllón segoviana

Coeditado: Librería Cervantes y Enrique del Barrio
https://libreria-cervantes.com/libro/del-color-de-la-tierra_27206

Del color de la tierra, un recorrido por los pueblos rojos, negros y amarillos de la Sierra de Ayllón

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