No sé qué será pero toda la gente que ha acudido a Roma en este jubileo viene encantada. Me lo decía una amiga que estuvo en el jubileo de los voluntarios. Mucho calor, mucho ajetreo, prisas para todo y colas, pero mucha alegría, mucha paz y una experiencia de la catolicidad de la fe. Cuando escribo este artículo, el grupo de jóvenes la Diócesis que ha asistido al Jubileo de los Jóvenes acaba de regresar. No he podido hablar con ninguno de ellos, pero he seguido las crónicas que cada día han ido enviando a través de la Delegación de Medios, incluido D. Jesús, nuestro obispo, que también ha hecho el viaje con ellos en autobús. Nuevamente resuenan en sus testimonios las palabras alegría, paz, esfuerzo y las expresiones compartir experiencias, sentir la fe, abrirse a los otros.
Estas manifestaciones me han traído a la memoria aquel agosto, tórrido también, de 2011. Un recuerdo teñido de cierta añoranza. Porque es el recuerdo de los días previos a la JMJ de Madrid cuando jóvenes de todo el mundo iban llegando a España para participar en esta Jornada Mundial de los Jóvenes y las diócesis acogíamos a grupos de jóvenes. Del 11 al 15 de agosto, en los salones parroquiales, en casas particulares (200 hogares de acogida), en pabellones deportivos, se fueron instalando los 3200 jóvenes procedentes de todo el mundo que llegaron a Segovia y a los que había que dar no solo un lugar para dormir y algo para comer sino formas de encuentro con las parroquias, de oración compartida y de celebración. En nuestra parroquia —yo entonces estaba en S. Frutos con Fernando Mateo— recalaron un numeroso grupo de jóvenes de Madagascar y otro mucho más pequeño de Canadá. La relación con los malgaches fue intensa y entrañable.
Lo recuerdo como una auténtica conmoción para la ciudad y para los pueblos en los que fueron recibidos. Todos ellos llevaban con orgullo sus banderas, vestían camisetas y portaban sombreros. Nos llamaba la atención cómo participaban en las celebraciones, con auténtica unción, sin afectaciones, sin competir a ver quién parecía más piadoso, sin extravagancias ni poses. Vivían con alegría y naturalidad el sentido de la catolicidad. Hay que decir que la diócesis, pueblos y ciudad, a través de la Delegación de Pastoral, hizo un esfuerzo grande pero que el resultado fue especialmente emocionante.
Creo que todos recordamos el hermoso el Vía Crucis por la Huerta de los Carmelitas, rezado en distintos idiomas y que resultaba extraño porque era el mes de agosto y no pegaba un vía crucis con ese calor, aunque en el horizonte, hacia el Caloco, se adivinaban los rayos de una tormenta que se acercaba. Como fue admirable la fiesta celebrada en la Plaza Mayor con la intervención de grupos de distintos países y que terminó siendo una significativa muestra de civismo y sensibilidad porque al terminar apenas fue necesario el servicio de limpieza. O la emocionante misa de despedida en la Catedral, presidida por nuestro obispo D. Ángel Rubio, acompañado por el obispo de Brunei y el auxiliar de Antatanaribo (Madagascar) que culminó con el canto del himno de la JMJ mientras todas las delegaciones hacían hondear sus banderas.
Madrid 2011 es también le época del 11M. Por aquel entonces yo simpatizaba con ese movimiento que estaba acampado en la Puerta del Sol y de hecho pasé un par de veces por la acampada para comprender qué pedían y qué proponían. La situación política era tan lamentable que muchos creíamos en la necesidad de un cambio en unos partidos políticos plagados de corruptelas y arribistas y aquellos jóvenes airados parecían aire fresco. Sin embargo, me decepcionó que un grupo de aquel movimiento de gente que hacía gala de tolerante y respetuosa, insultara y acosara a esos jóvenes cuando pasaron por la Puerta del Sol. Ellos no tenían ni idea de lo que allí se cocinaba ni sabían del ancestral anticlericalismos de nuestro país. El manifestarse como cristianos parecía una provocación y su masiva presencia en las calles de Madrid, una intromisión intolerable.
Catorce años después, no sabría decir qué queda de todo aquello. Del 11M, cada uno puede juzgar. De aquellos jóvenes que participaron tan intensamente en la JMJ, que se fue perdiendo el impacto poco a poco aunque todavía permanezcan recuerdos entrañables. Es lo que tienen estas cosas. Provocan un tsunami emocional que deja un vívido recuerdo, pero la ola se termina diluyendo si no se sigue agitando el mar interior.
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(*) Profesor emérito.
