La pederastia: un síntoma de una sociedad gravemente enferma
Amigo lector: No pretendo en este breve artículo de opinión sentar cátedra ni exponer las bases de una tesis doctoral sobre este tema tan importante y de tanto alcance y repercusión social como es la pederastia. Evidentemente el tema ha sido tratado por eminentes psicólogos y profesionales del mundo de la psiquiatría y de las ciencias del comportamiento, en general. Sirvan como ejemplos ya clásicos: Sigmund Freud, Melanie Klein, Jung, Ferenzci….
Si intentaré aportar alguna precisión en este tema por si pudiera servir de algún modo para clarificar ciertos conceptos.
En primer lugar, hay que distinguir entre pedofilia o paidofilia y pederastia. O deberíamos decir paidofilias. No es lo mismo. pedofilia o paidofilia que pederastia. La pedofilia suele definirse como la tendencia o inclinación erótica o/y sexual hacia los niños, niñas y prepúberes que puede desembocar o no en pederastia, es decir, en actos de abuso sexual hacia esos niños.
La pedofilia es una parafilia, es decir, “al margen del amor, al margen de la pulsión de vida”, diríamos con S. Freud. La pedofilia no guarda relación con el afecto sino que considera al niño como un simple objeto de deseo sexual.
El pedófilo, en general, no tiene sentimientos de culpa o de vergüenza, sólo un subgrupo dentro de los pedófilos los tiene. No todos los pedófilos se convierten en pederastas.
El pederasta considera al niño como un simple objeto tomado para abusar sexualmente de él. Esta inclinación sexual que es una perversión de la sexualidad es un trastorno patológico de la sexualidad, que se produce ya en la infancia del pederasta y que le va acompañando durante su vida, de ahí que los resultados terapéuticos en la edad adulta de los pederastas son escasos.
La pederastia no es algo que haya aparecido por “generación espontánea” desde hace unos pocos años. Es tan vieja como lo es el ser humano. Basta con retroceder a la cultura grecolatina para ver cómo en ella hay una justificación de la pedofilia: el amor por los muchachos, discípulos, es una forma de trasmitir los conocimientos. La sociedad de la época lo veía como algo natural y así lo aceptaba el niño. El “amado” se entrega porque quiere obtener conocimiento y sabiduría.
En el Renacimiento, “el niño (el aprendiz) aprende” en los talleres de pintura, continuando con esa costumbre.
En algunas culturas, que siguen tradiciones y ritos ancestrales, se llevan a cabo ritos de iniciación sexual practicando con niños, ritos que nos causarían asombro y desagrado, al menos, en nuestra sociedad (sólo, como ejemplo, la tribu Sambia de Papúa, Nueva Guinea).
Centrándonos en nuestra “civilización”. Nos echamos las manos a la cabeza por los casos de pederastia puestos al descubierto por las denuncias de las víctimas ya en edad adulta, pero no podemos ser tan hipócritas de ver como “normal” los matrimonios por dinero de niños con adultos que se dan en otras “culturas” ni no hacer nada por impedir el llamado “turismo sexual” en países donde son obligados a ejercer la prostitución niños y niñas.
La pederastia como la violencia en nuestra cultura es de toda la vida. Los que nacimos a principios de los años 50, pudimos ver cómo se maltrataba y abusaba sexualmente (y no nos escandalicemos de reconocer la verdad) primero en las familias, porque hay datos estadísticos y de delitos que ponen de relieve que el primer lugar donde más se practica el abuso y el maltrato es en las propias familias.
La violencia y el abuso era algo habitual tanto en parte de la sociedad civil como en parte de algunas instituciones religiosas. “La letra con sangre entra”. La pederastia está presente en muchas esferas de nuestra sociedad: colegios, hospitales, gimnasios, clubes de fútbol, el mundo del cine, de la política….Los casos no salen a la luz por la vergüenza y la condena que la sociedad no sólo impone al pederasta, justo en este caso, sino también a la víctima del abuso que a veces se siente culpable por lo que le ha ocurrido.
No pretendo ni muchísimo menos restar importancia a la pederastia denunciada en el propio seno de la Iglesia Católica y como católico, que así me confieso, me causa verdadera pena, dolor y vergüenza por todos los casos aparecidos, por la negligencia y la connivencia de las autoridades eclesiásticas en tapar y no poner a disposición de la justicia a los culpables de un delito castigado en nuestro Código Penal. Si la Iglesia Católica quiere ser la verdadera iglesia de Cristo no puede amparar en modo alguno ni un solo caso de pederastia. “La verdad os hará libres”. Y desafortunadamente los casos de pederastia venden más en los medios que los miles de mártires por la fe en Cristo, por los miles de religiosos y laicos que desde hace cientos de años crearon y crean escuelas, hospitales, leproserías, colegios, casas de acogida para niños, residencias de ancianos y han dado y siguen dando su vida literalmente por mejorar las condiciones de vida de tantos niños, hombres y mujeres en tantos países del mundo.
No hay excusa posible para no condenar la pederastia, pero no nos dejemos engañar la pederastia también existe en otras confesiones religiosas y en otras religiones. Y no voy a señalar casos, pero hay confesiones que puede leerse en internet cómo hacen también autocrítica y otras callan “porque el que esté libre de pecado, tire la primera piedra”. Sí quiero señalar que para algunos, eso piensan ellos, erróneamente, cuanto peor les vaya a otros creen que mejor para ellos.
Me atrevo a escribir, por mi experiencia de lo vivido, que en los años 50 y 60 fueron muchos los sacerdotes que se secularizaron y que hubieran seguido realizando su ministerio sacerdotal, si se les hubiera permitido casarse. No soy un teólogo, pero no alcanzo a entender por qué el celibato en el sacerdocio católico no puede ser algo voluntario.
Debo decir que en aquellos años la formación sexual en los seminarios no existía, tampoco en los colegios laicos. La mujer era el pecado y el mayor pecado era el sexual. La religión en general, no sólo la cristiana, nunca ha sido capaz de integrar una sana interpretación de la sexualidad, que es un don, muy importante, de los que Dios ha dotado al ser humano.
La concepción bíblica literal sobre la mujer y el origen del pecado en el mundo, basada en la concepción judía sobre la mujer ha hecho mucho daño en este sentido a las iglesias cristianas, en general. En particular, en la Iglesia Católica excluir a la mujer del sacramento (porque es un sacramento) del Orden Sacerdotal, del Sacerdocio Ministerial no deja de ser una autèntica desigualdad porque supone el predominio de los varones y la exclusión de la mujer. Es un “pecado social”, fruto de las estructuras patriarcales y machistas. Estas últimas palabras no son mías, pero las hago mías siguiendo afirmaciones del XXXVII Congreso de Teología. Identidad sexual y cristianismo.
Retomo el principio de este artículo. Tolerancia cero a la pederastia. Existe un activismo pedófilo que pretende legalizar el consumo de material pedófilo con la excusa de que así disminuirían los casos de pederastia. Se puede consultar en internet toda una “historia” de los movimientos pedófilos y cómo existen partidos políticos que defienden la pedofilia. Existe el “Día del orgullo pedófilo”.
Amigo lector: todos debemos poner nuestro granito de arena para combatir esta lacra e impedir que socave los cimientos de una sociedad sana ética y moralmente, donde podamos todos mirarnos a los ojos y educar a nuestros hijos en los verdaderos valores para evitar que esta sociedad huela a podrido. Muchas gracias.
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(*) Miguel Prieto Borrego es licenciado en Psicología.