Nunca he entendido el empeño de la lengua castellana en asociar lo negro con lo negativo, lo triste, lo malo. No sé a que viene tanta manía a un color del que surge, por contraste, toda posibilidad de luz, de cromatismo; porque de lo oscuro nace lo luminoso; de la tiniebla, lo brillante; de las negruras del alma, de nuevo la vida.
De ese negro luminoso, de esa luz negra que encierra todos los colores, saben mucho los checos, inventores de esa delicia técnica conocida como teatro negro. El Teatro Negro Nacional de Praga, que este fin de semana ha presentado en Segovia, dentro de la programación de los Clásicos’09 del Teatro Juan Bravo, “El barón Munchaussen”, domina a la perfección esa técnica, mágica y sorprendente donde las haya.
Como cualquier aficionado conoce, el teatro negro envuelve a actores y elementos escénicos en una total oscuridad, excepto por una luz ultravioleta que permite resaltar aquellos aspectos de la escena que convienen a la acción. Así, con actores-manipuladores vestidos de negro, las cosas y los muñecos cobran vida sobre el escenario, de una manera tan real que casi parece imposible que no lo sea.
El Teatro Negro Nacional de Praga ha elevado la técnica del teatro negro a unas altísimas cotas artísticas. El dominio de la técnica es excepcional, pero además se ve enriquecido por otros elementos, como las técnicas de vuelo o la introducción de películas y animaciones que se integran perfectamente en la acción. Por supuesto la música, el baile y el teatro ‘con luz’ también se utilizan con plena solvencia.
El resultado en estas “Aventuras del barón Munchaussen” es, sobre todo, un espectáculo visualmente muy potente; como hace unas semanas con “Urtain”, de Animalario, la fuerza de las imágenes dejaron a los espectadores clavados en sus butacas. A los cinco minutos, justo los necesarios para preguntarse lo de “¿cómo consiguen que vuele la cama, si no se nota nada?”, todo el teatro estaba sumergido en un mundo de fantasía del que es muy difícil escaparse. Sobre todo, porque no quieres.
Aunque la fuerza de la parte visual del montaje hace que la relevancia del argumento sea relativamente pequeña en comparación, hay que señalar que “Las aventuras del barón Munchaussen” se basa en la novela de Gottfried Bürger sobre este excéntrico personaje. El barón y su psiquiatra, que pasa de intentar curar al paciente a perderse en sus creaciones, recorren mundos subacuáticos, países de gigantes y palacios de poderosos gobernantes árabes. En cada uno de esos mundos, la magia es protagonista.
El montaje, distribuido en dos partes, tiene más ritmo en la primera; en la segunda, las escenas en el palacio árabe se prolongan en exceso y el interés argumental decae un tanto, aunque la impagable escena del baile de los amantes en la luna, emocionante, compensa esas pequeñas carencias.
En resumen, un montaje en el que lo negro se vuelve luminoso y que puso una sonrisa en la cara del numeroso público que asistió a la representación del sábado.
