Todo saldrá bien. Todo pasará y juntos cambiaremos el mundo. Eso dicen pero no es cierto. No saldrá bien porque haría falta un espíritu autocrítico y de catarsis que no existe. Porque los cobardes pedían que los sanitarios se muden de casa cuando lo que debía mudarse es la piel de la ingratitud. Eso sí, cambiaremos los aplausos en las ventanas por… ¡qué sé yo! 50.000 velas para recordar que todo salió mal 50.000 veces y que detrás de cada dígito hay un drama familiar.
Y no saldrá bien porque perdidos en ideologías llegamos tarde a la lucha, sin medios; porque en el encono social los buenos y los malos seguirán siendo de los nuestros; porque hay una legítima crítica a la gestión; porque el trabajo se ha esfumado y porque sin transparencia no hay confianza. No saldrá bien porque volveremos a la vida insufriblemente manipulados, habiendo parado el reloj social un tiempo irrecuperable para vivirlo como un final feliz; pero los finales felices son relatos incompletos.
Y porque los egos políticos y mediáticos seguirán escupiendo doctrinas para azuzar al aborregado personal; carne de trinchera dialéctica. No, todo no saldrá bien y cualquier excepción será virtud o engaño.
Sólo cambiando la mentalidad podemos cambiar la visión del mundo; pero sin imposiciones. El verdadero modelo de cambio comienza en uno mismo y no en el empalagoso y frívolo buenismo social comanditario que nos venden como disolvente de responsabilidades políticas.
