En los años 60 mis abuelos, ya jubilados, se fueron a vivir a Segovia buscando mejor clima para los achaques que el tiempo iba sembrando. Desde el balcón de su casa se veía el majestuoso perfil de la Mujer Muerta; en la lejanía querían seguir sintiendo el latido de su tierra. Juan, madrugaba cada mañana y mirando por la ventana hacía su predicción: Hoy nevará en San Rafael, afirmaba cuando veía las nubes engarzadas a los altos de la Sierra de Quintanar. Y acertaba. Si en la atardecida el cielo se tornaba malva, recogiendo los colores que la tierra repartía, mirando a Pasapán, susurraba: Esta noche caerá una buena “pelona”. Y volvía a acertar.
El conocimiento de la sierra se adquiere con la reflexión, la visita a sus rincones, la sabiduría que dan los años y la tradición. Veo cómo se prodigan los paseos didácticos al monte con los chavales en un ejercicio de entrega del legado cultural serrano de unas generaciones a otras. Bien, porque lo que aprendemos a amar de niños lo abrazamos de adultos en un estímulo básico de las emociones.
Hoy la Mujer Muerta sigue ciñendo sus atávicos vestidos de nubes y violáceos matices. Al verlo, no puedo olvidar que desde aquel balcón de Segovia ya no hay nadie que interprete sus caprichos, pero tengo la íntima esperanza de que algún día, en su vejez, alguno de aquellos niños que hoy escuchan mientras pasean por el monte, se asomará a una ventana segoviana para descifrar con nostalgia su sierra diciendo: Esta noche caerá una buena “pelona”. Así me lo enseñaron.
