Esta lacra hará que valoremos mejor algo que teníamos y que ahora hemos perdido. No hablo de las personas, ni del trabajo… todo importante, claro. Hablo de algo mucho más prosaico.
De nuestras vidas se ha apoderado la incertidumbre y lo imprevisible. Ya no hay agendas ni programaciones sociales y eso nos genera desasosiego. Tal vez en nuestra ahormada sociedad ahora cobra su debida importancia la denostada rutina; la aburrida e impertinente rutina que nos asfixiaba antes de la pandemia, arruinando con su presencia el final de cualquier historia feliz para convertir nuestro tiempo en un calendario previsible de encuentros marcados que han desaparecido. ¡El automatismo en los pronósticos del almanaque zaragozano! No hay celebraciones, ni certidumbre, ni seguridades escolares, ni eventos culturales, ni… al menos nada es igual. Ahora lo afín es la distancia y lo programado se ha convertido en infrecuente, alejado de aquello que nos encadenaba a la tiranía del día a día. Gritaban los absolutistas dieciochescos: ¡Qué vivan las cadenas! Pues no será eso, pero yo sí que suspiro a voz en cuello: ¡Bendita rutina que nos encadenaba al calendario! Aunque, no lo sé, mucho me temo que hemos cambiado de ataduras.
La vida necesita planificación y un envoltorio de certezas. Quiero que la rutina vuelva a mí, aunque sólo sea para poder seguir repudiándola por cargante.
En fin, Luis, habrá que tener paciencia.
