La duración media de un abrazo es de tres segundos. Si se prolonga, el organismo produce endorfinas creando una sensación de opiáceo bienestar y relajación. Seguramente no haya una sensación tan grata ni tan ancestral como la de un abrazo sincero. La mano tendida en la espalda, el brazo sobre los hombros y el vivificante apretón, es uno de los gestos más antiguos de la humanidad y que hasta hoy se encontraba en franco retroceso; Pedro y Pablo lo han rescatado.
Vivimos en una sociedad abastecida absolutamente de todo menos de cercanía y empatía en que la gestualidad pierde valor en beneficio de la vanidad y la hipocresía. Y sin embargo estamos rodeados de gestos, que por cotidianos, pasan inadvertidos y que reflejan lo que fuimos (y somos); un cúmulo de desconfianzas que se combaten gestualmente… aunque sea por interés. El saludo militar llevando la mano derecha extendida sobre la frente tenía el significado de destocarse del casco; me desprotejo. Si tiendo mi mano derecha para saludar, acredito que estoy desarmado.
Incluso el brindis, ese entrechocar de copas que practicamos en cada celebración, originariamente no es otra cosa que el acercamiento de dos vasos para intercambiar sus contenidos y evitar los ancestrales envenenamientos. Y como ellos, el abrazo, símbolo de paz y concordia, como el de Vergara entre Espartero y Maroto, que puso fin a la Primera Guerra Carlista… aunque después vinieron otras dos. Viendo los abrazos actuales, parece que nada haya cambiado aunque hoy las batallas cainitas sean de otro tipo.
