En esta semana muchos ciudadanos están pendientes del sorteo de lotería, aunque este y otros juegos de azar se desarrollan durante todo el año. No cabe duda que la expectación ante el sorteo tiene entre-tenidos a numerosas personas.
Como todos los comportamientos del ser humano este puede tener un efecto negativo o positivo ¿son lícitos los juegos de azar y las loterías desde el ámbito ético? ¿tenemos derecho moral a poseer lo que ganamos con la suerte de la lotería? Seguro que muchos lectores darán por verdadera su licitud. Pero la respuesta tiene sus matices.
En cuanto a la naturaleza de los juegos de azar, no hay problema en admitirlos en sí mismos como lícitos ya que la cantidad recibida como premio por el ganador es fruto del trabajo cedido voluntariamente por parte del propietario que juega. Se puede decir que de forma indirecta el jugador cede voluntaria y libremente el fruto de su actividad laboral a la persona que posteriormente se va a reconocer como propietaria como fruto del premio que le ha llegado en suerte.
Sin embargo, en cuanto a las circunstancias o efectos que puede producir en el jugador es difícil compatibilizar los juegos de azar con la dimensión humanista: especialmente cuando se alimenta el ansia de tener y de poseer más y más con la frecuente consecuencia de la dependencia o ludopatía creada.
El mal moral esta, por tanto, entre otras razones, en la actitud de dependencia que se crea en el jugador, en las grandes cantidades que se adquieren y en el destino de los mismos en caso de que se juegue con dineros superfluos. Es sabido que los bienes superfluos según la ética humanista no pertenecen al titular o propietario legal sino a los pobres que tienen derecho a vivir con los viene superfluos de los demás. Por tanto, la pregunta moral es: si se juega con bienes superfluos ¿las ganancias a quien pertenecen, a los pobres o al jugador con suerte?
El dinero del que juega (lo apostado o lo recibido como suerte) es fruto del trabajo propio o de persona ajena que se lo ha donado. En un caso, al jugar, se está dispuesto a ceder ese dinero; en el otro se está dispuesto a recibir ese don o lo ganado en suerte. Es lógico que cada persona puede disponer razonablemente del fruto de su trabajo. Por eso, en si mismo considerado, el juego no es malo, pero quien gana más de lo necesario debe darlo a los pobres.
El problema aparece también en la actitud creada en los que juegan. Observamos en muchos casos que incluso los pobres buscan en la lotería la solución de los problemas en vez de hacerlo con el trabajo, con la solidaridad social o con la limosna.
Pero existe una objeción: según algunos su licitud radica en que los juegos de azar son una forma que tiene el Estado de recaudar dinero para el bien común (El estado suele quedarse con el 50 por ciento de los bienes recaudados; el resto se utiliza para cubrir los gastos y el reparto de los premios). No hay que olvidar que el dinero recaudado por el Estado ha sido tomado de los pobres en cuanto esas grandes cantidades provienen de los bienes superfluos y, como en el caso de lo que reciben los premiados, si son bienes superfluos pertenecen a los pobres.
Según esto, la pregunta de fondo es ¿Cuáles son nuestros títulos de propiedad? Tres son los orígenes de la propiedad de un bien: el trabajo propio, la donaciones o limosnas y las herencias. En el caso de estas últimas también son objeto de reflexión moral. Pero lo dejamos para otra ocasión.
Según algunos, el trabajo es el único título de propiedad o de tener algo como propio de manera que, si no se trabaja o no se garantiza el derecho de trabajar, ningún sistema jurídico puede reconocer moralmente a nadie como sujeto de `propiedad de algo. De ahí nace el deber de los organismos públicos de garantizar el trabajo para todos.
Por tanto los juegos de azar son buenos en sí mismos. Pero las circunstancias y los efectos perniciosos en las personas pueden maliciar su ejercicio.
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* Profesor emérito.
