A solo dos días de que Afganistán se juegue su futuro político en las urnas, los talibán redoblaron ayer su ofensiva con dos atentados suicidas que dejaron al menos una docena de muertos y un ataque con proyectiles sobre el Palacio Presidencial de Kabul, una ciudad en alerta y tomada por completo por las Fuerzas de Seguridad.
El suceso más grave tuvo lugar en la peligrosa carretera que conduce a Jalalabad (este) desde la capital, objetivo frecuente de los insurgentes porque a la salida de Kabul se encuentran varios cuarteles de las tropas estadounidenses y de la ISAF. El suicida lanzó su vehículo contra un convoy militar aliado y causó la muerte de siete personas y heridas a otras 40.
La OTAN aseguró que entre los muertos hay un soldado de la ISAF, siete civiles y dos empleados afganos de la misión de la ONU en el país, este último dato confirmado por Naciones Unidas.
El atentado fue condenado por el presidente afgano, Hamid Karzai, horas después de que dos misiles cayeran en las inmediaciones de su palacio sin causar víctimas.
Y además, según una fuente policial, otro ataque suicida acabó con las vidas de dos civiles y tres soldados locales e hirió a otras cinco personas en la región centro-meridional de Uruzgán, donde los rebeldes tienen una amplia presencia.
Este mes se han registrado ya varios ataques con cohetes lanzados desde las afueras contra Kabul, una ciudad relativamente aislada del conflicto armado y cuyos habitantes aún recuerdan el martirio al que fueron sometidos durante la guerra civil en la década de 1990 y conviven casi diariamente con los atentados.
Ataques como el de ayer contra el convoy de la ISAF y otros contra instalaciones militares o sedes oficiales se cobran siempre una mayoría de víctimas civiles que se encuentran en las proximidades.
En vísperas de las elecciones, la capital se hallaba tomada por miles de soldados del Ejército, policías y guardas privados de seguridad armados con kalashnikov o con ametralladoras para proteger los edificios importantes.
La zona de las embajadas cuenta con sucesivos controles de paso y los inmuebles estratégicos están amurallados con alambradas y densos bloques de cemento para protegerse de los atentados de los talibán, quienes han demostrado su capacidad de golpear la ciudad.
«La seguridad -dijo el jefe de los servicios secretos afganos, Amrullah Saleh- es como el pan. Un bien que necesitas sin cesar. Será para siempre nuestra preocupación y es un bien que necesitaremos siempre. Nuestras medidas y esfuerzos no se detendrán tras las elecciones».
La masiva presencia de las fuerzas del orden no ha hecho mella en la percepción de los afganos: según un reciente estudio del instituto norteamericano IRI, la seguridad es uno de los dos principales problemas del país para el 56 por ciento de los ciudadanos consultados, 21 puntos por encima de la situación económica.
«Yo la tengo (la pistola) por seguridad. Aquí en Kabul hay robos y secuestros constantes», relata un tayiko de 22 años preocupado por el alza del crimen, mientras empuña una Beretta italiana de calibre 9 mm parabellum en el interior de un coche.
De acuerdo con distintos informes, las carreteras afganas están infestadas de bandidos que tienden emboscadas a camioneros y viajeros, sin que esté clara en muchas ocasiones la frontera que separa al delincuente del insurgente.
En Afganistán hay unos 100.000 policías, pero la mayoría están mal formados y equipados, tienen salarios bajos y apenas cuentan con infraestructuras.
