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Los negocios afloran en Idomeni a la espera del asilo que no llega

por Redacción
17 de mayo de 2016
en Internacional
La valla fronteriza entre Grecia y Macedonia ha deparado numerosos incidentes entre refugiados y cuerpos militares. / E.P.

La valla fronteriza entre Grecia y Macedonia ha deparado numerosos incidentes entre refugiados y cuerpos militares. / E.P.

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Cerca de una valla de alambre de espino vigilada por la Policía macedonia, Saima Hodep, una inmigrante iraquí de 35 años de edad, moldea con una vieja tubería de acero la masa para preparar su pan sin levadura para luego vendérselo a sus clientes.

Saima pertenece a un pequeño pero creciente grupo que busca ganarse la vida en la frontera de Macedonia con Grecia, donde 10.000 personas viven en lo que ya es el campo de refugiados de mayor tamaño de Europa, y donde empiezan a mostrar signos de haberse asentado para un periodo largo de tiempo.

Saima vende alrededor de 100 piezas de pan al día en el campo de refugiados de Idomeni, que no tiene agua corriente pero sí tiene al menos 8 peluquerías. “Mis padres no tenían ninguna otra opción cuando nos quedamos sin dinero hace algunas semanas. Tenían que hacer algo para conseguirlo”, asegura Saven la hija de Saima de 17 años de edad.

El campamento improvisado es ahora un hogar para una mayoría de sirios, iraquíes y afganos que llegaron al lugar hace más de cuatro meses. Acudían a Europa con la esperanza de encontrar asilo en países como Alemania, pero los cierres fronterizos en los Balcanes les han obligado a quedarse en Grecia.

Se niegan a moverse, a pesar de los ataques con gas lacrimógeno de la Policía macedonia, y los intentos de las autoridades griegas de trasladarlos a campos mejor organizados en el interior del país.

Hoy en día, el campo de refugiados de Idomeni cuenta con tres mezquitas improvisadas, una guardería, un colegio y al menos cuatro cocineros de falafel, la comida tradicional de Oriente Próximo, que sirve de suplemento a la comida que les dan las ONG.

Las tiendas de campaña están colocadas al azar, compitiendo por espacio a las afueras de la ciudad y los servicios básicos son escasos, por ejemplo hay letrinas portátiles pero apestan y normalmente se saturan.

Yannis Mouzalas, el ministro de Inmigración griego, declaró hace unos días que las condiciones del campo de refugiados son “una afrenta que debe parar”. Aún así, a diferencia de Francia, que desmanteló un campo de refugiados improvisado en Calais, Grecia ha optado por acercamientos suaves hacia los inmigrantes de Idomeni. “Vamos a intensificar el diálogo”, declaró Mouzalas.

Raied Anbtauy, de 44 años y de Alepo, lleva en Idomeni tres meses, separado de su familia que sí llegó a Alemania. Los 15 últimos días los ha pasado haciendo falafel para sobrevivir, cocinándolos en una pequeña cabaña que ha atado con mantas. “Me quedé sin dinero y necesito hacer algo”, asegura.

Otro caso parecido es el de Ridwan Kiko, un palestino de 29 años que vivía en Damasco. Asegura que se ha visto obligado a vender fruta y verduras que compra de gitanos griegos y que vende para sobrevivir y comprar medicinas para su madre, que sufre de diabetes y necesita insulina.

“La vida aquí es terrible. No tenemos agua limpia, no tenemos dinero, la comida no es buena y no hay suficiente para todos”. Los negocios informales nacieron probablemente al darse cuenta de que las fronteras permanecerían cerradas, asegura Marco Buono, responsable del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados en Idomeni. “Los puestos empezaron a finales de marzo… hay gente con diversas habilidades que quieren ser útiles para su comunidad y para su familia y a la vez ganar algo de dinero”, declara.

A pesar de los numerosos llamamientos por parte de las autoridades griegas a que los refugiados abandonen el campamento, la mayoría de los que están en Idomeni se niegan a ceder. Kiko, que enseñaba matemáticas y física en Damasco, asegura que se quedará hasta que pueda llegar a Alemania. “Si nos vamos de Idomeni, el mundo se olvidará de nosotros”, teme.

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