Poco a poco, Egipto comienza a recuperar su normalidad. Y la mejor manera de demostrarlo fueron las largas colas que se formaron en los bancos, que ayer abrieron sus puertas a los ciudadanos. Muchas fábricas empezaron a funcionar a pleno rendimiento desde el sábado y el fantasma del caos y la anarquía se va disipando. Ahora solo falta cambiar la Constitución, convocar elecciones y, lo más importante para la población -que no para el primer ministro, que defiende su continuidad hasta septiembre-, que el presidente Hosni Mubarak deje su cargo.
Para poner en marcha la transición, el vicepresidente, Omar Suleimán, y representantes de algunas facciones de la oposición -el Movimiento 6 de Abril fue excluido a pesar de congregar a un gran número de manifestantes en la calle- acordaron realizar reformas en la Carta Magna y poner fin a la Ley de Emergencia, vigente en el país desde 1981.
El comunicado difundido tras una reunión a la que acudieron, entre otros, los temidos Hermanos Musulmanes -contra los que, según Wikileaks, previno a EEUU el propio Suleimán-, recoge varios pactos que alcanzaron para «llevar a cabo la transición del poder de manera pacífica», aunque sin dar más detalles.
Horas más tarde, el Nobel de la Paz y líder de ANC, Mohamed El Baradei, que se niega a negociar con un Gobierno de Mubarak, denunció la opacidad de las conversaciones entre el vicepresidente y diversos grupos opositores: «Nadie sabe ahora quién está hablando con quién en este momento. Todo está dirigido por el Ejército y por Suleimán, y eso es un problema. Además, no me han invitado».
Mientras, los Hermanos Musulmanes afirmaron que los acuerdos anunciados «no son suficientes», y que el encuentro «solo fue un primer paso». Y es que «el diálogo todavía no conduce a nada. La mayoría de las peticiones no han sido respetadas», afirmaron. Entre ellas se halla la salida del rais.
Por otro lado, en la plaza Tahrir continúan acampados numerosos descontentos con el régimen egipcio, deseosos de recibir noticias que les aporten esperanza.
