Los cientos de miles de haitianos que viven a la intemperie comienzan a organizarse con comités surgidos de manera espontánea, casi inmediatamente después del seísmo del 12 de enero, para intentar poner un poco de orden en sus campamentos improvisados.
Delegados de salud, higiene, seguridad, alimentación… los ciudadanos de la nación centroamericana, acostumbrados a esperar poco de un Estado fallido, han tomado las riendas de sus vidas de forma casi inmediata a la tragedia. Aunque sea para pedir ayuda, pero solicitarla ordenadamente.
Milord Nestor, un pastor evangelista de 35 años, es vicepresidente del grupo que gestiona el campo de Santa Teresa, antaño un estadio de fútbol y hoy hogar de 2.000 personas. El comité tiene nueve directivos y 32 miembros, y cuenta incluso con una oficina habilitada en una carpa.
«Perdí a mi hermano, mi casa y mi iglesia; me siento como el Santo Job. Pero desde que llegué aquí comprendí que teníamos el deber de organizarnos», explica.
Un grupo de muchachos se encarga de la seguridad y patrulla todas las noches por el campamento para evitar robos, agresiones o violaciones; otra personas se preocupan de que, a falta de aseos, las necesidades se hagan en lugares acotados, «aunque nadie puede evitar que huela a mierda por todas partes», recuerda Milord.
Seguridad e higiene son dos tareas asumidas de inmediato por los distintos comités; luego vienen la alimentación y los cuidados médicos, y aquí entran en juego la capacidad de contacto con las asociaciones no gubernamentales.
Así, no es casual que los comités los integren jóvenes instruidos, que hablan lenguas extranjeras y que pueden convertirse en interlocutores de los hombres blancos que traen agua, comida o medicinas. Abundan los ingenieros y profesores entre ellos, así como los pastores evangélicos.
La agrupación de Santa Teresa ha logrado, por ejemplo, que la ONG Save the Children haya proporcionado sesiones de terapia para todos los niños de sus instalaciones, que les ayude a superar el traumatismo causado por el devastador terremoto.
COLABORACIÓN DE LAS ONGS. En Martissant, uno de los barrios más calientes de Puerto Príncipe, Intermón-Oxfam trabaja con varios proyectos de abastecimiento de agua potable, y desde el principio entendió la necesidad de tener un único interlocutor en el campo para poder hacer su trabajo, según cuenta Iván Muñoz, responsable de su departamento de prensa.
El comité surgido en Martissant ha conseguido que se instale un hospital de campaña del International Medical Corps y que Intermón-Oxfam les traiga agua; ahora les queda negociar la llegada de alimentos -el tema más crítico en el Haití de estos días- con una organización llamada AMI.
No todos tienen tanta suerte: en la plaza Sant Pierre, en el barrio acomodado de Petion Ville, la ayuda externa es inexistente, tal vez por ser considerado un barrio rico, pero también ahí ha surgido una agrupación que vela por las necesidades de los sin techo.
Huele a orina por todas partes y las carpas son amasijos de ropas amontonadas junto a perolas y sartenes, pero existen calles despejadas entre las hileras de tiendas, y por ahí hace su recorrido Fildor Jean Jean, con un cuaderno en la mano.
«Mi cometido es recorrer todas las carpas e ir preguntando las necesidades. Luego, por las tardes, nos reunimos todo el comité, a veces preparamos colectas, otras enviamos delegados a las instituciones donantes», cuenta Fildor.
El Estado haitiano, débil ya antes del temblor, se ha visto totalmente superado por los acontecimientos y es incapaz de ocuparse de su propia gente.
Ahora se encarga de distribuir unos folletos en los campamentos escritos en kreole, la lengua local, en los que se recomienda no buscar alimentos entre la basura y lavarse las manos varias veces al día. Suena a sarcasmo en lugares donde no hay agua ni comida.
Ante una Administración ausente, los refugiados se han organizado y tratan de poner un poco de orden en la miseria.
Una situación de la que se siguen aprovechando los desalmados. El pasado sábado, 10 estadounidenses fueron detenidos en la frontera con la República Dominicana cuando intentaban sacar de Haití una treintena de niños, presuntamente de manera ilegal. Todos ellos fueron puestos a disposición judicial. «Esto es un robo, no una adopción», manifestó el ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Yves Christalin.
Las autoridades y diversos organismos internacionales han expresado reiteradamente su temor a que muchos pequeños que perdieron a sus familias en el terremoto puedan caer ahora en las redes de organizaciones dedicadas al tráfico de menores.
