Tras el último de los debates por televisión, que han transformado la campaña electoral británica, los líderes de los tres principales partidos tendrán que redoblar en los últimos días de campaña sus esfuerzos para convencer a un electorado cada vez más escéptico frente a sus promesas.
El más favorecido de los tres debates -una novedad en la historia electoral de este país- ha sido el líder liberaldemócrata Nick Clegg, que ha pasado de ser prácticamente un desconocido para buena parte del electorado a una auténtica estrella, con posibilidades incluso de decidir de qué color político será el próximo primer ministro si ni tories ni laboristas logran la mayoría absoluta.
No hay nada que parezcan temer más en este momento los conservadores de David Cameron que lo que aquí llaman un hung Parliament (un Parlamento en el que ninguno de los dos mayores partidos puede gobernar sin apoyo del tercero) y el líder tory ha tratado de meter miedo al electorado con esa posibilidad, que, según él, sería desastrosa para la economía.
Clegg lucha a su vez por acabar con el tradicional sistema electoral británico de first-past-the-post, que convierte en diputado a quien consigue más votos en una circunscripción, lo que da estabilidad, pero a costa de la proporcionalidad.
Los laboristas del primer ministro Gordon Brown solo en el último momento han propuesto reformar ese sistema para hacerlo algo más proporcional, mientras que los conservadores anuncian que seguirán aferrados al viejo sistema en caso de ganar los comicios.
El as en la manga de Clegg
Tanto conservadores como laboristas temen que con su natural telegenia y su aspecto de político fresco y franco, Clegg convenza a muchos de esos electores que dudan hasta el último momento sobre a quién entregarán su voto.
Lo realmente sorprendente de la campaña, cuando queda menos de una semana para la jornada electoral del 6 de mayo, es que con un Brown visiblemente gastado por los 13 años de gobierno laborista y con todos los datos económicos en contra, su contrincante tory no haya conseguido realmente despegar como para estar seguro de una mayoría absoluta.
El hecho de que Cameron tenga que hacer esfuerzos para derrotar a un Gobierno que ha doblado el déficit público, ha presidido la mayor recesión de la posguerra y debería estar contra las cuerdas es algo que solo puede explicarse por la desconfianza que siguen inspirando los conservadores en un importante sector del electorado.
Y si algo no han aclarado pese a todo los debates es cómo el próximo Ejecutivo, del signo que sea, va a sacar al país del actual atolladero.
Con un déficit de 167.000 millones de libras (193.000 millones de euros) para este ejercicio fiscal, el nuevo Gobierno tendrá que recortar la paga del sector público, abolir toda una serie de programas sociales y aumentar drásticamente los impuestos, lo que no va a hacerle precisamente popular.
Pero en ninguno de los debates, ni siquiera en el de este jueves, centrado en la economía, explicaron los tres aspirantes a primer ministro qué servicios públicos va a haber que recortar y en cuánto, ni tampoco qué impuestos directos o indirectos van a subir, aunque los expertos ven inevitable elevar el IVA.
Cameron no se cansa de acusar a los laboristas de destruir empleo y penalizar al trabajador con el incremento de la cotización a la Seguridad Social, que llama «impuesto al empleo», mientras Brown acusa a su vez a los tories de poner en peligro la salida de la crisis recortando 6.000 millones de libras (6.900 millones de euros) del sector público.
Y Clegg denuncia el duopolio de los «viejos partidos» y propone como solución un Consejo para la Estabilidad Financiera con participación de los tres grupos y el Banco de Inglaterra para determinar al menos la magnitud del agujero negro de las finanzas públicas.
