Afganistán celebra hoy las segundas elecciones presidenciales desde la invasión estadounidense y la caída a finales de 2001 del régimen de los talibán, que han llamado al boicot y ayer volvieron a sembrar de violencia la campaña con el asalto a un banco en Kabul y un atentado en Kandahar.
Según el Ministerio del Interior, el atraco se resolvió con la muerte de tres insurgentes a manos de la Policía, tres de cuyos agentes resultaron heridos. Además, un jefe de distrito y un líder tribal perecieron por la explosión de una bomba al paso de su vehículo en la provincia sureña de Kandahar.
Durante la campaña, la insurgencia ha intensificado sus ataques tanto a las fuerzas extranjeras como a las autoridades locales, en un intento de disuadir a los 17 millones de afganos convocados a las urnas para elegir presidente y miembros de los consejos provinciales.
Para contrarrestar el boicot talibán y «asegurar una amplia participación» electoral, el Gobierno no dudó ayer, durante la celebración del Día de la Independencia, en recurrir a la censura al prohibir la difusión de noticias sobre «cualquier suceso de violencia» durante las horas de votación.
El presidente Hamid Karzai (de la etnia pastún, mayoritaria en el país) parte como favorito, según una encuesta del instituto norteamericano IRI, que augura una segunda vuelta con el tayiko Abdulá Abdulá, ex ministro de Exteriores y antiguo lugarteniente del comandante que lideró la resistencia antitalibán y fue asesinado días antes del 11-S, Ahmed Shah Masud.
Según ese sondeo, la gran sorpresa de los comicios podría darla el hazara (etnia de religión musulmana chiita ubicada sobre todo al este de la nación) Ramazan Bashardost, que se ha postulado desde una sencilla tienda de campaña frente al Parlamento y figura tercero en intención de voto, por encima del ex titular de Finanzas Ashraf Ghaní.
De los 41 candidatos originales, dos de ellos mujeres, una decena han pasado a apoyar a Karzai, quien en el último minuto ha atraído también el apoyo del uzbeko Rashid Dostum, un polémico caudillo del norte acusado de crímenes de guerra y de traicionar a todos sus antiguos socios.
Con unos 100.000 soldados de la OTAN o de EEUU empeñados en garantizar un ambiente seguro para votar -en semanas previas se han efectuado operaciones especiales en los feudos rebeldes de la provincia meridional de Helmand- la seguridad es el gran reto de estos comicios.
Karzai busca la reelección ante un pueblo sometido cada vez a mayores niveles de violencia -más de 2.100 civiles muertos en acciones militares en 2008- y que sigue figurando entre los más pobres del mundo, con un tercio de la población (7,3 millones de personas) amenazada por el hambre, según denuncia la ONG Oxfam.
Los opositores del presidente han cuestionado su política de alianzas y su connivencia con distintos sectores para asegurarse el poder, en particular con el denostado Dostum, pero también con otros cabecillas afganos, como Mohamed Fahim o Ismail Khan.
La cadena británica BBC contribuyó a las sospechas de fraude al difundir una investigación propia que constató intentos de venta de cientos de tarjetas de votantes y de compra de apoyos para determinados candidatos.
«Ha habido fraudes tradicionales en Afganistán y este año habrá auditorías para detectarlo. La comisión electoral cuenta con asistencia internacional y me consta que su preparación, si no es impecable, se queda cerca», declaró María Espinosa, de la misión de observación de la UE.