H umor, humildad y franqueza. En sus primeros 100 días de Pontificado, que se cumplen hoy, el argentino Jorge Mario Bergoglio ha marcado la diferencia y ha dejado claro cuál es su estilo. Pero para llevar a cabo reformas hace falta más tiempo.
La elección de Francisco, de 76 años, causó ligera sorpresa. Se trataba del primer Santo Padre latinoamericano, y también del primer jesuita que ocupaba la Silla de San Pedro. Desde la primera aparición ante los creyentes, el Obispo de Roma se mostró abierto, humilde y con sentido del humor, un nuevo estilo que entusiasmó a las multitudes, que tres meses después siguen llegando la plaza de San Pedro en cada audiencia.
Bergoglio, la «esperanza» de Buenos Aires, se ganó el corazón de los católicos y trajo aire fresco con su humildad. El nombre que escogió como Papa ya es significativo. Se refiere a San Francisco de Asís y está relacionado con la protección de la naturaleza y la lucha contra el pobreza.
Mientras alerta a la Iglesia en contra del anquilosamiento y critica la corrupción y la codicia, hay algo que seguramente necesitará mucho tiempo: la urgente reforma de la Curia romana, que durante el Pontificado de Benedicto XVI se vio sacudida por graves crisis internas, como la desatada por el caso VatiLeaks.
Ocho cardenales de todos los continentes se encargan de aconsejarle en su tarea de dirigir el catolicismo y deben presentar propuestas de reformas, aunque no se espera que las que están relacionadas con el Gobierno de la Iglesia se discutan antes de octubre. Aun así, las recientes declaraciones, supuestamente atribuidas al Papa, sobre la existencia de un hipotético lobby gay en el Vaticano mostrarían la intención de Francisco de acelerar el reciente proceso de depuración de la Iglesia.
También conservador, pero menos teológico que su predecesor, Francisco insta constantemente a sus fieles a «salir afuera», es decir, a los márgenes de la sociedad. Y cuando se desplaza en su vehículo abierto por la plaza de San Pedro, siempre se dirige a los niños y enfermos.
Bergoglio todavía no tiene previsto mudarse al Palacio Apostólico y sigue alojado en la residencia de invitados Casa Santa Marta, desde donde llega a los titulares con sus breves sermones en las misas matutinas. Como cuando arremete contra los cristianos de salón o el poder de los arribistas. «Pedro no tenía cuenta bancaria», dijo hace poco, en una crítica velada a una Iglesia rica.
Sigue vistiendo casulla blanca y lleva el mismo estilo de vida en Roma que en Buenos Aires.
Por el momento, tampoco se prevé que Francisco se traslade a la residencia de verano de Castel Gandolfo, que tanto apreciaba Benedicto para leer y escribir. Pero sí tiene intención de viajar. De hecho, su primer encuentro con los creyentes en el extranjero tendrá lugar en julio, cuando acuda a la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro (Brasil). También allí es de esperar que predique una vuelta a las raíces del pensamiento cristiano, que llame a la solidaridad con los pobres y tienda puentes con una sonrisa, todo ello salpicado por alguna que otra anécdota.
La Iglesia y sus 1.200 millones de católicos necesitan esas uniones, aunque todavía está por ver si el Pontífice se aparta de la estricta línea de su predecesor en cuestiones dogmáticas. Y parece que en temas como el celibato de los sacerdotes o el aborto, Bergoglio está en la misma línea que Ratzinger.
La pregunta que se realizan tanto los fieles como los religiosos es si habrá cambios sustanciales. Por ahora, Francisco está construyéndose una imagen de Santo Padre amigable y sin muchas complicaciones, al que le gusta transitar por caminos poco usuales. El ejemplo más reciente son las dos motos que hace poco le regaló Harley Davidson tras una Audiencia. Apenas podrá conducirlas por el Vaticano, aunque a muchos no les sorprendería verlo transitando por las carreteras italianas.
