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‘Los vencejos’, de Aramburu

por Jesús A. Marcos Carcedo
7 de noviembre de 2021
en Segovia
Fernando Aramburu

Fernando Aramburu.

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Fernando Aramburu se ha hecho archiconocido tras el éxito de crítica y de ventas de ‘Patria’ (Tusquets, 2016), un relato que, desarrollado en el ambiente cerrado de la vida de una pequeña localidad guipuzcoana, ha trascendido lo literario para adquirir una dimensión política de cierta envergadura. Se ha visto en su novela -convertida también en serie de televisión- un análisis acertado del caldo de cultivo que propició que brotasen los tan característicos jóvenes militantes de la organización terrorista ETA. Y se ha puesto en ella la esperanza de que, al contribuir a esclarecer los motivos de la emersión de un fenómeno tan letal, facilite vías para lograr su definitiva extinción.

La aparición de ‘Los Vencejos’ (Tusquets, 2021), tras cinco años de escritos menores, ha venido acompañada, por ello, de más expectativas de las que, me parece, debieran corresponder a una producción literaria. La mezcla de interés artístico y político de Patria no es fácil de replicar y esta novela de ahora tiene todas las de perder. Sin embargo, da la impresión de que Aramburu ha tratado de lograrlo trasladando el esquema argumental de la primera a la segunda, aunque remontando el vuelo para ofrecernos una visión del conjunto del país. Por eso, hay en Los Vencejos una potente contextualización política y también se echa mano del recurso a la dramática presencia del terrorismo, aunque desplazado hacia el del movimiento yihadista, que conmocionó a toda España con los atentados del 11 de marzo. La diferencia está en que en la nueva novela no se estudia el origen de este terror, sino el de las reacciones sociales y políticas que ha provocado.

Por otro lado, creo que aciertan quienes ven en el costumbrismo o, al menos, en sus ingredientes costumbristas la matriz de los relatos de Aramburu. Estrictamente, sólo se considera costumbrista a cierta parte de la literatura del siglo XIX, pero la aportación de esa corriente literaria pronto pasó a hacerse imprescindible para cualquier narración que haya poseído un afán de crítica social y de penetración en la problemática existencial de sus protagonistas. Nuestros grandes novelistas del XIX y del XX, desde Galdós a Pío Baroja, Torrente Ballester o Cela, o, más recientemente, Luis Landero, han hecho de la descripción de la vida de los pueblos y de los barrios de las ciudades el centro de sus observaciones y también han creído encontrar en esa vida de aspecto gris y anodino la explicación de lo que, después, se eleva a grandes problemas nacionales. En Los gozos y las sombras, por ejemplo, se nos ofrece acercarnos a la dinámica de una sociedad provinciana en la que la renovación social y política o se frena o se encauza de acuerdo con los sempiternos intereses de quienes controlan el poder local y de quienes les replican en el poder central. En el caso de ‘Los Vencejos’, la trama se urde sobre una puesta al día de las maneras de vivir y de ser de los vecinos de los barrios de Madrid y desde esas maneras se contemplan no sólo las sacudidas terroristas, sino también las tensiones sociopolíticas generales que, como consecuencia de la gran crisis de 2008, hicieron que se gestaran partidos alternativos como Ciudadanos, Podemos y Vox.

El protagonista de esta última entrega de Aramburu es un profesor de filosofía de bachillerato, Toni, que decide poner fin a su vida en el plazo de un año desde el momento en el que empieza a dejar por escrito constancia de su propósito. Por eso, nos va contando su vida en cuanto que, al hacerlo, justifica su determinación suicida. Encuentra su propia existencia y la de los que le han rodeado decepcionante o desastrosa. Son bastantes los personajes que Aramburu enlaza con las penurias existenciales de Toni. Su mujer le sedujo con su encanto y sus artes para enseguida ignorarle. El hijo que tienen, Nikita, nunca ha sido capaz de hacer nada de provecho y ahora vive en una comuna de imbéciles y asiste a mítines de Vox. Cosa que hace también su mejor amigo, al que llaman Patachula por haber perdido una pierna en los atentados del 11 de marzo y al que confía sus intimidades y su proyecto de quitarse de en medio. La desoladora vida conyugal de sus padres es asimismo objeto de sus reflexiones. A su madre, ya viuda y demenciada, han tenido que ingresarla en una residencia y la toma de esa decisión y las visitas que le hacen le sirve para mostrarnos la personalidad de su único hermano, con el que ha chocado desde siempre. La docencia en el instituto, asimismo, se le hace difícil, resentido por las dificultades de poner orden en clase y sólo atendido por una generosa compañera, Marta, que le asistió con sus consejos, pero que murió durante una crisis en el aula. Y tanta es la decepción de lo humano que dedica a su querida perra, Pepa, y hasta a una muñeca erótica, la dulce Tina, sus pensamientos más tiernos. En esa línea, son únicamente sus desaliñados amigos de bar, el ya mencionado Patachula y la extraña Águeda, los dos al borde de lo marginal, los que consiguen evitar que se suicide.

A pesar de tratarse de una obra de trabajosa realización, ‘Los Vencejos’ me deja cierta impresión de superficialidad. Hay algo en Toni como de caricatura. Los ingredientes de su pretendido drama existencial suenan a tópicos y no nos llega la angustia que se supone que debe corroerle. Y lo mismo ocurre con los demás personajes y con el ambiente en el que se mueven. Quizá, esperábamos de Aramburu que nos llevara de nuevo a las calderas del infierno y, sin embargo, él ha preferido algo más tibio, más cercano al humor, como el vuelo incesante y despreocupado de sus vencejos, reacios a tocar tierra.

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