Resulta complicado como segovianos, llegado el atardecer, no mirar hacia poniente cuando el sol declina. Nostálgicos de un pasado que solemos desconocer, miramos cómo el sol se pierde entre los viejos trigales agostados, esperando que una esperanza nueva nos devuelva una memo- ria casi imposible de recuperar. Acostumbrados a no mirar hacia atrás, los nacidos entre las estribaciones del Guadarrama y la llanura seca y agreste de Castilla solemos buscar en el mañana algo que nos dé fuerzas para seguir el penoso ca- minar. Pocos somos ya los que marchamos hacia el incierto futuro con el bagaje del ayer en nuestras alforjas. Pocos, digo, conscientes de lo que generaciones de segovianos legaron a este presente y poco o nada les devolvemos que permita recuperar su memoria trascendental.
Nadie anda preocupado por las calles segovianas de aquellos Rodrigo Sánchez o Rodrigo Escobedo, segovianos, y aquel Antonio de Cuéllar, tripulantes del primer viaje que el almirante Colón hiciera hacia lo desconocido. Habitantes de la frontera que fuera, segovianos de toda estirpe, se habituaron a afrontar las penurias que la vida incierta conllevaba, según explicaba, hace ya más de ocho siglos, Muhammad al Idrisi. En el caso del Nuevo Mundo, que diría Pedro Mártir de Anglería, la presencia segoviana llegó a ser tan numerosa en los primeros momentos, que no me cabe en la cabeza cómo la comunidad segoviana hace oídos sordos a una reflexión constante y permanente al respecto. Cientos de aquellos paisanos pasados acompañaron el traumático proceso civilizatorio experimentado por aquellas tierras descubiertas para los ojos europeos, sin que exista institución, conmemoración, evento o callejero que los rememore. Esta madre segoviana desnaturalizada apenas recuerda a los viejos capitanes comuneros que dieron su vida por la libertad de los castellanos, por lo que resultaría sorprendente que supiera, por poner un ejemplo, de los Velázquez de Cuéllar o los Arias Dávila de Segovia, domeñadores de un mundo en ciernes que habría de cambiar la historia.
Empezando por los primeros, la saga de los Velázquez, caballeros cuellaranos de estirpe guerrera, quedaron unidos a la reina Isabel I desde que uno de aquellos, contino de La Católica cuan- do tan solo era infanta e hija de la reina viuda en Arévalo, Isabel de Portugal, fuera encomendado para gobernar las tierras nuevas y, principalmente, para domeñar el desaguisado gubernativo impelido por Cristóbal Colón, como bien supo Juan Rodríguez de Fonseca, segoviano éste arrimado a la villa de Coca. Diego Velázquez de Cuéllar, adelantado, gobernador y capitán general de Yucatán y Cozumel en 1518, fue responsa- ble de la expansión castellana por Mesoamérica, fundador de Santiago de Cuba o La Habana, además de una plétora de poblaciones hoy superpobladas que apenas recuerdan a quién deben su existencia, sin necesidad de que el indigenismo militante borre su pasado del horizonte. Punto de partida de muchas cosas, Diego Velázquez de Cuéllar, cuya casa en la villa segoviana apenas es recordada, impulsó un traslado masivo de segovianos hacia poniente, llegándose a contabilizar hasta dieciséis paisanos en el gobierno temprano del Nuevo Mundo, protagonistas de no pocas aventuras y dislates históricos.
En ese sentido, el caso de Pánfilo de Narváez, natural de Navalmanzano, resulta palmario. Comisionado por Diego Velázquez de Cuéllar para frenar las atribuciones que se estaba tomando Hernán Cortés en la expedición que lideraba por aquel Yucatán en conflicto con Tenochtitlán, acabó fracasando en todo lo que se propuso, para acabar falleciendo en el delta del río Mississippi, demostrando que un éxito generacional está siempre trufado de un inmenso corolario de fracasos frecuentemente soslayados.
En esa línea de segoviano trascendental en el Nuevo Mundo y olvidado por la madre segovia- na, he de recordar a Pedro Arias de Ávila, igualmente contino de la reina católica y diana frecuente del relato destinado al desprestigio de la historia de España. Hombre de armas fajado en mil batallas justador experto con la lanza, fue remitido a la Castilla de Oro para domeñar aquel desmán en que se estaba convirtiendo la gestión de unos recursos casi infinitos. En conflicto permanente con el Vasco Núñez de Balboa, Pedro Arias o Pedrarias, como gustaba llamarlo a sus coetáneos, agarró con la firmeza metálica de un militarismo en ciernes el gobierno de aquel país, siendo al mismo tiempo fundador de Panamá, domeñador de una riqueza inmensa y ejecutor del héroe mal entendido, aquel Núñez de Balboa, tan afamado por su empuje como ávido de poder y riqueza a costa de la estabilidad que reclamaba el proceso civilizatorio.
Sin embargo, de todos aquellos segovianos ilustremente olvidados por nuestro presente descorazonador, me quedo, sin ninguna duda, con la hermosa y valiente Giraldilla que aun campa a la deriva de los vientos de poniente en el castillo de la Real Fuerza de La Habana. Memoria metálica de Isabel de Bobadilla, la vieja veleta reiterada hasta en algunas afamadas marcas de ron clama por la memoria de aquella segoviana, hija de Pedro Arias Dávila e Isabel de Bobadilla y Peñalosa y esposa del insensato Hernando de Soto, gobernador de Cuba y enamorado de una leyenda que nunca llegó a cumplir en La Florida. Abandona- da a su suerte en el gobierno de Cuba, la Bobadilla consiguió ser la primera mujer en ostentar un cargo público reseñable en el Nuevo Mundo, amén de ocupar el puesto de Capitana General de todas las fuerzas allí acantonadas desde 1539, asunto este nunca reiterado por mujer alguna. Confirmada la muerte de su marido en 1544 en la ribera del Mississippi, Isabel de Bobadilla volvió a su Castilla natal, quién sabe si a la Segovia de sus entretelas, para, como el resto de paisanos perdidos y olvidados en una historia descomunal, ser aplastada por un presente que tan solo la quiere soplando los vientos entre leyendas al sol de un caribe tan segoviano como los arenales que el Eresma , el Clamores, el Cega y el Duratón forman entre la hojarasca de un ayer desprestigiado y un mañana descorazonador.
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* UC3M / Cronista Oficial del Real Sitio de San Ildefonso.
