La última vez que hablé con él fue en la Residencia de Estudiantes, en Madrid. Volvía a su casa de Nueva York después de una estancia de algunos meses en España, que sería la última de este segoviano nacido en Turégano, Esteban Vicente.
Es el que hoy da nombre al museo segoviano y también a quien se definió como “el último anarquista”. Aunque aquí yo tenga mis dudas. Tanto da si es el primero o el último, lo cierto es que se exilió a los Estados Unidos, donde consiguió destacar por su personalidad y su arte, sin ignorar el collage (que tantos éxitos le diera, pues la suya fue señalada por la crítica como “técnica que domina de forma fluida y dinámica”). Quiero recordar que en el museo de Segovia se pueden contemplar algunos.
Lo que ya antes me interesó de su trayectoria fue el seguimiento de su actividad en los Estados Unidos como miembro de la prestigiosa “Escuela de Nueva York”, junto a los ídolos que entonces atraían la atención en el “arte de vanguardia”: Rothko, Kline, Pollock y De Koonig, entre otros, que hicieron de la ciudad de los rascacielos la sede del modernismo de la época. Esteban Vicente que, como buen segoviano, era muy comerciante, quiso dar una vuelta por Europa y exponer su obra. Fue entonces, al volver a España con alegría y con ánimo de disfrutar, cuando le conocí.
En aquella conversación evocaba a los que fueron interlocutores, artistas, escritores, profesores. Sentía nostalgia de los ya idos: Machado, Lorca, Miguel Hernández. Expuso en una galería madrileña, cuyo nombre he olvidado, y cuya titular era una señora cuyo prestigio recorría el mundo. Estaba muy cerca de la calle Génova y próxima a la sede del Supremo. Esteban Vicente fue también profesor de arte a nivel universitario, disputándoselo en sus aulas y solicitando sus servicios para enseñar pintura. Su hermano Eduardo era también pintor, del que Segovia tenía muestras (no se si aún perduran) adornando la parrilla del Hotel Sirenas. Si esto fuera así, la obra de los dos hermanos Vicente estarían solo separadas por la escalinata de la Plaza de Medina del Campo, esa donde Juan Bravo campea con la enseña que le puso en la mano Aniceto Marinas.
