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LOS OLVIDADOS: ANTONIO DE VILLACASTÍN (II)

por El Adelantado de Segovia
14 de agosto de 2024
en Tribuna
ANTONIO HORCAJO 1
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Antonio Horcajo

Así que, mediado marzo de 1539, ingresó en la Orden Jerónima quien, desde la mayor humildad, sería una de sus más preclaras figuras y que habría de alcanzar el renombre universal como uno de los hijos más preclaros de la Tierra Segoviana.

Aquella rectitud y limpieza de vida lo conservó durante los más de noventa años que vivió y en los que, nunca estuvo ocioso. Entró en la Orden de corista, no de lego, y cuando entregó rematado el Monasterio, del que fue responsable de obra, desde los cimientos hasta el tejado, jamás dejó de cumplir la Regla de Orden Jerónima, aunque solo fuera ayudar a misa, que entre los frailes estaba muy solicitado entre los que no estaban ordenados. Queda muy claro a lo largo de su biografía que, Antonio de Villacastín, siempre aborreció la ociosidad y el desorden, aunque tuvo que gobernar un ejército de oficios, desde peones hasta arquitectos, desde cordeleros hasta pintores, escultores, tejedores, canteros y mil otros oficios cuyo orden de trabajo dependía de él por decisión del Rey.

El gran y poderoso Felipe II, de quien dependía un Imperio Universal, siempre -en asuntos de esa titánica obra que fue El Escorial- al primero y último que consultaba era a Fray Antonio de Villacastín, quien jamás, ni ante nadie, se envaneció de ello y no solo no buscaba al Rey, sino que deliberadamente le rehuía. Hasta el punto de que, cuando el Rey aparecía, el maestro de las obras con cualquier pretexto se escabullía. Un día, el Rey coincidió en su visita cuando estaba subido en un andamio sin posible escapatoria, a por el fraile fuese el Rey y el monje accedió, sumiso, a la consulta del soberano, que le tenía en la más grande estima y era sabedor del profundo afecto de su maestro de obras.

La correspondencia de tal admiración y afecto del Rey está hoy ante nuestros ojos. Basta visitar el Monasterio y contemplar la “cúpula de la Gloria” que pintada en la escalera principal de El Escorial, en ella sólo hay un ser humano vivo y no es el propio Rey sino que, por deseo de éste, aparece el fraile Fray Antonio de Villacastín.

Entiéndase bien, para comprender a la persona a través de sus actos, que no manifestaba desprecio por los obsequios del Rey pero, siempre, los rechazaba con sencillez y agradecimiento.

En una de tantas ocasiones, en la que Felipe II quiso demostrar su afecto, le envió una gran bandeja de plata colmada de frutas exquisitas con otros alimentos. El portador preguntó dónde podía dejarlo, recibiendo de Fray Antonio la respuesta de:”dejazlo donde os plazca”. Cuando, pasado un tiempo, acudió el lacayo a retirar la bandeja, preguntó: “¿Puedo retirar la fuente?, ¿donde está”? Oyendo del monje contestación “donde la dejasteis” a la par que observó como todo su contenido estaba íntegro, aunque pasado, por el tiempo.

Antonio de Villacastin nunca pidió nada a quien le pudo dar todo.

Una faceta de la vida de Fray Antonio de Villacastín fue la de pacificador, virtud que le granjeó gran estima entre las gentes de su tiempo. Acudían a él los que entre ellos hubiera pleito, pues tenía respeto y criterio en las disputas de otros.

Pero no fue solo el Monasterio de El Escorial el que ocupó su tiempo como maestro de obras de la Orden, aparece también como responsable de la transformación o mejoras en otros monasterios. En esta ocupación aparece como autor de la reforma de Yuste para alojar, en sus últimos días, al Emperador Caslos I de España y V de Alemania.

Desde que entró a trabajar en las zanjas de los cimientos de San Lorenzo, hasta el final de la obra, -en la que puso el mayor orden, la puntualidad y la mayor presteza- que fueron 23 años, jamás se movió, ni tuvo recreación Jerónima en La Granja, entonces lugar para los miembros de la Orden y, como nos dice Siguenza : “Ni tampoco le ha visto ninguno salir para otro tipo de recreación, ni puestos sus pies en otro lugar de toda esta comarca: Madrid, Segovia, Ávila ni Toledo, aunque se le han ofrecido hartas ocasiones”. Era tal el prestigio ante el Rey que éste dejó dicho a cuantos servían: “ por la boca de Fray Antonio habló yo”. Al final de su vida sufrió mucho por una lesión en un brazo y por una mala operación de cataratas.

A Villacastín fue a impulsar la construcción de la Iglesia en un corto viaje que también la permitió visitaría Párraces.

Después de muerto fue inmortalizado por Lucas Jordan y Cambiaso.

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