Me gusta con frecuencia pasar un ratillo entre las apretadas y pobladas estanterías de mi pequeña biblioteca, y ello porque, además de servir de distracción, también me vale para en ocasiones encontrar algún libro que tenía olvidado o colocado en lugar indebido. Me acaba de ocurrir, por ejemplo, hallar –aunque sabía de su existencia, claro está- un par de gruesos volúmenes con un singular título: “STVDIA HIERONVMIANA. Sexto centenario de la Orden de San Jerónimo”, editado en 1973 por la Dirección General de Archivos y Bibliotecas.
No recuerdo muy bien la fecha, pero sería allá por la década de los 60 del pasado siglo cuando, tampoco recuerdo cómo, conocí a Fray Ignacio de Madrid, prior de nuestro Monasterio jerónimo de El Parral en el que ingresó en 1941, con apenas cumplidos los 17 años y en el que vivió 76 hasta su falleciendo, a los 93 años, en 2017. La mayor parte de su estancia aquí –con aisladas breves temporadas en los monasterios de Yuste y Santiponce- actuó como prior de la comunidad.
Fray Ignacio caminaba a largas zancadas, hablando a medio tono y siempre con respeto a todo y todos; era un creyente firme y ejemplar, poniendo su gran inteligencia al servicio de la Orden. Estudioso siempre, principalmente como investigador de antecedentes de la Orden Jerónima en los aspectos espirituales, artísticos, literarios, musicales e históricos. Traductor e investigador de documentos, dejó un importante legado de trabajos sobre los jerónimos.
De su mano conocí la mayor parte de las instalaciones del monasterio en su época anterior a la reconstrucción, en la que tuvo parte muy principal por sus continuas gestiones a todas las esferas oficiales, hasta que pudo ver recuperado El Parral, hoy dependiente del Ministerio de Educación y Ciencia que le cuida con esmero para mantener toda su grandiosidad.
En una de nuestras entrevistas, en las que siempre me acogía con gran afecto, previa la recepción en la puerta del cenobio por parte de Fray Julián, tras enseñarme las instalaciones de la biblioteca, centro imprescindible en un monasterio, me regaló los dos ejemplares que antes menciono, en cuyos amplios textos por parte de destacados historiadores e investigadores (769 páginas el tomo primero y 753 el segundo) encuentro nombres sobresalientes, quizá ya olvidados, o casi, en nuestros días. Por ejemplo, Pedro Sainz Rodríguez, bibliógrafo, ex ministro; Fray Justo Pérez de Urbel, benedictino y primer abad del Monasterio de la Santa Cruz del Valle de los Caídos; José López Calo, jesuita, musicólogo, entre otras muchas obras suyas, “La música en la Catedral de Segovia”; Luis Morales Oliver, director de la Biblioteca Nacional y especialista en literatura mística española; Carlos Romero de Lecea,(“El Aprendiz de Bibliófilo”), bibliotecario, fijó y dató la fecha de “El Sinodal de Aguilafuente” de 1472; el Marqués de Lozoya, que escribe sobre “El último pintor del Renacimiento en Valencia: Fray Nicolás Borrás, O.S.H.” , y otras dos especialistas segovianas, Manuela Villalpando y María Dolores Díaz-Miguel, con un estudio sobre “Documentos del Parral en el Archivo de la Delegación de Hacienda de Segovia”.
Del mismo Fray Ignacio de Madrid se incluyen otros dos estudios jerónimos.
La edición lleva un prólogo del cardenal arzobispo de Sevilla, José María Bueno Monreal, y asimismo se incluye un curioso documento firmado de puño y letra por Américo Castro, a quien se le solicitó una colaboración, pero lo avanzado de la enfermedad que padecía le impidió escribirlo; falleció pocos días después de redactar la nota.
Uno de los volúmenes incluye, protegido por un plástico, un facsímil de la bula de fundación de la Orden de San Jerónimo, datada en 1373.
Y ojeando el número 53-54 de “Estudios Segovianos” encuentro un amplísimo texto bajo el título de EL LIBRO DEL MONASTERIO DE SANTA MARIA DE EL PARRAL DE SEGOVIA, en una transcripción, dice, por Rafael Hernández Ruiz de Villa. Son 167 págs. de consulta de gran interés para investigadores y estudiosos.
Con el recuerdo de Fray Ignacio, sigo vinculado al histórico monasterio gracias a la amistad con Fray José, asimismo muy remota, que me ha permitido seguir toda su etapa de dolencia tras el grave percance sufrido hace años en sus queridas huerta y jardín monacales. Me transmite, siempre que hablo con él, su paz, serenidad y firme esperanza en Dios.
