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Los inicios de la imprenta incunable en España

por Raquel Moratilla Rey
21 de abril de 2019
en Segovia
Exposición en Biblioteca Pública de Segovia.

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La Biblioteca Pública de Segovia alberga una exposición sobre la imprenta incunable española, donde se puede ver el estado de la investigación sobre los orígenes de dicho arte. Hasta el 30 de abril el visitante puede ver lo más esencial del funcionamiento de una imprenta primitiva y de sus orígenes en España. Recuerdo que un incunable es un impreso del siglo XV, producido por la imprenta desde su origen, hacia 1450, hasta el 31 de diciembre de 1500, sea una simple hoja o un libro.

LA INVESTIGACIÓN
La información, en parte provisional, proviene del proyecto de investigación “Repertorio bibliográfico de incunables españoles” (FFI2016-78245-P), financiado por el Ministerio de Economía y con sede en la Facultad de Ciencias de la Documentación, de la Universidad Complutense de Madrid, en el que un grupo de doce especialistas, que tengo el honor de dirigir, está recopilando y describiendo todos los incunables españoles de los que hay alguna noticia. Tenemos registrados 1.169, cifra que supera la de los catálogos internacionales y que puede aumentar según hallemos nuevas ediciones en bibliotecas, archivos o museos.

Las nuevas ediciones descubiertas, así como el análisis más detenido de otras, nos han permitido variar algo el mapa y la cronología de ciertos talleres. Segovia sigue a la cabeza, pues ningún dato anticipa la llegada de la imprenta a otro lugar. La opinión de los especialistas es unánime, pero ¿podría cambiar esta situación? Sí, siempre que apareciera un documento que lo demostrara, o bien un impreso con una fecha anterior a la del Sinodal de Aguilafuente (1472), primer libro impreso en España y en español. Los ecos de una supuesta primacía valenciana no son más que recuerdos que remiten a una época (desde el siglo XVIII hasta 1930) en que un libro valenciano, Obres e trobes en lahors de la Verge María (1474) era el más antiguo conocido, periodo en que se sabía de la existencia del Sinodal, pero no se había visto el ejemplar, que describió Cristino Valverde en el catálogo de incunables de la catedral de Segovia (1930). El análisis del Sinodal llevó al taller de Juan Parix, a conocer su impresión y la de otras ediciones en Segovia, y a considerar este libro como la primera obra impresa en España, algo que podemos seguir afirmando con rotundidad.

No conocemos bien el origen de la imprenta, el trabajo con los incunables es complejo porque muchos no incluyen el lugar de impresión, el taller y el año, lo que nos obliga a analizar la tipografía, compararla con la de otros impresos, ver si el texto nos ayuda, buscar documentación en archivos… Es tan dificultoso que desconocemos el taller de una veintena de incunables. Hay que buscar documentos que nos hablen de los impresores y de talleres nuevos, y hallar otros impresos que nos den pistas válidas. De ahí los interrogantes que seguimos teniendo. Por ejemplo, la bula para la cruzada contra los turcos, conocida como Bula de Borja, fue proclamada en Segovia a principios de 1473 e impresa ese año en un lugar y taller indeterminados. Sus tipos góticos no fueron utilizados en ninguna otra obra conocida y, además, Juan Parix empleó tipos romanos. Los ejemplares hallados hace unos años en la catedral nos han permitido conocer que también se imprimieron para difuntos, pero no nos han dado luz, todavía, sobre su impresión, que pudo ser en un taller itinerante. Otras incógnitas son varias ediciones muy tempranas del Sacramental de Clemente Sánchez Vercial, o un puñado de bulas de los ochenta. Solo con los impresos no se puede avanzar, necesitamos con qué comparar o que algún documento nos hable de su elaboración.

Por el contrario, entre los avances está la ampliación significativa de ediciones, en especial de bulas, de las que manejamos unas 30 ediciones desconocidas, algunas importantes porque nos han dado luz acerca de algunos talleres. También daré pronto a conocer el cambio de ciudad de cerca de 30 bulas incunables, que hasta ahora se han considerado toledanas. En definitiva, en estos años estamos avanzando de forma significativa en el conocimiento de nuestros incunables. Esto enlaza con la Jornada titulada “Incunables y patrimonio bibliográfico”, en la Biblioteca Pública, que reúne este próximo miércoles 24 a decenas de especialistas para tratar tan importante legado y aportar las últimas novedades, una oportunidad para quien quiera ponerse al día acerca de nuestro patrimonio.

DATOS CONOCIDOS
En todo el siglo XV hubo talleres en treinta localidades con una producción desigual, con grandes centros (ciudades universitarias e importantes arzobispados u obispados), y con otros que dieron a la luz un puñado de ediciones fruto de encargos. Muchos impresores fueron llamados por autoridades civiles y religiosas, de hecho la mitad de las primeras imprentas fueron impulsadas por la Iglesia, que vio cómo este artilugio facilitaba la multiplicación de textos litúrgicos y catequéticos, entre otros. Los Reyes Católicos concedieron, desde 1477, exención de impuestos a libreros e impresores para la importación de libros, lo que elevaron a ley en las Cortes de Toledo de 1480. Su política fiscal favorable se sumó al fomento de la edición mediante la concesión de exclusivas para la impresión de libros, dificultando así la competencia desleal.

Predominan los impresores alemanes, la mayoría procedentes de Italia, aunque hay un puñado de españoles que aprenden el oficio. Comparado con el de otros países, el número de ediciones es escaso (solo Venecia, con 3.500, tiene el doble que toda España) y los textos serán de marcado carácter local, pues las grandes obras de estudio proceden del extranjero, somos un país importador de libros.

Segovia tuvo la primera imprenta, a cargo de Juan Parix de Heidelberg, que trabajó en la ciudad entre 1472 y 1477, con 9 ediciones conocidas que encabeza el Sinodal de Aguilafuente, actas del sínodo celebrado en esta villa en junio de 1472. De este taller hay pocas novedades, estoy investigando algunos ejemplares y el proceso del manuscrito al impreso, que puede dar interesantes resultados.

Bien documentada está la llegada de las prensas a Barcelona a principios de 1473, con una sociedad formada por los alemanes Enrique Botel, impresor, Jorge von Holtz y Juan Planck. La ciudad va a tener talleres estables que le llevan a producir unas 130 ediciones, ocupando el cuarto lugar. En 1474, tal vez 1473, llega a Valencia otra sociedad alemana, de los Vizlant, que tiene como impresor a Lambert Palmart, de cuyas prensas sale un puñado de clásicos, al que siguen una decena de talleres. La ciudad, con 89 ediciones, ocupa la sexta posición.

El primer impreso datado de Sevilla es de 1477, el Repertorium de Díaz de Montalvo, del taller de Antonio Martínez, Alfonso del Puerto y Bartolomé Segura, que dicen ser los primeros. Sin embargo, la noticia de unas bulas para su catedral de 1473 nos despista y nos hace anticipar la llegada de los españoles a ese año o suponer la existencia de otro taller. Sevilla se convirtió en un gran centro productor, el primero con casi 200 ediciones, lo que se potenciará con el impulso de la reina Isabel llevando a más impresores y después con el descubrimiento de América.

El arzobispo de Zaragoza encargó a Mateo Flandro, en 1475, la impresión de una obra para la formación de los sacerdotes, el Manipulus curatorum. La muerte del prelado truncó el futuro trabajo de Flandro, del que no vuelve a saberse nada. Serán los impresores barceloneses Botel, Plank y Hurus, sobre todo este último, quienes se establezcan y realicen una labor que llega a las 135 ediciones, que deja a Zaragoza en tercer lugar.

Hacia 1478 se establecieron los primeros impresores en Salamanca, procedentes de Sevilla, los socios Diego Sánchez y Alonso de Porras. Sabemos qué imprimieron, pero no conservamos ninguno de sus libros, por lo que es posible que alguno de los impresos sin taller sea atribuible a los salmantinos. Fallecieron pronto y se quedó con el taller el hijo de Alonso, Juan de Porras, con 140 obras, que sumadas a las de otros talleres llevan a 177, lo que sitúa a Salamanca en segundo lugar.
En esta década hubo talleres hebreos en La Puebla de Montalbán (Toledo) (1476-1480), a cargo de un impresor español, Juan de Lucena, y de sus hijas, y de Guadalajara (1476-1482). O los de Tortosa (1477) y Lérida (1479), de escasa entidad.

Los años ochenta son de expansión de la imprenta por otros lugares y de publicación de bulas de cruzada en los monasterios de San Pedro Mártir (Toledo), y de Nuestra Señora de Prado (Valladolid) hasta el siglo XIX. Pese a los cientos de miles de bulas incunables publicadas, se han conservado muy pocas, por lo que el conocimiento que tenemos de ellas es aproximado. Son las protagonistas de las mayores novedades por los hallazgos, algunos excepcionales como el de Cuéllar, donde entre las 66 bulas halladas en el cuerpo de Isabel de Zuazo, 12 eran incunables y desconocidas.

La expansión será imparable y consolida la multiplicación de textos. Eso sí, pronto se verá la otra cara, la difusión de textos heterodoxos, lo que se intentará atajar con la censura; pero esa es otra historia.

En resumen, con el proyecto de investigación se están produciendo avances, pero también intentamos cumplir con otro importante objetivo, la difusión del patrimonio entre los ciudadanos con el fin de dárselo a conocer y sensibilizarlos ante este gran legado.

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