El pasado 3 de agosto no hubo más remedio que volver al interior del Centro Cultural El Arcángel en San Rafael -recordando los tiempos en el que el festival era de interior- porque el aire y la rasca serrana no habría permitido disfrutar en las mejores condiciones de la actuación de Caxoto. El hecho de estar en interior desató una serie de malentendidos entre el público y el narrador (apagar luces, encender luces, mejor aquellas, no, estas otras) que aflojó ya las primeras carcajadas de la noche y estableció cierta complicidad entre el lucense y el público.
Caxoto tardó en empezar a contar cuentos, de hecho, solo contó dos, no especialmente largos como hacen otros narradores a los que van añadiendo detalles o digresiones, sino de longitud media: Los avisos de la muerte, precioso cuento con poso filosófico, y Eviña y el boticario de aire chascarrillesco. Pero Caxoto hizo más cosas sobre el escenario, lo más singular: el experimento digital de ir grabando en directo pistas con el móvil con distintos instrumentos mientras contaba su primera visión del mar junto a su abuela, de manera que al final el público cantó con él la cancioncilla que ya había mencionado al inicio de la actuación. El resto de su espectáculo “De allá de dónde yo vengo” fue más bien un monólogo de humor sobre A Mariña lucense, los turistas que visitan la playa de las catedrales, su familia o los personajes propios del folclore gallego que sirven para asustar y prevenir accidentes. En este sentido es muy significativo reseñar los dos ritmos de palabra diferentes que maneja Caxoto: un ritmo trepidante, rápido y vivaz para la parte más monologada y un tempo lento, medido para crear expectación y propio de la clásica narración oral.
El artista lucense, además, maneja muy, pero que muy bien aspectos teatrales como la gestualidad corporal, la voz o los efectos sonoros que trabajan para provocar la risa a un público que disfrutó mucho de la noche gallega del Festival. Sin embargo, actuaciones como esta también llevan a reflexionar sobre la peligrosa línea que separa la narración oral de los monólogos de humor, porque si bien hay recursos que comparten y que se pueden utilizar para mejorar cada uno de estos espectáculos, la narración es mucho más rica pues no solo tiene como finalidad dibujar sonrisas o arrancar carcajadas, sino que también sirve para transmitir enseñanzas, explorar la propia alma, enfrentarse a grandes verdades de la vida… Una contada no deja de ser un ritual de comunicación entre quien cuenta y quien escucha, pero también entre cada uno con su propio interior a través de una ficción, siendo, al tiempo, un rito de comunidad que une a los que se reúnen. Los monólogos divierten, pueden ser incluso sátiras (algo de eso también hubo), pero la narración nos mejora como personas. Quizás por todo esto el cuento de Los avisos de la muerte fue la joya de la contada, porque obliga a los escuchadores a encarar la única verdad de la vida. Caxoto comenzó señalando que los narradores tienen que contar desde su verdad, desde su yo para que sea su verdad, pero cuenta más” lo que se cuenta” que “el yo que cuenta”, dado que el yo se va dejando entrever en la historia. Y es que hay historias tan buenas que se deben compartir, que deben perdurar, aunque se transforme por fuera en cada voz; debe perdurar, ya que nosotros, simples humanos, no perduremos.
La noche fue divertida, el público en general disfrutó mucho del espectáculo y se pudieron otear algunas de las distintas tierras que conforman las artes escénicas- narración, monólogo, teatro o música- que, a veces, luchan entre sí por imponerse a las otras, ahí sí importa el “yo”.
