Recuerdo en este momento una reflexión que hice en el año 2018, con motivo del pregón de fiestas patronales, al que fui invitado en el pequeño pueblo de Fuente el Olmo de Íscar, vista la pérdida de población y servicios desde que ejercí allí la docencia (años 70), hasta ese citado año.
Les decía, recuerdo: “La agonía de un pueblo tiene dos fases, la primera cuando se cierra la escuela y se dejan de ver niños con su mochila corriendo por la calle tras una pelota, y, la segunda y definitiva, cuando se cierra el último bar. En pocos años, por causas mayores, en aquel lugar echó el cierre el bar; ya no es ni la sombra de lo que yo conocí cuando yo estuve de maestro.
El problema que supone la ausencia de bar en un pueblo , no es comprendida , a veces, por los que viven en grandes ciudades, incluso desdeñan en comentarios a las pequeñas localidades acusándolas de de innecesarias y subvencionadas y habría que contestarles poniéndolas en valor, no sólo por el pasado protagonizado, pues de ellas surgieron los brazos para trabajar en zonas industriales y ahora, cuando su producción agrícola o ganadera es imprescindible para el crecimiento de las ciudades.
Actualmente se da la paradoja de que España vive en parte del turismo y la hostelería. Los bares condicionan nuestra dinámica social; lo cotidiano pasa, casi siempre, por una barra, una terraza…donde no sólo es tomar un café o un vino, sino que representa el eje de la vida social.
Se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que los bares son el último reducto contra la despoblación. Cuando un bar se cierra el riesgo de despoblación resulta inevitable por la falta de estímulos para la vida personal y la desaparición de un servicio de la vida colectiva. Paradójicamente, la valoración social de un bar aumenta cuanto menor es el tamaño de la localidad donde está ubicado.
Un bar socializa, potencia las relaciones, evita soledad, aislamiento y es importante para favorecer la integración, ayudando, incluso, a la seguridad.
Ahora vemos diariamente cómo cierran bares y cómo los Ayuntamientos se afanan en tratar de proporcionar espacios de ocio para sus vecinos.
La ausencia de bares responde a varios motivos: Primero, con la emigración de jóvenes se reduce potencialmente la clientela, por lo que muchos negocios no son rentables, segundo, cuando un establecimiento se cierra por jubilación, es difícil que haya relevo generacional en la familia.
Las autoridades municipales tratan de ceder locales, casa, etc. pero son soluciones que, a veces, no acaban de cuajar.
Me decía un propietario con un negocio recién cerrado por jubilación: “Mira, hay que estar todos los días, muchas horas, para muchas veces no llegar ni a cubrir gastos “¿Quién va a querer abrir? Una señora haciendo un par de horas de limpieza a domicilio le resulta más cómodo y rentable…”
Me pregunto: ¿Habría que eximir de impuestos? ¿de cotizaciones? ¿establecer ayudas directas? ¿proporcionar un pequeño sueldo? ¿subvencionar calefacción, electricidad…?
No sé, pero creo que es un problema que habría que tratar a fondo, ya que es un servicio vital a la subsistencia de nuestros pequeños pueblos.
Y ahora, a los bares se van uniendo panaderías que cierran por jubilación y no hay relevo, así como la amenaza para las pequeñas tiendas de toda la vida, en muchos lugares, por el establecimiento de `grandes superficies` en las cabeceras de comarca que acaban comiéndose a esos pequeños negocios, con el problema que supone para las personas de edad avanzada o que no disponen de vehículo, el que no haya una tienda en el lugar.
En fin, pesimismo que vemos tan latente en la llamada España vaciada que, ojalá un día, se convierta en la España de las oportunidades.
