Antes de la actuación que la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico ofreció el sábado en el Juan Bravo, estrenando “La moza de cántaro”, de Lope de Vega, se dio lectura al mensaje oficial con motivo del Día del Teatro. Este año, el texto era de la actriz británica Judy Dench, quien, entre otras cosas, afirmaba que “las representaciones pueden ocurrir en una pequeña aldea en África, junto a una montaña en Armenia o en una diminuta isla en el Pacífico; todo lo que necesita es espacio y una audiencia”.
La esencia del mensaje es que para que el teatro sea teatro no hacen falta grandes medios, fastuosos vestuarios ni escenografías epatantes, aunque evidentemente cuanta menos parafernalia hay alrededor de un montaje, menos armas existen para mantenerlo en pie. A veces un texto y unos actores pueden ser suficientes, siempre que ambos estén a la altura.
Sirva toda esta reflexión inicial para decir que esta “Moza de cántaro”, una alusión a uno de los tipos sociales de la España del XVII, la criada que iba a buscar el agua a la fuente, es una buena muestra de cómo hacer teatro con unos medios limitados, porque el vestuario de Lorenzo Caprile sí es el que se espera, a priori, para una producción clásica, pero la escenogafía no puede ser más sencilla. Vamos, que la propuesta de Eduardo Vasco es Lope a palo seco, o casi a palo seco.
Y la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico aprueba con nota. En primer lugar, hay que destacar que los actores cumplieron a un nivel muy alto, y hay que destacarlo porque se trata de una compañía jovencísima, con una media de edad de 25 años, creada como cantera para la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) y tras realizar audiciones a más de 300 personas. Su desenvoltura escénica, su capacidad de matiz y, sobre todo, la manera de decir el verso hacen pensar que la cantera es, efectivamente, de garantía.
También es interesante la puesta en escena por la que ha apostado Eduardo Vasco, director de la CNTC, que se ha puesto al frente de este montaje de la Joven Compañía. Los interludios musicales, con la inclusión de un piano en directo y los actores formando coro, que a veces tanto chirrían, en este montaje funcionan y la obra mantiene en todo momento el ritmo y el interés del espectador.
Para el final, pero no menos importante, el texto de Lope. Un Lope ya mayor pero que aborda con una frescura absoluta los enredos amorosos de unos personajes en plena juventud y vigor, y en los que, generosidad del autor, la que no tiene muchas veces la vida real, todo se resuelve con bien y cada uno acaba encontrando su acomodo.
